CAPITULO 1

3309 Words
Todo el mundo tiene un pasado, algunas personas desean enterrarlo y otras lo recuerdan con anhelo, un anhelo plagado de deseos firmes por regresar a ese punto de la vida donde se fue feliz. El pasado puede regalarnos lindos recuerdos, pero también oscuros y maltrechos tormentos que pueden sumergir a cualquier persona en un mar de sufrimiento y de arrepentimiento. Arrepentimiento, justo esa era la palabra que atormentaba a Evan cada segundo de su vida, maldijo cientos de veces sus decisiones, pero también se maldijo así mismo por tomarlas. Luego de graduarse de la facultad de ciencias políticas en Harvard centro toda su atención en ser el sucesor de su padre en cuanto a su carrera política, el prestigioso Jacob Harrison había presidido el senado y su más amplio deseo era claro, convertirse en el vicepresidente de Estados Unidos, todos esos deseos se fueron a la borda cinco años atrás, luego de que antes de las elecciones un infarto fulminante lo llevara a la tumba. La muerte de su padre había sido dura para Evan, pero no tanto como lo que pasó después, su compañera más cercana y la mujer a la que siempre había querido había muerto en un accidente de tráfico dos años después del fallecimiento de su padre. El remordimiento que más lo atormentaba era que a pesar de que habían sido novios desde la facultad, nunca había estado para ella verdaderamente, el día que Lena Wilson murió trágicamente en ese accidente el no pudo llegar a su cena de aniversario, cumplían cuatro años de noviazgo, aunados, claro, a los diez que tenían de conocerse. Lena era una magnífica abogada, su familia era dueña de un bufete prestigioso en Washington, los Wilson a diferencia de los Harrison se mantuvieron al margen de la política, pero apreciaban de buena manera a Evan, después de la tragedia tuvieron una ruptura total. Evan sabía el porqué, a pesar de haber sido siempre un hombre cortés, caballeroso y de buena familia tuvo poco tiempo para ella, pero a pesar de eso, ella siempre tuvo tiempo para él. Le falló, aquel trágico día el trabajo lo consumía, debía prepararse para un mitin importante y su asesora le había instado a repasar aquel discurso tanto como fuera posible, tuvo cinco reuniones ese día y estaba con la cabeza hecha un lío, antes de darse cuenta eran las ocho de la noche, cuando quedaron verse a las seis, solo tenía dos llamadas perdidas, el corazón de ella estaba demasiado agobiado como para insistir y en cada respuesta del buzón su dolor se acrecentaba aún más, enojada, Lena había tomado las llaves de su auto, había pedido la cuenta al camarero de la copa de vino que había tomado y subió a su auto hecha un mar de lágrimas. Minutos más tarde un conductor ebrio hizo el resto, impactó la zona del asiento del conductor con un pesado camión de carga arrebatándole la vida al instante. —Han pasado tres años. El comentario de Martín lo hizo levantar la mirada de la copa color ámbar que tenía delante. Tenía mucho tiempo de no ver a ninguno de ellos, Martín y Nil eran amigos de universidad, conocían perfectamente su historia y después de varios meses de espera, pudieron encontrar una fecha entre las apretadas agendas que todos poseían. Esa noche se cumplían tres años, tres años de la muerte de Lena que a todos se les había quedado grabadas en la cabeza, ella también era su amiga y nadie más que ellos notaron el dolor inmenso que su amigo llevaba en la mirada luego de perder al amor de su vida. —Tres años que para mí han sido tres días, —contestó Evan con un tono acongojado. —Para todos han pasado rápido, muy rápido. Nil se aclaró la garganta sabiendo que era mejor no tocar el tema, aún era algo complejo para Evan. —¿Qué tal el trabajo? He escuchado que estás arriba en las encuestas. —¡Exacto! Todas las mujeres dicen que votaran por ti porque tu cara es más linda que la de Chuck Allen, —el comentario de su amigo lo hizo sonreír. Era cierto, su rostro sin duda era más lindo que el del regordete Allen, el senador republicano que era su rival en las elecciones. —Espero que me escojan por mis propuestas y no por mi linda cara. Martín soltó una carcajada. —No se fijan en eso, asegúrate de darle buenas propuestas a los hombres y una buena sonrisa a las damas, estoy seguro que igual que Justin Trudeau en sus momentos de gloria, podías entrar en el top de los cinco políticos más atractivos del mundo, está en internet. —No seas idiota. Estaban a cuatro meses de las elecciones necesitaba asegurar su posición en las encuestas, ahora menos que nunca necesitaba enfocarse en lo importante y librarse