1. "La hija perfecta".
—Dios, Jesucristo, Ángel de la Guarda, o quien quiera que me escuche, te pido, te suplico, te imploro que te apiades y me dejes vivir un poco más... —Fueron las palabras que Serena dijo entre susurros temblorosos antes de desvanecerse.
...
Ligeros toques se escuchaban en la puerta de la habitación de Serena.
—¡Adelante! —Autorizó ella.
La puerta se abrió despacio, emitiendo un leve chirrido de sus bisagras. Enseguida, el rostro de su madre se asomó con cautela.
—¡Hijita! Venía a levantarte, pensé que dormías aún —dijo Hannah con sorpresa al ver a su hija estar ya lista para salir.
—Buenos días mami... —saludó Serena, rozagante, dando un beso en la mejilla de su madre cuando se aproximó a ella—. ¡No! ¿Cómo crees? Normalmente me levanto temprano, pero hoy que es mi primer día y... ¡por supuesto que madrugaría!
—¡Oh! Ya no le sirvo de mucho a mi bebé, a veces, olvido que ya creciste.
—Por favor, mami, no digas eso...
—Está bien, está bien... No puedo evitar recordarte siendo una bebé, mi bebé —Hannah la vio con melancolía; sin embargo, Serena la miró con humor y una pequeña sonrisa ladeada, sin emitir palabra alguna—. Okey, okey —levantó sus manos como señal de rendición—. Ve al auto, tu papá te dejará en la universidad en tu primer día.
—¡Qué lindo, excelente! —Exclamó la joven, impaciente y con mucha energía, para luego darle un abrazo a su madre—. Te amo, mami. Nos vemos por la tarde.
Ella se despidió emocionada y salió disparada de la habitación, con su mochila ya colgada de uno de sus hombros.
Serena Williams era hija única, de 18 años y proveniente de una prestigiosa familia. Tenía un rostro angelical, con una dulce mirada con sus inocentes ojos cafés; su piel era clara, de larga cabellera castaña clara con algunas ondas, labios delgados, nariz respingada y cuerpo en forma de triángulo. A pesar de ser una persona de buena posición social, Serena era una chica bastante empática, humilde, carismática y de un gran corazón, lo cual hacía que muchos desconocieran su estatus; además, había sido una excelente estudiante.
El compendio de todas sus virtudes, hacían de Serena la hija perfecta, por lo que sus padres se sentían orgullosos por el tipo de persona en la que se estaba convirtiendo. Sin embargo, muchas veces, Serena se sentía en una especie de burbuja, debido a que fueron bastante sobreprotectores con ella y no conocía cómo era realmente el mundo allá afuera, pero no tenía el valor de hablarles al respecto por temor a herirlos.
...
Había llegado el día en el que Serena iniciaría su carrera de Administración y Contaduría en la Universidad Central, con sus esfuerzos y buena puntuación en los estudios consiguió entrar a la universidad más grande del país por mérito propio. Aquello le generaba una gran satisfacción.
El auto de Aquiles Williams aparcó en la entrada más cercana a la facultad de Ciencias Económicas.
—¡Gracias por traerme, papi! —le dio un beso rápido a Aquiles en la mejilla, estaba ansiosa por bajar.
—No hay de qué, mi princesa, quería traerte en tu primer día. Espero que durante la cena nos cuentes cómo fue tu experiencia, sería grandioso escuchar sobre el comienzo de tu nueva aventura —Serena le sonrió.
—¡Por supuesto! Te amo —Ella bajó con premura.
Serena dio unos pasos adelante, apresurados, hasta que escuchó el auto de su padre alejarse tras ella y poco a poco fue deteniéndose. Miró a su alrededor y apreció mejor la estructura de esa entrada del campus, suspiró con una sonrisa de oreja a oreja, se ajustó la mochila y continuó caminando.
—¡Serena! —una voz lejana le gritó con entusiasmo. Una voz que reconocería a donde fuera, así que se giró sosteniendo esa alegría que aquella mañana la había cobijado.
—¡Emma!
Su amiga de toda la vida se acercó corriendo e impactó a Serena con un abrazo efusivo.
—¡Te esperaba! Finalmente, inicias.
—Estoy muy emocionada, Emma. En cuanto tengamos un rato libre me vas a dar un tour por el campus, ¿sí?
—¡Claro que sí! Después de mediodía ya estoy libre.
—¡Excelente! Igual yo.
Mientras conversaban frenéticas, Emma guió a Serena dentro de la facultad hasta el aula en donde tendría su primera clase, se despidieron y Emma se dirigió a su propia clase.
