Cristina Harrison era la mujer más rubia que había visto en su vida. Tenía un cabello dorado como el sol y unos hermosos ojos azules decorados con unas largas pestañas que hacían juego en toda la armonía que era su lindo rostro. Cuando la vió se dió cuenta de dónde había salido el rubio que no tardaría en ser su marido. Tenía un cuerpo lindo a pesar de tener unas cuantas mechas de cabello blanco contrastando con el sol de sus hebras doradas.
Cuando vió a Evan corrió en su encuentro y besó ambas mejillas.
—Dios, pero qué delgado estás, necesitas alimentarte mejor, no seas como tu padre, que prefería saltar las comidas que dejar a uno de sus socios plantados.
—Estoy bien, madre.
—No, claro que no lo estas. Ahora veamos…la linda mujer que viene contigo debe de ser Abigail Lane—dijo la
