Capítulo 1 (parte 2)

2842 Words
De pie frente al escritorio de palo de rosa, Mateo observaba con actitud ausente a la dueña de la gran casona, quien en ese momento leía la carta con aire de profundo desinterés. Por la fuerza de convivir con aquella frívola mujer, él podía darse cuenta de todo lo que estaba pensando. Al ser consiente del destino que podría tener aquella señorita, sintió lastima por ella. Le bastó solo una mirada para darse cuenta de la inocencia y vulnerabilidad de la joven. Pero, estaba decidido a no intervenir. En la situación en la que él mismo se encontraba, sabía muy bien que era prudente arriesgarse a perder el único techo que había conseguido solo por estar jugándole al héroe. Se aclaró la garganta, captando la atención de Adelle. —¿La hago pasar, Madame?—preguntó con solemnidad. A ella pareció no gustarle nada aquella interrupción a sus pensamientos o al menos eso le pareció a él al juzgar por la mirada de profunda censura que le dirigía. Pero , cuando estuvo por pedir disculpas, la vio sonreír con malicia. —Oh, no hay prisa, Mateo…— le dijo con voz melosa mientras le extendía la carta — Primero, mejor ayúdame con esto ¿Quieres? Léela, por favor y dime qué opinas al respecto… El joven tomó la carta con cautela, preguntándose qué se proponía ella al pedirle opinión del asunto. La miró inexpresivo, intentando descubrirlo, pero esa mujer sabía muy bien como ocultarse detrás de una sonrisa. Resignado, leyó la carta en voz alta. —Estimada Madame Adelle Legrand, le escribimos para rogarle por la protección de la jovencita, Aurora Le Bras, quien a la fecha tiene dieciséis años recién cumplidos…— leyó con voz monótona entendiendo , con gran disgusto, la situación de la joven. La lectura siguió con la explicación detallada de las aptitudes de Aurora, que eran pocas. En síntesis, la pequeña, era buena en las tareas del hogar tales como la cocina, la confección de ropa, el bordado, el tejido y el aseo de la casa. La carta también aseguraba que era muy amable y extrovertida. Pero, algo que a Mateo no le pasó desapercibido, era el detalle de que ella no había aprendido lo rudimentario en referente a la escritura. —¿Qué es lo que quiere que le diga exactamente, Madame?— se interrumpió sintiendo un mal augurio ante todo eso. Madame Adelle, se encogió de hombros. —¿Qué opinas de ella?— le preguntó simplemente.— ¿Qué me propones que haga con ella? «Ponla con María en las cocinas o que zurza tus calzones, pero no la obligues a ser una de tus puta ¡Que es solo una niña, por Dios!» Podría haber respondido, pero se daba cuenta que no sería lo correcto. No, lo que esperaban de él era otro tipo de respuesta, algo que validara de forma comercial lo que decía. — Le será más útil en las cocinas con María o ayudando en el aseo con Roxana… — replicó simplemente con debida indiferencia. —¿Eso crees?— inquirió la mujer jugando distraídamente con su collar de ámbar — Es joven, bien podría ser una de mis niñas ¿No te parece? Mateo tuvo la suficiente delicadeza de no poner los ojos en blanco. Sabía que era justamente eso lo que hubiera preferido hacer la Madame, pero, en amén a la verdad, no creía para nada que Aurora fuera útil en ese trabajo. Le bastaba con haber notado en sus ojos de avellanas el terror que le había generado la actuación de Rupert para darse cuenta que, esa pobre chica carecía de la frivolidad de la que debía tener cualquier “dama de compañía”. Suspiró con acopio ¿Cómo hacérselo notar a esa mujer ligera de cascos? —¿Puedo serle completamente sincero, mi señora?— Indagó de brazos cruzados mirándola con seriedad. Esperó en silencio hasta que Adelle asintió con la cabeza.