Emma Contreras era la mejor amiga de Serena. Hija mayor de la cocinera de la familia Williams, pero crecieron juntas sin distinción de clase social, siempre habían sido muy unidas, aunque Emma fuera 2 años mayor. Ella era una chica de 20 años, alta, ojos verdes, cabello castaño y liso, tez media, labios carnosos y usa gafas; tenía una personalidad dulce, abnegada a su familia y de poco amigos. A pesar de ser una chica graciosa, guardaba un fuerte carácter que estallaba en contra de quienes quisieran molestarla o meterse en su camino. Emma era estudiante de Derecho, pero planeaba prepararse en otra profesión, como Educación Especial, ya que su hermano menor era Síndrome de Down y quería estar más cerca de él.
...
Luego las dos chicas asistieran a sus clases del primer día de semestre, se encontraron nuevamente en el campus como habían acordado y, sin perder el tiempo, Emma le dio un tour a Serena.
—Me encanta este lugar, Em. Puedes conseguir todo tipo de personas, con gustos, personalidad, estatus variados, no me siento como un bicho raro encerrado, por el hecho de ser quien soy.
—Entiendo... Muchas veces me has comentado que te sientes bastante aislada. ¿En una burbujas, cierto?
—¡Exacto! Y aquí no es así. Quisiera ver el mundo como realmente es y creo que estar aquí, me mostrará parte de eso. Amo a mis padres, sé que me protegen y quieren lo mejor para mí, pero yo quiero ir más allá de las pareces de cristal.
—No pierdas las esperanzas, Rapunzel. En algún momento lo harás, supongo que por ahora, este lugar servirá, pero yo sé que cuando te propones algo, lo logras pase lo que pase.
—Gracias Em, aparte de ser mi amiga te has convertido en mi contacto con la realidad.
—Lo sé, lo sé —Emma hizo una reverencia y seguidamente, la tomó por una mano—. Ahora, verás más variedad de personas aglomeradas en un mismo sitio.
Emma condujo a Serena a uno de los cafés del campus. Cuando entraron, Serena abrió sus ojos desmesuradamente. Por ser la hora del almuerzo, había mucha gente en el Café, todo tipo de personalidades reunidas en un mismo sitio, como le mencionó su amiga. Chicos con vestimentas sombrías y llamativas, los adinerados populares, los nerds, las admiradas y bonitas, los bromistas y cualquier grupo que quisieran buscar. Había mucho ruido, sobre todo proveniente del grupo de chicos adinerados populares, que destacaban por creerse los dueños del mundo.
—¡Wow! Esto es... es impresionante —vociferó Serena, extasiada. Veía el mundo real y aquello la enardecía.
Un joven caminaba mirando y guiñándole el ojo a una chica que le ofrecía una sonrisa insinuante, este llevaba en sus manos una bandeja con comida y su bebida, no se percató de la presencia de las chicas en medio del Café, mirando todo como si llegaban a otro planeta. El joven tropezó con Serena, derramando su bebida helada en toda su blusa y parte de su larga cabellera, la reacción de ella fue levantar sus brazos y mirar su blusa mientras sentía el frío líquido recorrer su torso por debajo de la ropa.
—¡Fíjate dónde te paras nueva nerd! —elevó la voz el chico que la tropezó, a lo que Serena se quedó observándolo perpleja por su mala educación.
—¿¡Qué te pasa idiota!? Deberías pedir disculpas. —objetó Emma dándole un empujón por el pecho.
—Haré como que si no me hablaste, ni me tocaste cuatro ojos— dijo el joven con desdén.
Emma abrió su boca y entrecerró sus ojos horrorizada, a punto de dar un paso para iniciar alguna discusión.
—Em... Déjalo así —pidió Serena.
El chico ladeó una sonrisa a la vez que afiló su mirada de menosprecio para pasarla a Serena.
—Deberías cambiarte, te ves caótica, nerd —dijo sardónico y se alejó de ellas.
—Maldito idiota... —masculló Emma.
—No importa, Em...
—Okey... —se cruzó de brazos— Bueno, bienvenida al mundo real que querías conocer, Rapunzel. Así es como normalmente los riquillos imbéciles trata a los plebeyos en este campus y en todos lados. Salvo que no eres una plebeya, no lo saben.
—Y seguirán sin saberlo —agregó despreocupada, a mismo tiempo que despegaba la tela mojada de su piel—. Y... ¿sabes quién es el chico grosero?
—Escúchame, nunca, jamás, jamás, jamás y ¡jamás! Te fijes en ese chico, no te dejes llevar por su indiscutible atractivo, es un cazador nato de chicas, su nombre es Magnus Scott. Es peligroso.