de las malas danzas de Chuck, pues era un viejo camaján conocido por sus estrategias poco ortodoxas para manchar a sus rivales. Una simple mancha publica era suficiente para mandar todo por la borda. Cualquier otra persona hubiese abandonado todo luego de la muerte de Lena, pero no Evan, había trabajado demasiado, había prometido a su padre seguir sus pasos y a su madre por igual, no podía tirarlo todo a la basura, porque entonces nada habría valido la pena. —Escuche que vas a casarte, —dijo Evan a Martín quien llevó las manos a su nuca un poco apenado. Ese había sido el motivo de su presencia en aquella reunión. —Voy a casarme en unos meses y bueno, me gustaría, claro si está en tu disposición ser mi padrino de bodas, —su solicitud lo hizo bufar, no sabia porque tenia pedirlo de esa manera tan cuidadosa, nada lo haría más feliz que apoyar a su amigo en ese día tan importante. —Claro, estoy dispuesto. Me alegra que al fin hayas decidido dar el siguiente paso. —Tienes que darlo, más cuando sabes que la mujer que has conocido es inigualable. Desde que la conocí supe que Ava sería la mujer adecuada para mí, la madre de mis hijos y creo que nunca estuve tan seguro de una decisión. —Pero dinos Evan, ¿Qué hay de ti? —¿De mí? —preguntó aclarándose la garganta. El lujoso restaurant donde se habían reunido además de fungir como bar era discreto y en ese día lunes, poco concurrido. En la mesa no había más que unos tragos fuertes que habían pedido luego de una maravillosa cena. —No te hagas, —se quejó Nil—mujeres, me refiero a mujeres. ¿Es cierto que tienes una relación con tu asesora de campaña? ¡Mierda! Si hubiera tenido algo en la boca lo hubiese escupido de manera descortés y poco elegante. Martha Roberts era una dama capaz, inteligente y lo suficientemente trabajadora como para llevarle el ritmo, era joven, de cuerpo esbelto y de una tez morena, tenia unos risos bien definidos en su esponjoso cabello n***o, era hermosa, de apenas treinta, no muy lejana a su edad, pero no le gustaba como mujer, todo era únicamente profesional. —¡No! Claro que no. No son más que rumores de farándula, rumores de prensa amarillista, —explicó. —La señorita Roberts creo que tiene novio, no ando husmeando en su vida privada, además nuestra relación es íntimamente profesional. Nil contuvo su risa. Martín lo miró con burla. —¿Ha dicho íntimamente? —Si que lo ha dicho. ¡Demonios! Se aclaró la garganta y se dio cuenta de su error, se había equivocado de palabras. —¡No! No digo íntimamente, me refiero exclusivamente. —Ya está, ya está, hombre—Martín dio un trago a su copa, solo querían molestarlo un poco, hacerlo reír como en los viejos tiempos. Tiempos donde era un hombre un poco más abierto y no solo fingía una sonrisa, como lo hacía delante de la prensa. —Solo decimos que tal vez deberías conocer a alguien, ya sabes, una mujer linda a la que ames claro, con la que puedas compartir tu vida, siento, aunque no quiero juzgarte demasiado que llevas una vida solitaria y poco concurrida. Todo el mundo necesita compañía. Antes de que pudiera continuar una mesera irrumpió al mirar sus copas vacías. Su largo cabello castaño, tan claro que parecía tener mechas rubias iba sujetada en una coleta alta, tenía un delicado lazo rojo justo en la amarra, sus manos eran delicadas, no tenía uñas largas ni rojas como la mayoría de las mujeres, de hecho, eran cortas y sin esmalte. —Lo siento, —se disculpó—limpiare su mesa, ¿desean que les traiga algo más? —Si, quiero una copa de vino rosa. —Yo un Martini—solicitó Nil. —Quiero un Whisky—la mujer asintió un poco cohibida al estar en la presencia de los tres hombres, solo podía pensar en que si atendía correctamente esa mesa le dejarían buena propina. Con un asentimiento y luego de colocar sobre su bandeja las copas vacías se marchó. Evan la miró de reojo, su cuerpo no era menudo, de hecho, parecía ser ligeramente robusto, tenía caderas anchas, pechos prominentes pero un cuerpo curvilíneo demasiado bien torneado. Era linda. —No creo que necesite una mujer ahora, cuando termine la campaña y gane las elecciones tal vez pueda darme un tiempo para conseguir una, ahora, ahora mi tiempo está solo dispuesto para una cosa y es la política—explicó, —no deseo cometer el mismo error dos veces. La conversación prosiguió durante una hora más, tenían mucho tiempo de no verse y muchas cosas que decirse, cada uno tenía una vida, Nil y Martín eran abogados en California, los mejores si le preguntaban a Evan, al haber estudiado Derecho en Harvard las puertas se les abrieron en diferentes bufetes, aunque