PRÓLOGO
PRÓLOGO
Tessa hizo sonar su llave en la cerradura, no le preocupaba mucho si despertaba al pobre Jimmy, incluso a esa hora infame. Debería haberse imaginado que Jimmy se olvidaría de sacar la basura otra vez. Estaba hartándose rápidamente de sus errores. ¿Qué tan difícil era recordar una simple tarea? Cada jueves por la noche, debía sacar la basura a la acera. Eso era todo. No le estaba pidiendo que construyera un templo. Mientras ella se desvivía trabajando en el hospital, Jimmy probablemente estaba de brazos cruzados, «investigando antigüedades», como solía decir. Aunque luego siempre se apresuraba a señalar que estaba calmándose hasta la jubilación. Decídete, quería decirle.
Tessa entró en su casa y decidió que dejaría la basura como estaba. Tal vez eso le sirviera de lección. Pero quizás no. Después de veinte años de matrimonio, ¿se podían enseñar trucos nuevos a un viejo marido?
Esa era una pregunta para otro día. En aquel momento, la cuestión era qué hacer con la única hora que le quedaba antes de que el sueño se hiciera presente. Se quitó los zapatos de trabajo, abrió la nevera y se quedó mirando el contenido, pero no le apetecía nada de lo que había dentro. No tenía energía para preparar un sándwich. ¿Acaso terminaría comiendo el clásico de bayas y queso? ¿O era una mala idea? Una vez, una de las enfermeras le había dicho que comer queso antes de dormir provocaba pesadillas, y ella no necesitaba más de esas.
Lo descartó. Un café descafeinado y un poco de televisión basura era lo más fácil. Salió de la cocina y se dirigió a la sala de estar, allí sintió que había otra alma en la habitación. Instintivamente buscó el interruptor de la luz, pero no la encendió. Vio la silueta de su amado marido, dormido en la silla, con una manta arrugada a sus pies. Tessa suspiró al darse cuenta de que pasar una hora frente al televisor era algo imposible. Si despertaba a Jimmy, él sería una excusa de ser humano hasta por lo menos al otro día por la tarde. Ella no necesitaba eso.
Lo descartó. Lo mejor era irse al sobre. Tessa abrió suavemente la puerta de la sala de estar, mientras intentaba no molestar el sueño de su marido, en parte por afecto genuino y en parte por el hecho de que tendría la cama para ella sola. Dejó su bolso en el sofá como señal de su llegada a casa. Además, eso podría hacer que Jimmy pasara la noche en el piso de abajo y le diera un poco de paz.
Tessa fue al baño y se quitó el poco maquillaje que llevaba. Se quitó el uniforme y se quitó el sabor rancio de doce horas impartiendo instrucciones. Sobre el lavabo, miró por la ventana y admiró la noche. Había algo en volver a casa a tempranas horas de la mañana que realmente hacía mella en los sentidos. Mientras todos los demás dormían, ella estaba en la primera línea, encargándose de que el mundo siguiera funcionando. Era suficiente para hacer que las mentes más débiles tuvieran complejo de héroe.
Se sentó en el retrete y volvió a hacerse la coleta, pero se detuvo al llegar al tercer y último nudo.
Un ruido. Algún tipo de arañazo. ¿O un crujido? Parecía venir de atrás de ella.
Tessa movió bruscamente la cabeza hacia el alféizar de la ventana y dio un paso atrás por miedo a lo que pudiera encontrar. Miró entre los huecos de los frascos de loción y encontró al culpable. Una pequeña caja que anteriormente contenía crema hidratante se había volcado. Cuando alargó la mano para recogerla, sintió que la corriente de aire del hueco de la ventana le rozaba las yemas de los dedos.
Jimmy había vuelto a dejar la ventana entreabierta. Estaba harta de decírselo. La brisa debía de haber tirado la caja vacía y, además, ¿por qué había una caja vacía aquí? No podía culpar a su marido por ello. Eso era cosa suya.
Cerró la ventana, se sentó y volvió a su ritual antes de dormir. Terminó de hacerse la coleta y buscó la crema antiarrugas.
Pero antes de encontrarla, volvió a oír el ruido. Arañazos o crujidos. Era difícil de identificar. ¿Podría ser el agua corriendo por las tuberías? ¿Tal vez el inodoro estaba fallando de nuevo? De repente, echó la mano hacia atrás cuando el sonido pareció brotarle de las yemas de los dedos.
Tessa se precipitó hacia la puerta, presa del pánico. El ruido se hizo más fuerte, más frenético. No sabía qué era, pero estaba segura de que era el sonido de algo vivo.
Entonces, como un engendro surgido de las profundidades del infierno, la fuente del ruido se dio a conocer.
Una mancha negra, que revoloteaba y aleteaba, surgió de entre sus frascos de loción y se lanzó hacia la luz del baño.
—Ay, Dios mío —gritó Tessa mientras salía al pasillo. Miró a través de un hueco, sin poder apartar los ojos de la cosa. Como un dragón en miniatura, la criatura batía sus alas furiosamente mientras chocaba con la luz resplandeciente: una batalla que solo tendría un ganador. Pero eso no le impidió a la bestia seguir intentándolo.