—Ah, de los famosos Scott... Oh vamos Em, sabes que no soy del tipo de chica que se fija en la apariencia física, se necesita muchísimo más que eso para enamorarme de alguien, aunque no lo haya hecho aún —soltó una risita.
—Uf, es un alivio amiga. Te imagino con un chico intelectual.
—Ya veremos... Ahora, muéstrame dónde está el tocador, por favor.
Después de almorzar y conversar por mucho rato, fueron a caminar por el campus, a conocer más. La expresión de Serena era como si nunca había salido de su mansión, estaba maravilla por todo lo que veía, apreciaba cada pequeñez, cada edificio, cada área verde, cada persona extraña o común que veía, todo.
Al finalizar la tarde, las amigas se despidieron cuando el chófer llegó por Serena. Ella le ofreció a Emma llevarla hasta su casa, pero su novio pasaría por ella esa tarde.
—¿Qué hay Brandon? ¿Cómo estuvo tu día? —Serena saludó al chófer tan pronto subió al asiento del copiloto del auto, con la naturalidad de siempre, pero con un destello que destacaba por encima de cualquier otro día.
—Excelente señorita Serena. ¿Cómo estuvo su primer día? —preguntó el hombre al mismo tiempo que puso el auto en marcha.
—¡Estupendo! Lo amé —contestó eufórica y un pequeño salto.
Brandon soltó una disimulada risita.
—Me alegro por usted.
—¿Cómo está Ana? —se ajustó el cinturón de seguridad.
—A punto de estallar, el bebé ya no la deja dormir.
—¡Qué emoción! Ya quiero que nazca para conocerlo.
Serena se llevaba muy bien con casi todo el personal que trabajaba para la familia Williams, hablaban con mucha familiaridad. Ella era muy conversadora y le gustaba saber sobre las personas que conocía y su día a día. Era otra manera de conectar con el mundo exterior.
...
Era un inofensivo atardecer en un día de verano, sin nada fuera de lo normal. Los Williams vivían en una localidad ubicada a una hora de la universidad donde había empezado a estudiar Serena, la carretera para llegar a dicha localidad era bastante sinuosa.
Un camión de carga pesada cogió una de las curvas a gran velocidad, ocupando parte del canal contrario de imprevisto. Brandon conversaba bastante entusiasmado con Serena acerca de la llegada de su primer hijo, aquel enorme camión que parecía haber aparecido de la nada y en un parpadeo, tomó a Brandon por sorpresa. Él trató de esquivarlo, pero el gran camión los golpeó por un costado, sacándolos de la carretera de inmediato y arrojando el auto cuesta abajo como un pequeño juguete. Al principio Brandon intentó maniobrar, pero una vez que el auto comenzó a dar vueltas y vueltas, no hubo más que hacer.
Serena daba alaridos con sus ojos muy apretados y cubriendo con fuerza su cabeza con los brazos, aquellas vueltas parecieron interminables, hasta que un gran árbol detuvo el auto de manera abrupta casi al final de la pendiente.
El metal crujía en el interior de auto y se combinaba con el sonido de los vidrios rotos que todavía se desprendían, conformando una melodía aterradora. La respiración de Serena era agitada, estaba temerosa de lo que pudiera encontrar si abría los ojos. Repentinamente, fue consciente de un dolor insoportable y estremecedor en casi todo su cuerpo, que le sacó un grito ahogado y la obligó a abrir sus ojos atemorizados; encontrándose que, desde sus pies hasta el pecho había quedado envueltas en parte de la estructura del auto, solo podía mover su cabeza y brazos, estos estaban llenos de rasguños y golpes.
A pesar del horror asfixiante que experimentó, recordó a su chófer.
—Brandon —le salió en un hilo de voz—, Brandon, ¿estás b... —giró su cabeza como pudo hacia su acompañante, llevándose la sorpresa de que, posiblemente, ya no vivía. —¡Brandon! ¡Brandon! —empezó a gritar su nombre, histérica y con lágrimas.
Serena perdió la cuenta de cuántas veces llamó a su chofer, desesperada y agitándolo por su hombro, él tenía una gran herida abierta en la cabeza por la que salía sangre a borbotones y el volante aplastaba su pecho. Después de llamarlo infinidad veces con desespero, sin respuesta, y de llorar por Brandon, poco a poco ella se fue desvaneciendo. No sentía fuerzas para mantener sus ojos abiertos por más tiempo, cada vez podía tolerar menos el dolor que estaba atravesando cada centímetro de su cuerpo.
—¿Estoy muriendo...? —se preguntó en voz baja.
