POV Atlas Baxter
¡¿Pero qué jodido demonio…?! La veo correr despavorida, como si hubiera visto al mismísimo diablo. Nunca había presenciado algo así: una mujer huyendo en dirección opuesta, a toda velocidad, después de topar conmigo. Normalmente corrían hacia mí, sobre todo después de un concierto. Pero esta…esta se fue como si estuviera escapando de una sentencia de muerte.
Frunzo el ceño, sacudo mi camisa manchada aún con el calor del café impregnado en ella, y suelto un resoplido mientras Julieta, la asistente de mi abuelo, me hace una seña para que la siga y me cambie. Luego de eso, por fin tendré la dichosa reunión con el viejo Ulises Baxter. No tengo idea de por qué tanto alboroto por verme en persona. Me sacó de Claymore, de mi rutina tranquila, de mi jodida paz.
**
Entro a la oficina del viejo, y lo encuentro entretenido con su bonsái, como siempre. Apenas me ve, sonríe. Esa sonrisa suya, mezcla de cariño y manipulación. Le doy un abrazo para luego mirarle.
―Toma asiento. ¿Quieres algo de comer o beber? ―Me ofrece, todo anfitrión.
Niego con la cabeza y me lanzo en el sillón con el cuerpo cansado y el alma medio agotada.
―¿A qué se debe mi presencia? ―Voy al grano. No tengo paciencia para rodeos.
―Noto que estás apresurado…o ansioso ―dice, con esa mirada que lo lee todo.
―Me pone de mal humor la ciudad ―respondo sin filtro.
―Entiendo…Estás acostumbrado a la vida de Claymore. La vida del vaquero solitario que dejó la milicia…y abandonó la música. ¿Qué pretendes hacer con tu vida, Atlas?
Hablar del futuro me incomoda. Como si me hubieran pedido que abrazara un cactus. Aclaro la garganta, incómodo.
―No abandoné la música. Solo…no he sacado nada nuevo ni dado conciertos ―murmuro, sonando como un idiota. Porque sí. Eso es abandono, y lo sabemos ambos.
―La jefa de Marketing y de Publicidad me comentó que el maravilloso cantante de country “Zeus Potter” dejó de contestar sus mensajes ―dice sin mirarme, como quien lanza un comentario casual.
Ruedo los ojos y suelto un resoplido más largo esta vez.
―Algún día le responderé.
Ulises se echa a reír, negando con la cabeza como si yo fuera el bufón de su corte.
―Ay, Atlas…realmente eres entretenido. Por eso eres mi nieto favorito.
Pongo los ojos en blanco, pero no puedo evitar que se me escape una sonrisa ligera.
―¿Cómo te has sentido? ―pregunto esta vez con seriedad. Porque, aunque a veces me saque de quicio, me importa. Mucho.
Aclara la garganta. Ese gesto suyo cuando quiere evitar el tema.
―No hablemos de tonterías. Vamos al punto ―suelta, cerrando la puerta emocional. Otra vez.
Hace un año que falleció mi abuela, su esposa, y todavía no ha querido hablar de eso. No lo culpo. Él fue el más afectado. Perdió al amor de su vida, y antes que eso, a su único hijo varón. Mi padre. Fue ese dolor lo que me arrastró al fondo del alcohol hace años.
El recuerdo se cuela sin permiso: aquella noche con una chica que me pagó como si yo fuera un jodido gigoló. Un servicio, una transacción. Sacudo la imagen.
―Te escucho.
―Necesito que consigas una esposa y me des un bisnieto ―dice sin más. Y mis ojos se abren como platos.
―¿Perdón?
―También dirigirás unos meses Baxter Company, mientras decides si retomar tu carrera como cantante…o vuelves a Claymore. Necesito un descanso y no hay nadie más en quien confíe.
Me lanza una bomba tras otra, sin pausa para respirar. Por un segundo me rio. Porque debe ser una broma.
―Me alegra que te lo tomes con humor ―dice con calma.