— Pues bien, en realidad, yo creo que no… Aurora, no serviría para ser una de sus… “niñas”… Odiaba ese eufemismo con el que la Madame se refería a esas mujeres de virtud dudosa, para él, las cosas tenían un nombre ¿Por qué incurrir en la hipocresía de no usar los términos correctos? Esas jóvenes y mujeres mayores, no eran sus niñas, ni menos sus protegidas, así pues ¿Por qué no referirse a ellas con las palabras correctas? «Dilo bien mujer, son tus putas…» Podría haberle dicho con completo cinismo, son embargo, prefirió hacer una buena pausa para poder analizar si era prudente seguir con su opinión. Adelle se inclinó sugerente contra el escritorio, apoyando sus codos en el borde de este, observando con una sonrisa maliciosa al joven que osaba de llevarle la contraria. Para Mateo, resultaba más que evidente el hecho de que esa mujer que podría ser su madre disfrutaba de todo el asunto. — Puede que sea una jovencita muy hermosa y de trato amable, a decir verdad… puedo asegurarle que si lo es… pero, también tengo que admitirle que, para su desgracia, es una joven muy inocente y asustadiza…— explicó con el mayor tacto posible, hablar de eso con esa mujer, era algo realmente peligroso para él.—… de eso pude darme cuenta perfectamente hace un rato cuando acudí a su llamado. La pobre tuvo la desgracia de conocer a cierto inquilino que tiene cierto título honorífico de perdedor de llaves… con eso, me basta solo aclarar que el miedo en los ojos de la señorita, daba lastima… A Adelle parecía no sorprenderle ese detalle y, a decir verdad, tampoco daba muestras de que le importase en absoluto. O así se lo hacía notar la manera en la que se había encogido de hombros. Mateo tuvo que frenar ese impulso peligroso de insultarla a la cara. Lo exasperaba realmente esa indiferencia por parte de ella. —¿Y qué esperabas? Es una niña criada en convento, evidentemente es una dulce señorita que solo sabe la parte bonita del cuento… así son todas, hasta que conocen a un hombre que la hacen ver la realidad de la vida… ¿No lo crees así, Mateo?— puntualizó con aire de aburrimiento mientras jugueteaba con las ornamentas de su collar. Decir que esa manera tan perversa de ver las cosas, le generaban asco al joven, era quedarse corto. Pero sea, si podía hacer algo para ayudar a esa jovencita, lo intentaría. — Pues, puede que esté en lo cierto… sin embargo… creo que le será más útil en las cocinas y en el aseo…— replicó insistiendo con indiferencia, no sabía porqué lo hacía, a fin de cuentas, no era asunto suyo.—… es una niña inocente que no se sentirá para nada cómoda si usted la envía de lleno con las otras mujeres… por cierto, valga aclarar que ya las conoció y, a decir verdad, mucha gracia no les hizo verlas… además, hace un momento, al darme la carta, sin querer rocé con mi mano la suya… al juzgar por la forma en la que se sobresaltó ante ese tacto, me siento en la necesidad de aclarar que da la impresión de que debo ser el primer hombre al que ha tocado en su corta vida… Adelle rio con desenfado frívolo aquellas observaciones. A él no le cupo dudas de que era más que evidente la probabilidad de que esa mujer estaba pensando en un buen plan para conseguir una trabajadora más y mantenerlo callado a él y sus cuestionamientos morales. Si, menos dudas tenía de que, para su desgracia, lo metería en ese asunto. Suspiró resignado, la sola perspectiva no le agradaba para nada. — ¿Y qué opinas tú de ser quien le enseñe entonces?— repuso con su mejor sonrisa ladina. —Tentado estoy a negarme…— replicó Mateo en el acto. A decir verdad, sabía que lo involucrarían de esa manera, pero también sabía otra cosa—… Sin embargo, usted y yo nos conocemos muy bien, así que… ¿Qué es lo que me quiere ofrecer a cambio de ese servicio? Madame Adelle Legrand sonrió con suma satisfacción al escucharlo ir directo al grano. Ella tenía un buen plan que sabía muy bien que él no rechazaría por nada del mundo. Ni siquiera su aversión a las damas de compañía lo podrían hacer pensar lo contrario. Apoyó su espalda en el respaldo del gran sillón con orejas tapizado de terciopelo verde y lo miró directamente a la cara. Consiente de lo bien que hacía el silencio en casos de negociaciones, se tomó su momento en responder. —¿Cuántas hojas llevas ya escritas de tu novela? Podría ayudarte a publicarla…— sugirió como si tal cosa fuera algo insignificante.