claro, cada uno ya tenía su lugar en las empresas de sus respectivos padres. —Creo que es hora de irnos, —comentó Nil mirando su reloj. —Es tarde, tomaremos el vuelo de regreso mañana temprano. Evan negó con la cabeza, deseaba quedarse y tomar otra copa más. Se puso de pie y los despidió con un apretón de manos y un abrazo. —Me quedaré un poco más. —¿Estás seguro? —El ambiente es agradable. Martín asintió ante su respuesta. —Suerte en las elecciones señor senador. —Salúdame a Ava, espero tener el placer de conocerla en persona pronto, —murmuró Evan haciendo que su amigo sonriera ante la idea, —deseo conocer a la mujer que ha embelesado a mi mejor amigo. —La conocerás, ya verás. —Espero y tengan un vuelo seguro. —Nos vemos Evan, descansa mas seguido, no dejes que el estrés de la campaña te recluya. Nil fue el último en agregar esas palabras y luego, los observó alejarse a ambos en dirección a la puerta, donde ya aguardaba el Valet Parking con su auto. Miró su vaso de cristal y contempló su color, el lindo color ámbar del whisky, cuando levantó la mirada se encontró con que a unos metros había una pareja cenando de manera agradable, la mujer sonreía de oreja a oreja, posiblemente ante una broma del hombre. Suspiró. ¿Y si las cosas hubieran sido diferentes? La culpa lo carcomía cada día, deseaba tener una máquina del tiempo y poder salir a tiempo, poder asistir a esa cena, las cosas hubieran sido diferentes, habrían cenado, conversado, hubieran pasado un grandioso momento juntos. La hubiera llevado a su departamento porque era peligroso conducir de noche hasta Maryland inminentemente hubieran tenido un sexo apasionante y a la mañana siguiente ella amarraría su corbata para su reunión matutina. Que diferente hubiera sido. No se dio cuenta de cuántos vasos de whisky pidió hasta que su cabeza comenzó a dar vueltas, señal de que el alcohol ya dominaba su sistema. Eran cerca de la una de la mañana cuando aquel restaurante informó que era hora de cerrar. La pareja que quedaba se había marchado hacía unos minutos y solo quedaba un hombre bebiendo más y más whisky. Abigail lo miró desde la puerta de la cocina, era un mal día para beber, llovía levemente y por lo que había informado el Vallet Parking había llegado solo, sin chofer. Evan había peleado con Martha aquella tarde, la mujer insistía en que a pesar de ser una reunión de amigos debía seguir el protocolo, dos guardaespaldas al menos y su chofer, era una figura pública y como tal debía cuidarse de cualquier escándalo. Las palabras de la mujer no tuvieron importancia para él, asistiría a su reunión con Martín y Nil como Evan, no como el futuro senador Evan Harrison, de Washington DC. Terrible decisión, mucho más cuando comenzó a beber de manera poco consciente. —Llevas atendiéndolos toda la noche, será prudente que seas tu quien le diga que es hora de cerrar. —¿Yo? —Si tú, además es el único que queda en la mesa, él te pagará la propina, —opinó su compañera, ambas miraban a través del espejo circular que separaba la cocina al hombre—parece que tiene dinero, te dará una buena propina. Una buena propina. Abigail tragó saliva. Habían conectado miradas levemente por breves segundos, pero eso bastó para que sus mejillas se tiñeran de rojo y su corazón latiera desbocado, era un hombre atractivo de un brillante y sedoso cabello rubio, sus ojos eran azules, tan azules como el mar. Cuando fue a cambiar sus copas se había tomado un momento para apreciarlo, no siempre se encontraba con un porte así. En su cabeza nacía un sentimiento de conocimiento, sentía que lo había mirado en alguna parte. Ya todos se habían ido, solo quedaban un par de empleados de limpieza y las camareras que cambiaban sus prendas en el vestidor. —Señor, disculpe, estamos a punto de cerrar—su voz salió baja, casi susurró, estaba apenada. ¡Porque tenían que darle esos deberes a ella! El hombre levantó la mirada haciéndola tragar saliva, era tarde, debía irse a casa, tenía que levantarse a las seis de la mañana para ir al café y cubrir su turno. —Quiero otra copa. ¡Dios! ¡No, no podía darle otra copa! Debía irse a casa. —No puedo darle otra copa, le llamaré un Uber, o un chofer que pueda llevarlo a su edificio, ahora debemos cerrar, ha bebido demasiado señor—explicó ella intentando ser lo más condescendiente posible. El hombre pareció entender, pasó su mano por el rostro como si eso lo ayudará a bajar su nivel de alcohol en la sangre. Cuando intentó ponerse de pie su coordinación se fue a la mierda, sintió como si parara sobre un pedazo de hielo en medio del mar, no había forma