Cerró con fuerza por unos segundos sus ojos
—Dios, Jesucristo, Ángel de la Guarda, o quien quiera que me escuche, te pido, te suplico, te imploro que te apiades de mí y me dejes vivir un poco más... —pidió con voz intermitente.
Finalmente, perdió en conocimiento.
...
—Está despertando...
Serena movió su cabeza de un lado a otro con lentitud y el ceño fruncido intentando abrir los ojos, al mismo tiempo que salían de ella algunos quejidos suaves. Finalmente, logró abrirlos muy lentamente a la vez que se iban adaptando a la claridad de la habitación. Entre la molesta iluminación poco a poco distinguió que iban apareciendo las figuras de sus padres abrazados, mirándola con rostros de preocupación.
—Mamá, papá... —murmuró con voz ronca.
—Gracias al cielo despiertas, cariño.
Serena apoyó sus manos a ambos lados de su cuerpo sobre la cama para tratar de estar erguida y ponerse más cómoda, pero notó que no podía mover nada desde su cintura hacia abajo. Los médicos habían aplicado una estructura metálica y rígida para inmovilizar su pelvis, además, sus dos piernas tenían una serie de vendajes y estaban suspendidas con algunos clavos.
—¡No! No te muevas —sugirió su padre.
—Pero qué... ¿qué pasó? —preguntó pausadamente, pero desconcertada, a lo que Hannah se llevó una mano a la boca y comenzó a sollozar.
—Tuviste un accidente, mi princesa —le informó Aquiles con voz entrecortada.
De pronto la golpearon los recuerdos del terrible momento.
—¿¡Dónde está Brandon!? —interrogó angustiada y sobresaltada, a lo que su padre solo respondió con un movimiento negativo de cabeza.
El médico que llevaba su caso entró justo en ese momento, Serena lloraba desconsoladamente, pues, en su cabeza estaban las imágenes frescas del cuerpo sin vida de su chofer, a su lado. Imágenes que desearía no recordar. Sus padres apretaban su mano con fuerza.
Después de un rato logró calmarse un poco y notó la presencia del médico.
—¿Usted es el médico que lleva mi caso? —cuestionó fijando su mirada enrojecida en él y un gesto frío.
—Si, mi nombre es Jacob Cooper, traumatólogo... Es bueno verla despierta —contestó hombre sin expresión alguna.
—¿Qué les pasa a mis piernas?
—Hija, deberías descansar un poco... luego él te contará lo que sucedió —pidió Hannah con cautela.
—¡No! ¡Quiero saber ahora! —objetó con dureza, lo cual impresionó a sus padres—. Quiero saber todo doctor, todo...
—Ok, señorita Williams —aprobó y se aclaró la garganta—. Sus piernas fueron reconstruidas, tuvieron múltiples fracturas y desgarramientos, también tiene dos fracturas en su pelvis y una grave lesión en la médula espinal... —informó sin preámbulo, pero se detuvo cuando los padres de Serena le hicieron señas para que no continuara.
Ella se percató.
—¿Cuáles serán las consecuencias?
—Serena, está bien por hoy.
—¿¡Cuáles serán las consecuencias!? —elevó su voz, desesperada por saber todo.
—La fractura en su pelvis ocasionó grandes daños en algunos órganos internos, por lo que no podrá tener hijos en un futuro y en caso de que haya un embarazo, representaría un alto riesgo para su vida y la del bebé —continuó el médico.
Serena tenía el rostro tenso, enrojecido, su boca estaba entreabierta y el labio inferior temblaba, su mirada estaba en un punto fijo con algunas lágrimas que escapaban sin permiso.
—Además, por su lesión en la médula y el estado de sus piernas, las posibilidades de que pueda volver a caminar son casi nulas —él siguió hablándole con completa honestidad.
Esto la hizo girar su rostro hacia el doctor con molestia, gesto que a él no le inmutó.
—¿Quién es usted para decir que no puedo caminar?
—Princesa, él es el mejor médico traumatólogo del país. Los mejores especialistas te han atendido y han concluido en lo mismo —Intervino Aquiles.
—¡No papá! La única persona que decide si volverá a caminar o no, soy yo. ¡Y lo haré! —exclamó con fiereza.
Los padres de Serena estaban perplejos por la manera en que su hija reaccionó, sus expresiones y la forma de responder tan firme, con convicción, era una faceta que no conocían. Para ella era un renacer, una nueva oportunidad de vivir. Sentía que debía aprovecharlo y no permitiría que alguien le impusiera que nunca volvería a andar por sus propios medios, así fuera el mejor médico de todo el universo.
Se había despertado en la joven Serena una fuerza y un valor nunca antes conocido en ella.