— Hace unas semanas conocí al jefe de una importante editorial de París, podría hablarle de ti y tus… escritos vanguardistas ¿No te parece? La pregunta quedó en suspenso. Mateo sería más que idealista, pero no era idiota y menos estaba lo suficientemente loco como para no ver que esa posibilidad bien podría ser la única solución a sus problemas financieros. Tragó saliva y se aclaró la garganta intentando disimular todo lo que pensaba. Tenía que reconocer que era una buena propuesta, pero había algo que a él no le convencía. Le daba asco la sola impresión de lo deshonroso que era para él ser el verdugo que la enviase al cadalso. Pero, pensándolo bien , todo ese asunto tenía algo realmente positivo: Durante el tiempo que a él le pudiera llegar a tomar todo aquello, ella bien podría ser empleada como parte del personal doméstico. De esta forma al menos, por un tiempo, la mantendría al margen de la crueldad de la noche. «Y, con poco de suerte, la puedo ayudar a tener mas y mejores herramientas para escapar de aquí en la mínima oportunidad… aunque, también habría que ver como puedo conseguir yo mi parte del trato…» Se tuvo que admitir, esa era la parte difícil y peligrosa. Porque, sabía bien que ese trato no estaba del todo expresado. Clavó sus ojos tristes en Adelle, fingiendo ignorancia ante todo aquello. —Y… si pese a que lo intente, el plan fracasa ¿Qué pierdo yo?— cuestionó con su voz monocorde. Adelle clavó la vista en él, como si la sola pregunta fuera un asunto que no creía que debía ser explicado. Luego, bajó la mirada a las piedras de ámbar de su collar, como si el asunto ya la hubiese aburrido. Mateo sabía lo que se vendría a continuación. —Si de ser casualidad que no lo logras, vete buscando otro lugar donde vivir, Mateo… porque sé muy bien que, si no lo consigues, es porque no quieres y si ella se escapa, es porque tú se lo has dicho… como bien dijiste, nos conocemos muy bien tu y yo…— anunció con plena calma como si ese asunto no fuera importante.—… pero, confío plenamente en ti y tus facultades como hombre, así que, ve y llévala primero a las cocinas, como tanto has sugerido, dile a María que, mientras tanto, ella la ayudará con las tareas y lo mismo hazle saber a Roxana. Prefiriendo no agregar más leña al fuego, Mateo, inclinó la cabeza en señal de haberla oído perfectamente. Le dio las gracias por la oportunidad con la que se lo quería premiar por sus esfuerzos, una oportunidad que no agradecía en lo más mínimo. Y se dio la vuelta para cumplir con su obligación. Aunque no quisiera, debía reconocer que, peor, era nada. Ya vería como solucionar los conflictos en los que se había metido por pura y exclusivamente ser un bocazas con ínfulas de héroe. «Si algo habrá que reconocer, es que no les gustará nada este asunto a mis “chicas”…» Se dijo irónico con la actitud de quien ya se había habituado a las bromas de aquellas mujeres. Lo cierto era que él sentía desprecio hacía la profesión más vieja del mundo y, jamás de los jamases, se hubiese planteado la remota posibilidad de buscar a ninguna de ellas, por más que sabía que ellas lo aceptarían más que dispuestas. Sin embargo, quizás fuera por su desdén a esos asuntos lo que hizo que en la fuerza de convivir con esas mujeres, ellas terminan por verlo como alguien en quien podrían confiar sus penas. O, quizás solo fuera el motivo de ser él mismo el hijo de una meretriz lo que lo llevaba a entenderlas mejor. Lo cierto era que entre ellos, había una especie de amistad disimulada por su eterna indiferencia. Miró a Aurora, sopesando las maneras correctas para anunciarle, en cierto modo lo que acontecería en el día. La niña no lo miraba, llevaba los ojos cerrados y la cabeza gacha. En sus manos, Mateo pudo ver un relicario. Comprobó, con cierto sabor amargo, que ella estaba rogando por la posibilidad de quedarse. Suspiró y estiró la mano para tocar con delicadeza su hombro. —¿Interrumpo sus oraciones, señorita?