Realmente me iba a marchar, pero al bajar las escaleras, vi el despacho que era de mi padre, no pude evitar entrar.
Ver ese espacio ya tan solitario me hizo sentir absurdamente correcto en lo que hacía.
Ya mi venganza había iniciado, ahora solo me queda continuar con la ejecución de mi plan.
Saqué mi móvil del bolsillo y marqué el teléfono codificado que usaba únicamente para hablar con Edward.
—¿Edward? —mi voz era dura, sin rastro de la ternura que había mostrado a Amy.
—Sí, dime. Supongo que la luna de miel ha terminado, por tu tono— Me contestó con voz tranquila y profesional.
—Si,ya la luna de miel terminó y el acceso es total. Me quedaré en la mansión. Es la cobertura perfecta. El plan se acelera.
—¿Estás seguro? Es una movida arriesgada, especialmente ahora que... —Edward no terminó la frase, pero ambos entendíamos la implicación de Amy.
—Ahora. Edward, mi madre acaba de mover un dedo. No puedo esperar. Necesito que Tadeo sepa lo que es perderlo todo, y necesito que sea pronto.
Edward entendió la orden. La conexión con mi madre era la única debilidad que él respetaba.
—El punto de entrada está limpio. Tenemos las credenciales temporales del Firewall gracias a la distracción que hicimos en la red de la oficina hace una semana. ¿Autorizas la transferencia y el "caos contable"?
—Autorizo. Entra en el sistema bancario corporativo de Morrow. Quiero que te muevas con precisión. Hackea el sistema y haz que una fuerte cantidad de dinero se esfume de sus activos líquidos más importantes.
—¿Cantidad?
—Una cantidad que no lo quiebre inmediatamente, pero que sea lo suficientemente grande para causar un pánico interno entre sus socios y que él no pueda tapar sin levantar sospechas. Disfrázalo como una brecha de seguridad en transacciones offshore que no pueda rastrear. Que parezca que la fuga ya ha estado ocurriendo.
Hubo una pausa breve, tensa, al otro lado de la línea.
—Entendido. La transferencia se iniciará en cinco minutos. Para mañana por la mañana, Tadeo Morrow estará lidiando con el peor día de su vida.
—Asegúrate de que no haya rastro que nos conecte con Amy o con la mansión —ordené a mi amigo. —Nadie puede sospechar. Yo seré el esposo devoto, el inversionista preocupado y el que salve a la familia.
—Hecho. Nos vemos en el infierno, querido amigo.
—Ya estoy allí, Edward.
Colgué el teléfono. Miré el aparato en mi mano, sintiendo la adrenalina helada del criminal.
Acababa de ordenar un robo masivo, y el caos que se avecinaba era solo la Fase Uno.
Ahora si, debía volver a la mansión. No como el vengador, sino como el marido preocupado.
Conduje de regreso a la mansión Morrow, estaba en cierto punto feliz porque mi plan estaba dando resultados.
Sabía que Edward ya había ejecutado la orden. El caos financiero estaba en marcha.
Estacioné el auto y caminé hacia la entrada.
El ruido de las risas me guió hacia el jardín trasero, donde se podía reñirse felicidad.
Tadeo y Francesca estaban sentados en una mesa al aire libre, con Amy entre ellos, disfrutando de una cena de celebración por la boda improvisada.
Me acerqué, forzando la sonrisa más creíble que pude.
—Buenas noches —dije, captando la atención de los tres.
Amy se levantó de inmediato, con los ojos brillando. Caminó hacia mí y, ante sus padres, me dio un beso lleno de la felicidad de la luna de miel interrumpida.
—¡Qué bueno que llegas! Te estábamos esperando —dijo, tomando mi mano.
—Lamento la tardanza. Tenía asuntos de última hora —mentí con naturalidad.
Tadeo se puso de pie, radiante como siempre.
—Estamos felices, Bastian. Mi hija, Amy, se ve feliz.
Lo miré fijamente a los ojos, y mi respuesta sonó como una promesa.
—La haré feliz, Tadeo. Siempre.
