| El pasado ha regresado |

2272 Words
Momentos antes… POV Mirabella Winter Lleno mis pulmones de aire mientras mis ojos se elevan hacia la torre inmensa, majestuosa y sofisticada, que parece rasgar el cielo con su estructura de cristal y acero: “Baxter Company”. El nombre brilla en letras plateadas con un diseño moderno, intimidante. Ahí mismo, dentro de esa mole de poder y prestigio, se encuentra el corazón de una de las revistas de moda más importantes del país, “Luxe”. Y es ahí donde vi la oportunidad —una vacante como asistente en el departamento de moda—como una tabla de salvación lanzada en medio de un mar embravecido. Aprieto contra mi pecho la carpeta donde guardo mis documentos, títulos, cada certificado ganado con esfuerzo, mis viejos trabajos, mi pequeña experiencia transformada en valor…y fe. Son solo unas hojas, pero pesan como si llevaran toda mi vida encima. Pienso en mi pequeña Aurora, en sus ojitos plomo mirándome con esperanza, y de pronto, el nudo que me cierra la garganta amenaza con estallar en llanto. No. No puedo. Niego con fuerza, como sacudiendo la debilidad, y alzo la barbilla. Enderezo los hombros con la dignidad de quien ya no está dispuesta a suplicar migajas. Estoy aquí para luchar por un futuro mejor. Por ella. Por mí. Ofrecen un salario digno. Un verdadero salario. Uno que podría poner fin al suplicio, al miedo de los desalojos, al desvelo por las cuentas impagas, a la amenaza constante de la necesidad. No más vivir como si mi hija y yo fuésemos desechables. No más noches sintiéndome un fracaso. No más. Trago saliva con fuerza, sujetando ese temblor en el pecho mientras cruzo las puertas de vidrio que se abren automáticamente ante mí, como si dieran paso a otra dimensión. El aire es fresco, perfumado con un aroma sutil a eucalipto y flores blancas, y todo aquí brilla. Mármol pulido, acero cromado, luces bien distribuidas. Modernidad. Éxito. Un mundo ajeno al mío, pero al que estoy decidida a pertenecer. Llego a la recepción, donde una joven con cabello castaño en ondas perfectas, rostro armonioso y una piel impecable, me sonríe desde su puesto. Es tan hermosa y segura que por un segundo me invade la inseguridad. Paso una mano nerviosa por mi cabello, deseando que el peinado que me hice esta mañana luzca al menos presentable. Respondo su sonrisa como puedo. ―Vengo por la vacante de asistente en el departamento de moda ―digo, intentando sonar más segura de lo que me siento. ―Oh, excelente, ya han venido varias candidatas, pero la vacante sigue disponible ―responde con ánimo, dándome un pequeño empujón de confianza―. ¿Me indicas tu nombre? ―Mirabella Winter ―respondo, con el corazón golpeando cada sílaba. Ella anota algo en el ordenador con dedos rápidos, y al momento me entrega un pase colgante con la palabra “visita” impresa en letras negras. Lo tomo con manos algo sudorosas y me lo cuelgo al cuello. ―Piso once. Te espera Sofía Greidy, la jefa del departamento de moda de Luxe ―indica con amabilidad. ―Gracias ―respondo, apretando con fuerza el pase mientras asiento. ―Suerte, señorita Winter ―añade. Esa palabra, suerte…ojalá. Camino hacia los ascensores y me interno en una de las cápsulas de vidrio como si fuese una pasajera hacia lo desconocido. Una suave música instrumental llena el espacio…y entonces, entre notas, reconozco la melodía de la canción que Aurora estaba escuchando en la mañana. Aquella voz country, profunda, melancólica, que nos erizó la piel. ¿Qué tan popular puede ser esa canción para sonar hasta aquí? El pensamiento me hace fruncir el ceño. A lo mejor es una señal. Al llegar al piso once, las puertas se abren con un sonido suave y una ráfaga de actividad me envuelve. Todo es movimiento, dinamismo, estilo. Personas van y vienen con prendas exquisitas colgadas en brazos, estantes rodantes con zapatos brillantes, joyas que resplandecen bajo las luces. Un universo de telas, bocetos y belleza. Me siento como si acabara de abrir la puerta a mi propio paraíso. Un escalofrío me recorre. Pertenecer aquí sería como tocar un sueño con los dedos. Camino con cautela, esquivando un par de personas con rollos de tela en brazos. Me disculpo, apresuro el paso, mis ojos recorren cada rincón con ansias, hasta que una voz femenina y firme me