―Es que…¿¡Qué locura acabas de decir!? ―Me levanto de un salto, porque empiezo a darme cuenta de que lo dice en serio. Y la ansiedad me golpea el pecho.
―¿Por qué? ―Lo encaro.
―Tengo pocos meses de vida. Y mi nieto favorito necesita crecer, formar una familia, sentar cabeza. Además, posiblemente heredes todo esto.
Lo dice con tanta naturalidad que me dan ganas de gritarle. ¿Cómo puede lanzar algo así sin más? ¿Así, de golpe?
Pero lo que me deja sin aire no es la petición. Es lo de “pocos meses de vida”. Lo repito mentalmente, intentando procesarlo.
Perderlo a él… sería el fin de lo poco que me queda estable. Ulises ha sido mi figura paterna desde que papá enfermó. Es mi raíz, mi norte, incluso cuando suelta bombas como estas.
Trago con dificultad. Me arde la garganta.
―¿Cuántos meses? ―pregunto con la voz ronca, casi temiendo la respuesta.
―Tres meses ―responde, tras un silencio que me mata.
Sostengo mi cabeza entre las manos. Respiro hondo, como si pudiera tragarme el dolor y expulsarlo en forma de aire.
―Maldición… ―gruño, enfurecido con la vida, con el tiempo, con todo lo que no controlo.
―¿No hay manera de que…?
―Atlas, no la hay. ―Me interrumpe con firmeza.
Levanto la mirada. Su rostro está más cansado de lo normal. Y, aun así, mantiene esa expresión testaruda.
―¿Cumplirás mi última petición?
―¿Y Walter? ¿Él no podría hacerlo en mi lugar? Yo…No sé cómo manejar esta empresa. Y mucho menos cómo conseguir una esposa en tiempo récord ―suelto, sintiéndome cada vez más atrapado.
―Walter es muy amargado ―dice con una sonrisa―. Y sí, ama esta empresa. Está casado, es un buen empresario. Pero él no es mi pequeño Atlas. Tú eres la viva imagen de tu padre. De mi único hijo varón.
Y ahí sí. Me termina de desarmar. Este viejo…Este viejo sabe exactamente qué decir para doblarme.
La puerta se abre suavemente, dejando paso a Sofía Greidy. La conozco desde hace años, y siempre ha sido una figura importante en la vida de mi abuelo. Se acerca, y con un gesto de cariño, me abraza. Algo en su abrazo me calma, como si intentara disipar la tensión que la conversación con el viejo Ulises ha dejado flotando en el aire.
―¿Qué ocurrió, Sofía? ―pregunta mi abuelo, con una voz que destila confianza, como si esperara que todo estuviera bajo control.
―Sabes perfectamente qué ocurrió ―responde Sofía, su tono cargado de frustración―. Permitiste que pasaran por encima de mí. Mandaste a la de la junta directiva con la supuesta nueva asistente, cuando ya tenía a una muy buena por escoger.
Sofía no tiene problema en hablar directamente, y a veces eso es lo que más me sorprende de ella: su falta de filtro, algo que parece correr en la sangre de las personas cercanas a mi abuelo.
Ambos se miran con intensidad, y me siento como un espectador en medio de una conversación que se torna cada vez más incómoda. No soy el tipo que se involucra en estas disputas, pero algo me dice que debo intervenir.
―Pensé que necesitabas ayuda, rechazaste las primeras veinte ―dice mi abuelo, quien no parece molesto, más bien parece satisfecho, como si tuviera todo bajo control. Sofía, sin embargo, suelta una risa amarga.
―¡Porque todas eran como Lily Fox! ―exclama, visiblemente molesta―. Una heredera más que no tiene ni idea de lo que está haciendo.
No puedo evitar pensar que la situación es más complicada de lo que parece. Mi abuelo, siempre tan calculador, parece disfrutar de los juegos de poder.
―¿Y si abren otra vacante y tienen a ambas? Si alguna falla, se va y ya ―sugiero con voz calmada, intentando ponerle algo de lógica a la situación.