— le preguntó con una suave mueca similar a una sonrisa de disculpas.— Tengo algo que anunciarle ¿Me podría acompañar mientras le explico lo que ha decidido Madame Adelle? Aurora lo miró con súplica en los ojos. Parecía como si desease llorar. Era más que seguro, para ella, que esas palabras tan corteses no eran sino que una forma muy bonita y bien educada de decirle que se fuera de allí. Prefirió ahorrarse la agonía de las buenas cortesías y terminar de una buena vez con todo ese asunto. —Oh… ya veo… por favor, no se tome tantas molestias conmigo… resulta evidente que, no hay nada por explicar…— se adelantó con una sonrisa fingida y aires de humilde derrota.—… mejor, solo acompáñeme a la salida y dígame dónde hay por aquí un albergue en donde poder pasar la noche… « Sería lo mejor para ella… creer que no la quieren aquí…» Meditó él al escucharla, sin embargo. Tampoco podía dejar pasar el detalle de que, si ella se iba, él sería el siguiente en buscar un lugar donde pasar la noche. Por ese motivo, se obligó a fingir que la respuesta de esa dulce joven le hacía gracia. —¿Y esa resolución de dónde ha salido, señorita?— Indagó con fingido asombro, para luego tomarle la mano con soltura y comenzar a caminar por el pasillo —¡Nada más alejado de la realidad, Aurora! Me complace anunciarle que usted se queda, así que ¿Por qué no me acompaña a conocer a la encargada de las cocinas? Seguramente tendrá algo de trabajo que darle ¿Qué le parece lo que le digo? A que es una buena noticia ¿No lo cree así, Aurora? Sintió como la joven se detenía y soltaba su mano. Mateo se dio la vuelta para verla, sin entender lo que pasaba por esa mentecita tan inocente, la vio observarlo con la boca entre abierta y ojos llenos de asombro e incredulidad. —¿Ocurre algo, señorita?— Indagó él. —Eh… es… ¿Es en serio lo que usted me está diciendo?— preguntó Aurora con atropello, Ella no salía de su asombro, eso lo podía notar él. De modo que solo le sonrió abiertamente y asintió con la cabeza. Lo demás, no se habría atrevido a esperar. —¡Oh! ¡Gracias al cielo! — la escuchó exclamar entre pequeñas y delicadas lágrimas de alegría mientras se le tiraba al hombro para abrazarlo.—¡Oh! Realmente, muchas gracias… realmente… De más, no estaría aclarar que, para él, escucharla agradecerle aquella oportunidad, no era para nada agradable. Se sentía como Judas Iscariote cuando hubo traicionado a Jesús en el Monte de los olivos. Intentó apartarla con suma delicadeza para luego acariciarle la mejilla mientras la sonreía fingiéndose complacido. Ya se estaba haciendo a la idea de que las cosas no le serían tan fáciles y no necesariamente por culpa de ella. Por el contrario, admitía que, de llegar al caso de que las cosas funcionaran mal, la culpa sería pura y exclusivamente suya. —Nada que agradecer, señorita…— reconoció quitando importancia al asunto con liviandad. Miró su reloj de pulsera, corroborando que ya María debía estar en medio de todo sus quehaceres culinarios—… ¡Oh! Pero vea, ya son más de las diez, será mejor darnos prisa, no querríamos ofender a María porque usted llegue tarde a su primer día de trabajo ¿No lo cree así, Aurora? De esta forma la situación quedó zanjada con facilidad. Aurora asintió con entusiasmo y lo siguió por los pasillos que daban a la cocina. Mateo solo esperaba que las cosas salieran lo mejor posible para ambos, a fin de cuentas, dado su precaria situación, mucho no podía hacer por ella. «A fin de cuentas, los héroes solo existen en los cuentos de hadas… allí, es el único lugar en donde las inocentes doncellas viven felices por siempre…»
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