llama: ―Aquí. Una mujer de cabello castaño recogido con elegancia y un porte tan firme que impone respeto, me hace señas con un dedo. Me acerco sin dudar. ―Buen día, soy… ―Mirabella Winter, sí, me acaban de comunicar tu llegada. ¿Tus documentos? ―Interrumpe, con una eficiencia que no deja espacio para titubeos. Asiento de inmediato y le entrego la carpeta. Ella me examina rápidamente, de pies a cabeza. Su mirada se detiene unos segundos más de la cuenta en mi atuendo. El conjunto que cosí a mano con esmero, puntada por puntada, en aquella máquina que me regaló la señora Helena, mi vecina del primer piso. Cierro los dedos sobre la tela, sintiendo el orgullo y la necesidad mezclarse. Una joven entra con una bandeja y me ofrece un vaso de café. Lo tomo con ambas manos, agradecida, y sobre todo para disimular el leve temblor que me sacude desde las muñecas. ―Gracias ―murmuro, casi en un hilo de voz. ―Interesante. Estudiaste diseño de moda ―comenta al leer. ―Sí, tomé clases nocturnas ―respondo, con un dejo de orgullo. Lo hice con lo poco que tenía. A veces sin cenar, pero jamás dejé de asistir. ―Has tenido múltiples trabajos…pero ninguno relacionado directamente con la moda. ¿De verdad crees que estás preparada para este puesto? Es un lugar demandante, no una pasarela. ―Puedo ―respondo con firmeza, aunque mi voz tiembla un poco―. Estoy capacitada para cualquier entorno de alta presión. Tengo disponibilidad completa y, si algo no lo sé, lo aprenderé. Me comprometo a ser la mejor. No voy a defraudarla. Se lo aseguro. Mis latidos retumban, como si compitieran con mis palabras. Cada una nace del fondo de mi alma, porque sé lo que está en juego. Ella sonríe, cierra la carpeta, y esa expresión en su rostro me descoloca. ―Me gusta esa actitud. Hace tiempo que no veía a una chica joven con tanta hambre de avanzar, con ese brillo en los ojos que solo se obtiene al pasar por el fuego. Tú, Mirabella, tienes algo especial. Como si hubieras vivido demasiado en muy poco tiempo. Y eso te hace fuerte. Una fortaleza cruda, sin adornos. Eso no se aprende en la universidad ―declara, mirándome fijamente. Trago saliva con fuerza. ¿Eso fue un elogio o un rechazo elegante? No lo sé. Pero mi garganta arde. ―Será un honor demostrárselo ―respondo con voz rasposa, ahogada de emoción. Porque sí. Todo lo que viví me ha traído aquí. Mi hija, mi historia…y esta esperanza. ―Bueno, señorita Winter, es de mi agrado darle la bienvenida a… De pronto, un golpeteo en la puerta la interrumpe. Las palabras quedan suspendidas, a centímetros de cambiar mi vida. Me giro con suavidad y mi cuerpo se congela. Los ojos grises de Lily Fox me atraviesan como dagas al reconocerme. A su lado, otra mujer—probablemente una empleada—la acompaña. Y, en ese instante, el aire parece volverse más denso, como si la historia no estuviera ni cerca de dejarme avanzar sin reclamar lo que dejé atrás. ―Sofía, el puesto ya está ocupado. El señor Baxter dio la última orden, y la señorita Fox tomará el cargo de asistente en el departamento de moda ―anuncia la mujer, con una sonrisa diplomática que se siente como una daga. ―Es un honor, señora Greidy ―menciona Lily con su tono suave y elegante, el mismo que siempre usó para humillarme con sutileza. Me quedo congelada. El nudo en mi garganta crece como si no tuviera límite. La impotencia me aprieta el pecho, la frustración me arde por dentro. Otra vez. Otra vez Lily aparece para joderme la vida, como si no hubiera tenido suficiente con el pasado. Acomoda su cabello oscuro con ese gesto perfecto y estudiado, como si el mundo entero le perteneciera. Siempre ha sido una belleza de portada, la heredera de una de las familias más reconocidas. Nunca fue desterrada, nunca fue señalada, nunca la humillaron públicamente. Era lógico, evidente, inevitable…Ella es todo lo que yo no soy. ―Disculpa, Ximena, pero no se me ha notificado nada…Y yo estaba por escoger a quien me parece perfecta para el puesto. No sé nada de la señorita Fox, esto me parece una falta de respeto, y hablaré con el señor Baxter ―espeta Sofía, molesta. Niego con la cabeza. No quiero ser la causa de un conflicto. No ahora. Ya bastante tengo con mi corazón latiendo como loco en el pecho y mis sueños tambaleando otra vez. ―Es mejor que