Mi abuelo me mira, y la sonrisa que se dibuja en su rostro es la de alguien que está disfrutando del caos. Parece satisfecho con mi intervención.
―Así habla un empresario ―dice, como si me estuviera otorgando un premio―. Hazlo, Sofía, llama a la chica que te gustó para el puesto y que ambas compitan en ganárselo. Si alguna falla, la echas y ya.
Sofía se queda en silencio por un momento, evaluando la propuesta. Pero es claro que algo en esa idea le atrae. Mi abuelo no tiene prisa, y se recuesta en su silla con la misma tranquilidad de siempre, como si este tipo de caos fuera parte de su rutina diaria. Y yo…yo solo sigo siendo un peón más en su tablero.
**
Salgo aturdido de la reunión, mi mente hecha un caos. Tres meses…la maldita cifra da vueltas en mi cabeza, y no puedo evitar que se me atragante. Tres meses para cumplir la última petición de mi abuelo, para hacer algo que nunca pensé que tendría que hacer.
―Atlas. ―Me llama Julieta, la asistente de mi abuelo, y me hace frenar mis pasos antes de salir.
―Te enviaré la información necesaria para mañana, como primer día dirigiendo. Estaré a tu lado, ayudándote ―añade, su voz llena de seriedad.
Asiento, agradeciéndole el apoyo, pero ni siquiera me fijo en ella. Mi mente está ocupada con la tormenta de pensamientos que me golpea. Tomo las llaves de mi auto que me entrega el Valet Parking, sin poder sacarme la sensación de abrumado que me recorre. Jamás pensé que tendría que enfrentar algo así. ¿Qué demonios voy a hacer?
Me siento en el auto, el motor arranca con un rugido familiar, pero el ruido del tráfico es lo último que alcanzo a registrar. Muevo el volante, dispuesto a salir de ahí, pero de repente…una cabellera rubia aparece de la nada. Lo detengo de golpe, el corazón me da un vuelco, y todo se detiene en un instante. Mi auto se para antes de alcanzarla, pero ella cae al suelo de una forma que me hace pensar que la atropellé.
Mis ojos se abren desmesuradamente. Salgo del auto, el pánico se apodera de mí. Personas empiezan a rodear el lugar, algunos susurrando sobre si he matado a alguien. Mi mirada se centra en ella: está tirada en el suelo, desmayada, pero…el auto no la tocó. No la toqué.
―Atlas, ¿se encuentra bien? ―pregunta Julieta, asustada, apareciendo de repente a mi lado.
―La atropelló ―suelta alguien en la multitud, y siento que me arde la piel.
―No lo hice, ella se tiró al suelo antes de que mi auto la pudiera tocar ―respondo con firmeza, aunque la culpa me consume.
―¿La dejará morir? Llamaré a la policía ―grita una anciana que se acerca, completamente insoportable.
―Es mejor que la lleves al hospital, no podemos involucrar a la policía, Atlas. Recuerda que eres una figura pública ―Me aconseja Julieta, con esa calma suya que me irrita en este momento. Pero tiene razón.
Respiro profundo, y todo lo que sé es que este día, este maldito día, no podría ser más caótico. No entiendo qué demonios pasa, pero esa mujer que ha destrozado mi paz más de una vez hoy, parece ser la causa de todo esto.
Me agacho, con el maldito nudo en el estómago, y la levanto entre mis brazos. Su bolso se rompe en el proceso, y Julieta se encarga de recoger las cosas que caen. Su cuerpo es liviano, pero el roce de su piel me eriza. La miro mientras la llevo al auto, y su rostro…maldición, es preciosa, incluso inconsciente en mis brazos. Algo en su presencia hace que mi cabeza estalle, como si el universo estuviera jugando conmigo.
Acomodo su cuerpo en el asiento trasero del auto, siento una corriente recorrer mi columna mientras aparto su cabello rubio de su rostro. Esta mujer es tan hermosa como desquiciada.
Este caos no se va a acabar, y algo me dice que aún me tiene reservado más de un desastre.