Eran las 11 de la mañana del siguiente día y Magnus seguía envuelto entre sus sábanas, profundamente dormido, con sus fuertes ronquidos resonando en cada rincón de la habitación. De pronto, sintió cómo le arrancaron con fuerza el cobertor que lo cubría, dejándolo expuesto en su posición fetal abrazando una almohada. Inmediatamente se sobresaltó, pero se quedó en la misma posición, buscando ansiosamente por la habitación con sus ojos.
—¡Levántate! —gritó Diana desde atrás, como un general dando una orden.
Magnus pegó un brinco y giró su rostro con dificultad para comprobar que era ella.
—Ay no, ¿ahora eres el duende de mi habitación? —preguntó con voz ronca, regresó su rostro a la posición inicial y cerró los ojos con la intención de seguir durmiendo.
—¿Te estás muriendo o qué? —cuestio