Pude sentir la culpa, pero la ignoré. Era una lástima que Amy tuviera que pagar también por lo que ellos le hicieron a mis padres.
Ella era el daño colateral necesario. Pero mi venganza era más grande.
Amy, sin notar el conflicto en mi mirada, apretó mi mano.
—Ya soy feliz. Estoy casada contigo —dijo con total sinceridad.
—Eso me alegra —dije, dándole un suave beso en la frente.
La cena se veía suntuosa, pero la idea de sentarme a comer con mis enemigos me revolvía el estómago.
—Pero ha sido un día extremadamente largo, lleno de sorpresas y trabajo. Necesito descansar. Me iré a la habitación.
—Claro, hijo. Tómate tu tiempo —dijo Tadeo, con una comprensión que me pareció nauseabunda.
—Te acompaño —dijo Amy.
—No es necesario, mi cielo. Quédate con tus padres. Los veré mañana.
Con esa última mentira, me dirigí al interior de la mansión.
Mi corazón estaba en la habitación de mi madre, pero mi cuerpo estaba en la casa de mi enemigo, listo para presenciar el comienzo del desastre que acababa de desatar.
Subí a la habitación que se suponía que compartiría con Amy.
Cerré la puerta y me quité la ropa con la rapidez de quien necesita purgar la suciedad de un día de mentiras.
Entré en la ducha. El agua caliente acarició mi piel, y cerré los ojos, tratando de lavar la imagen de Amy sonriendo.
El sonido del agua era mi única tregua, estaba concentrado en la sensación del vapor cuando sentí una presencia detrás de mí.
Un par de brazos suaves y desnudos se envolvieron alrededor de mi cintura.
Abrí los ojos y vi que era Amy. Había entrado en silencio, completamente desnuda, y me abrazaba por la espalda.
Me giré bruscamente, y ella aprovechó el movimiento para besarme en la boca, su beso era juguetón, lleno de la felicidad que yo acabaría por destruir.
Me aparté de ella, el agua cayendo entre nosotros.
—Sal de la ducha —ordené, con mi voz plana y sin emoción.
Amy arrugó el rostro, el brillo de sus ojos empezó a apagarse.
—Solo quería pasar un momento romántico contigo. Pensé que, después de todo lo que pasó hoy...
—No me gustan mucho estas ridiculeces —la interrumpí, usando una palabra fría y condescendiente para crear distancia.
La confusión y el dolor lucharon en el rostro de Amy.
—No entiendo tu actitud. Hace unas horas estabas diciéndome que me amabas y ahora...
—Ahora no me gusta que me molesten —la corté, endureciendo mi mirada. —Yo prefiero bañarme solo.
Amy dio un paso atrás, el agua aún estaba corriendo por su cuerpo. La humillación era evidente.
—Solo quería estar con mi esposo, Bastian. Pero es más que obvio que tú no estás seguro de nada. Ni de la boda, ni de la relación.
La acusación era real, esa era la verdad. Mi reacción, sin embargo, fue defenderme con crueldad.
—Estoy seguro de absolutamente todo. Y no te quiero ver en mis espacios. Respeta mis límites.
Amy no pudo evitar las lágrimas. Ahora sus mejillas no solo estaban mojadas por el agua caliente, si no también por sus propias lágrimas.
—Está bien —dijo con tristeza. —Saldré a tomar aire.
Me apoyé contra la pared de azulejos, sintiendo la pesadez de mi armadura.
—Puedes hacer lo que quieras.
Y con esa última frase de indiferencia, la vi salir de la ducha, tomar una toalla y marcharse de la habitación.
Me quedé solo, el vapor espeso no lograba ocultar el sabor amargo de la victoria.
Había logrado mi objetivo: mantenerla a distancia. Pero el costo era cada vez más alto.
Pasó una larga hora. Yo estaba en la habitación, pero no podía concentrarme.
Caminaba de un lado a otro, sintiendo una ansiedad punzante que no era normal en mí.
—Maldición —dije para mí mismo, deteniéndome junto a la ventana. —Me pasé con las palabras. Fui un idiota, no debí tratarla así.