¿Qué era? ¿Una polilla? ¿Una de esas polillas gigantes que habían emigrado desde el sur y se habían instalado en Delaware? Fuera lo que fuera, parecía un presagio de muerte. Grande, peluda, negra como el carbón. Tessa cerró la puerta, lo que dejaba a la bestia atrapada en su pequeño cuarto de baño. Aquellas cosas la hacían sentirse enferma, y si la criatura tenía que morir para que ella pudiera dormir, así sería.
Tuvo que reírse. Había cerrado la ventana. Si la hubiera dejado abierta, la cosa podría haber encontrado una vía de escape. Ahora era su prisionera no deseada y no había forma de que volviera a entrar para enfrentarse a ella.
Esta era una situación para Jimmy, decidió. Él era quien se encargaba de matar a los insectos en la casa. Eso se había establecido desde el primer día. Tessa volvió a bajar las escaleras con pasos fuertes, esperando que Jimmy se despertara antes de que ella llegara.
No lo hizo. La sala de estar seguía a oscuras, pero distinguió la forma de Jimmy despatarrado en la misma posición que antes.
—Jim —dijo ella, apenas más alto que un susurro—. Jimmy. Despierta.
Nada.
—Oye, Jim. Tenemos un problema.
No. Profundamente dormido. Era hora de pasar a la acción.
Tessa se acercó a él y le acarició la pierna. Estaba frío, casi helado. Lo sacudió de nuevo.
—Jim, levántate. Te necesito.
No hubo respuesta muscular, ni reacción por parte de las terminaciones nerviosas de su marido. ¿Cómo podía dormir tan profundamente cuando a ella la podía despertar una paloma que arrullaba? Algunas personas tienen tanta suerte.
—Jimmy —dijo ella, esta vez más fuerte. Le apretó un poco más la pierna, clavándole parte de la uña.
Nada.
Tessa sintió que le faltaba el aire en los pulmones. Le comenzó a arder la frente por el sudor. Esto no era normal, ni siquiera para Jimmy.
Le agarró la mano. Fría como la escarcha del invierno. Lo sacudió, lo suficientemente fuerte como para que cualquiera recobrara la conciencia. No ocurrió nada. Tessa agarró la cara de Jimmy con ambas manos, sintiendo la carne fría, la piel áspera y, para su temor, algo húmedo.
En la penumbra, vio algo en los ojos de Jimmy. Parecían cerrados, pero de ellos emanaba un brillo, como si ambos fueran túneles que conducían directamente al más allá.
Se le adaptó la visión a la oscuridad presa del pánico. Tessa se levantó de un salto, y lo primero que pensó fue que tenía treinta años de formación médica en los que apoyarse. Su marido estaba sano y en forma. Le quedaban muchos años más de vida. Esto no podía estar pasando.
Tessa se abalanzó sobre la pared y buscó el interruptor de la luz con las manos temblorosas. Lo encontró, pero sintió una resistencia que no permitía que los dedos lo pulsaran. Si lo hacía, el horror cobraría vida, y algo le decía que sería un momento que recordaría el resto de su vida, independientemente de cómo resultara.
La luz tiñó la habitación de un amarillo intenso.
Tessa se llevó las manos a la boca, pero eso no consiguió detener sus gritos.
La energía le abandonó el cuerpo y se echó de rodillas por el desconsuelo. Esto no era algo que su formación médica pudiera arreglar. Nadie podía arreglar esto. Incluso el cirujano más experto lo consideraría una causa perdida en cuanto lo viera.
Jimmy estaba sentado desplomado en su silla, la sangre seca le cubría el cuello y su camiseta. Era un espécimen sin vida, algo que Tessa había visto muchas veces, pero nunca pensó que el cuerpo pudiera pertenecer al hombre que amaba.
Una segunda oleada de desconsuelo le llegó cuando se dio cuenta de que había pasado por delante de él hacía tan solo unos minutos. Se apresuró a buscar su teléfono para llamar a la policía, pero antes de que pudiera marcar el número con las manos temblorosas, vio algo que parecía fuera de lugar, incluso para una escena tan morbosa como aquella.
Vio una señal de vida en su marido.
En su frenesí, no lo había visto de inmediato. Había estado demasiado sumida en el pánico. Se acercó a regañadientes y se secó las lágrimas con el antebrazo.
Luego le sobrevino una tercera oleada de desconsuelo cuando se dio cuenta de que no era ninguna señal de vida. Los ojos de Jimmy reflejaban rayos de luz dorada, como si la muerte los hubiera transformado en pequeños espejos.
Al examinarlos más de cerca, así era.
Porque Jimmy llevaba monedas de plata donde debían de estar los ojos.
Tessa perdió todas las funciones básicas: la voz, la movilidad, el pensamiento cognitivo. Consiguió marcar el número del servicio de emergencia, y cuando se comunicó, lo único que pudo hacer fue gritar en el teléfono.