en que se mantuviera de pie solo cuando todo parecía temblar y girar de esa forma. Abigail lo sujetó rápidamente, su peso la hizo quedarse sorprendida. Si que pesaba. —No, no, esto no funcionará. Miró afuera. Ni una sola alma. —Puedo hacerlo—intentó ponerse de pie nuevamente, pero ella sabiendo que ahora no correrían con tanta suerte y ambos caerían al suelo colocó su mano sobre su duro pecho mientras negaba con la cabeza. No, no podía ponerse de pie de nuevo. —Solo necesito ponerme de pie y…conducir. Arrastraba las palabras levemente pero incluso ebrio no parecía perder su educación. Hablaba con coherencia, aunque con dificultad. —No puede conducir, debe esperar un poco—se quedó en silencio unos segundos mientras pensaba en lo que iba a hacer. Una idea apareció en su cabeza—Me cambiaré y llamaré a un Uber o a un chofer, cualquiera que esté disponible, luego lo ayudaré a subirse al auto, solo debe darme su dirección, haré que lo lleven a casa. —¿Dirección? —preguntó un poco abrumado. Dirección, hogar, casa de su madre. —Sí, una dirección para saber a dónde lo llevarán. —Columbia Heights—No podía ser cierto, eso estaba lejos, muy lejos. —No puede vivir en Columbia. —Allí vive mi madre—Abigail contuvo una sonrisa. —No quiero la dirección de su madre, quiero su dirección, el lugar donde vive ahora—Evan entrecerró un poco los ojos. ¿Debía responder? ¿Y si quería estafarlo? Su cabeza dolía, daba vueltas, no tenía mucho tiempo para pensar con coherencia. Solo sabía que la mujer que le hablaba parecía tener un rostro lindo, bueno de hecho dos, la veía doble. Gemelas, excelente. Además, tenía una voz delicada y que transmitía paz. —Capitol Tower, en el último piso. Abigail asintió y luego de pedirle que esperara se dirigió al vestidor y llamó al Valet Parking, no podían dejar el auto en el estacionamiento, tal vez si negociaban podría llevarlo y dejar el auto en el estacionamiento de su edificio. —¿Al Capitol Tower? —Si. —¿Debes estar bromeando? —Hablo enserio, no podemos dejarlo allí, además puedes cobrarle, un par de dólares por llevarlo a casa no sería demasiado, además está a diez minutos en auto, Pensé en un Uber pero no podemos dejar su auto en el estacionamiento—Jock la miró no muy convencido, había terminado su turno, su esposa lo esperaba en casa, pero al mirar al hombre medio dormido sobre la mesa supo que no sería una buena acción dejarlo allí. Podían asaltarlo, además Jock que era fiel creyente de dios pensaba que era prudente ayudar al prójimo en aprietos. Al final terminó asintiendo. Abigail sujetó su bolso y salió en compañía del Valet Parking. Jock prepararía el auto y la esperaría en la puerta, ahora solo quedaba el guardia de seguridad, posiblemente ahora hacía sus recorridos de rutina, era un hombre poco agradable, no podía pedirle ayuda. Maldijo, nuevamente la hacían quedarse con responsabilidades que no le competían, pero ella era demasiado noble como para decir que no a un favor de alguien e igual, demasiado sentimental como para dejarlo solo allí, borracho. —Señor, déjeme ayudarlo—dijo al llegar a su lado, —debe ponerse de pie, su auto lo espera, debe ir a casa. —¿A casa? —Si, si, Jock lo llevara a casa. No olvide darle unos dólares de propina por esto, está fuera de su horario de trabajo y si ayudar el prójimo es un acto noble, también lo es ser agradecido—Evan no era demasiado hablador, mucho menos estando ebrio, aceptó la mano que le daba la mujer y se puso de pie. Mierda. Todo le dio vueltas. Frunció el rostro al sentir unas fuertes náuseas embargarlo, eso había sido mucho whisky. Abigail intentó no quejarse al recibir su fuerte brazo detrás de su hombro. La próxima vez se negaría, era preferible dejar ir una propina, ahora comprendía que tal vez no le daría ni un solo dólar, pero su estado de embriaguez compensaba que no tomara en cuenta sus atenciones mientras cenaba con sus amigos. —A Lena no le gusta que beba. —Y no debe beber de nuevo—le siguió el juego mientras intentaba llegar a la puerta, —no es sano beber demasiado alcohol. No se convierta en un alcohólico empedernido. Evan se detuvo. —No soy…—levantó su dedo con dificultad negando con la cabeza. Sumamente tierno, los hombres borrachos eran tiernos mientras no se comportarán de forma grosera— un alcohólico. —Bueno, bueno, no lo es señor, no es un alcohólico. —Me llevas, me traes, llamas a un auto para mi… ¿Cómo te llamas? ¿Eres amiga de Martha? —¿Quién demonios era Martha? La chica negó con la cabeza, no conocía a Martha. —Abigail, soy Abigail Lane.
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