La preocupación no era por la venganza, sino por ella. El miedo a que Amy simplemente se marchara, que rompiera el acuerdo, era real.
Me asomé por la ventana que daba al jardín delantero, la oscuridad de la noche iluminada por las farolas.
Y allí la vi, Amy estaba parada junto a un coche, hablando con alguien.
Mis ojos se enfocaron y lo vi claramente, era Luciano.
Bajé inmediatamente, mi sangre estaba hirviendo de ira, celos y el terror de que mi plan se desmoronara.
Encontré a la pareja en el hall de la entrada, justo cuando Amy se disponía a entrar.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —dije enojado, acercándome a Luciano, ignorando a Amy por completo.
Luciano sonrió con una suficiencia odiosa.
—Bastian. Me encontré con Amy en el parque a unas cuadras de aquí. Parecía perturbada y decidí ser amable y traerla a casa.
—Luciano fue muy amable —dijo Amy, evitando mi mirada.
Me acerqué a Luciano, con una postura amenazante.
—Te lo dije antes, y te lo repito ahora. No te quiero volver a ver cerca de mi mujer. Aléjate de esta mansión y de Amy.
Amy, al escuchar el reclamo posesivo, reaccionó inmediatamente.
Sin decir una palabra más, se dirigió hacia la escalera y subió corriendo hacia nuestra habitación.
Mi ira se redirigió hacia Luciano. —Lárgate —le ordené.
Luciano sonrió, saboreando el caos que había creado. —Que tengas una buena noche con tu "esposa", Bastian.
Esperé hasta que su coche desapareció antes de subir la escalera de dos en dos.
Entré en la suite y la busqué. La encontré junto a la cama, al borde de la explosión.
—¿Se puede saber por qué estabas con ese imbécil? —la voz me salió como un látigo.
Amy se giró, con los ojos llenos de dolor y de lágrimas.
—Salí a caminar, Bastian. Me sentía mal por tus palabras crueles, y él me encontró.
—¡No te creo! —grité, incapaz de controlar el torrente de celos que no quería sentir. —¡Seguramente te fuiste a acostar con él! ¿Es esa la razón por la que te fuiste? ¿Buscas consuelo en el primer idiota que te lo ofrece?
El aire se quedó atrapado en mi garganta. Amy dio un paso hacia mí, y antes de que pudiera registrar el movimiento, sentí el golpe fuerte y doloroso en mi mejilla.
Amy me había abofeteado. El sonido resonó en toda la habitación.
—¡Soy la mujer de un solo hombre! —gritó con su voz llena de ira y dolor. —Yo no soy como las mujeres que tú conoces, Bastian. ¡Yo soy la mujer de un solo hombre, así ese hombre sea cruel y un imbécil conmigo!
Ella me miró una última vez con desprecio, con la marca de la traición y el dolor de la bofetada ardiendo en mi mejilla.
Luego, se dio la vuelta y se encerró en el baño, y escuché el golpe de la puerta finalizando la batalla.
Me tambaleé hacia atrás, sintiendo el ardor de su mano en mi rostro.
La furia se desvaneció, dejando solo el shock. ¿Acababa de ser abofeteado? Me dejé caer sobre el borde de la cama, mi cabeza entre las manos.
No había un solo punto del plan que estuviera saliendo como debía. Había ganado una esposa y había ganado una enemiga mortal, todo en menos de 24 horas.
Me levanté, sintiendo que el ardor en mi mejilla era merecido. Caminé hasta la puerta del baño y toqué suavemente la madera.
—Amy —dije, bajando el tono de voz para que sonara sincero y arrepentido. El juego del esposo devoto era necesario ahora. —Abre la puerta, por favor.
No hubo respuesta, solo el sonido ahogado de su llanto.
—Escúchame. Lo siento. Sé que mis palabras fueron horribles, no merecías eso —continué, apoyando la frente en la madera fría. —Actué como un idiota, por los nervios de mi negocio... y por los celos.
El llanto cesó, escuché su voz al otro lado, pero esa voz era de reproche.