me vaya. Gracias, señora Greidy, por todo ―murmuro con voz apenas audible, sintiendo cómo la garganta se me cierra. Solo quiero salir corriendo. Escapar. Encontrar un rincón donde poder llorar sin que Lily me vea derrotada, una vez más. ―Mirabella… ―Me llama Sofía, y hay pena en su voz, como si no pudiera hacer nada por evitar lo que acaba de pasar. Paso por el costado de Lily, que me dedica una sonrisa petulante, cargada de victoria. Esa sonrisa que tantas veces vi en el pasado y que ahora vuelve a recordarme cuál es mi lugar: abajo. Siempre abajo. Presiono el botón del ascensor con desesperación, con la angustia subiéndome por el pecho y el alma hecha trizas. ¿Qué le diré a Aurora ahora? ¿Cómo le explico que su madre no lo logró, otra vez? ¿Cómo le confieso que soy un fracaso? ―Mierda… mierda ―murmuro con la voz rota, a punto de explotar. El ascensor está lleno y no me importa. Me meto igual, reprimiendo las lágrimas que me hierven en los ojos. Pienso que tal vez debería hacerme esa limpia que me recomendó Rory…Pero no creo que funcione. Dios ya debe estar cansado de que le hable todas las noches, rogando por una oportunidad que nunca llega. Cuando las puertas del ascensor se abren, salgo corriendo. Cabeza baja. Vaso de café intacto en las manos. Las lágrimas nublándome la vista. Y justo cuando creo que nada puede empeorar… Choco con alguien. El café se derrama con violencia y cae encima de una camisa clara. Me detengo en seco. Alzo la mirada, horrorizada. Es un hombre. No, no cualquier hombre. Uno atractivo, con el rostro más impactante que he visto fuera de una pantalla. Ojos verdes, cabello castaño despeinado con elegancia, y una barba apenas marcada que lo hace parecer salido de una fantasía. Y cuando pensaba que el universo ya me había hecho suficiente daño…resulta que acabo de tirarle el café al hombre más ardiente. Actualidad… Quiero que me trague la tierra. Que me borren. Que me abduzcan los alienígenas. Lo que sea. Pensaré seriamente en la limpia. Mi corazón no deja de latir a mil y mis mejillas arden como fuego. ¡Acabo de tirarle el café, insultarle, gritarle y encima me vio llorando! Al mismísimo heredero de Baxter Company. ¿Y lo peor? Es guapo. No de forma normal, sino de esa que duele. Como esos hombres de portada, que no parecen reales. Él lo es. Y está delante de mí. Con su camisa manchada y esa expresión tan difícil de descifrar. ―Lo siento tanto…Dios mío ―murmuro con vergüenza al darme cuenta de quién es. ―No te preocupes ―repite él con seriedad, su tono seco, como si quisiera que dejara de hablar ya. ―Oh, señor Baxter, le llevaré al departamento de moda para que se cambie ―interviene una chica, intentando arreglar la escena. Pero él le ignora por completo. ―¿Trabajas aquí? ―Pregunta, mirándome directo. ―No… ―respondo bajito, deseando desaparecer. ―¿Cómo te llamas? ―No es necesario que sepa mi nombre, a menos que quiera denunciarme ―balbuceo, sin pensar. Él suelta una pequeña risa, grave y contenida. ―¿Denunciarte por un accidente con el café? Oye, no soy un ogro. ―Como Shrek ―susurro, más para mí misma. Aurora ama esas películas. ―¿Qué? ―Es que mi… ―Las palabras se me cortan. Mis ojos se abren como platos. Allí están, dos hombres, conocidos, odiados y familiares. Los emisarios de mi infierno. Mi cuerpo se enfría. El corazón me late con una fuerza que me deja sin aire. Los reconozco al instante: los hombres de mi padre. Esos que suelen buscarme para llevarme al hospital a "donar" mi sangre. Matones, cobradores de deudas, sombras de mi pasado que creí haber dejado atrás. ¿Cómo me encontraron? Reacciono por instinto y corro. ―¡Espera! ―exclama el heredero Baxter, pero no le hago caso. No puedo dejar que me atrapen. No hoy. No ahora. Estoy débil, llevo días sin comer bien, sin dormir. Tomo fuerzas de donde no tengo y corro, con el corazón palpitando enloquecido, hasta encontrar el baño de mujeres. Me encierro. Me escondo. Mi respiración es agitada, mis manos tiemblan y mi pecho sube y baja con un miedo que me quiebra. Ahora no solo di una pésima impresión al heredero de este lugar…también corrí como loca. Y me vio, él me vio. Manoteo mi frente, tratando de que todo esto desaparezca. Pero no desaparece.
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