| Encuentro desastroso |

3718 Words
Mirabella Winter Días después… Me miro al espejo, de lado, conteniendo el aliento, esperando que el vientre aún no delate nada. Mi reflejo me observa como una extraña, como si ni siquiera yo pudiera reconocerme. Todavía sigo en estado de shock desde que descubrí que estaba embarazada. Lloré toda la noche, en silencio, abrazada a la almohada, con la garganta hecha un nudo y la piel helada de tanta soledad. Me sentía rota, vacía, completamente perdida. No tenía a quién acudir, nadie en quien confiar. Aquellos en quienes había depositado mi lealtad, mi cariño, mi fe…fueron los mismos que trituraron mi confianza hasta convertirla en cenizas. Estoy esperando un bebé. Un hijo que es de un hombre que no conozco, un desconocido, un stripper del que no recuerdo su rostro, ni su nombre, ni el sonido de su voz. Solo sé que fue aquella noche donde lo perdí todo, y también lo gané todo, sin saberlo. Rompí el compromiso con Víctor, soy la burla de la alta sociedad, la decepción más vergonzosa para mi familia…soy un desastre andante. Escucho la voz grave de mi padre resonando desde la planta baja de la mansión Winter. Automáticamente bajo la blusa con rapidez, cubriendo mi abdomen, como si eso ocultara la verdad. Aunque sé que es muy pronto para que se note algo, el miedo de ser descubierta me oprime. Aun así, debo enfrentarlo. Tengo que reunir el coraje suficiente para contarle, encontrar las palabras adecuadas, asumir las consecuencias como una adulta. Soy su hija, y aunque nunca lo haya demostrado, quiero creer que no será capaz de odiarme por completo. Enderezo mi espalda, inhalo profundamente y comienzo a bajar la escalera, cada paso retumba con los zumbidos desesperados de mi corazón. Mi garganta se aprieta. El aire se espesa. Al alzar el rostro, me detengo unos segundos al ver a Lía Winter, mi madrastra, de pie con los brazos cruzados junto a su hijo, Leone Reed. Él apenas me lleva unos años, siempre ha sido un hombre atractivo, con ese cabello castaño despeinado y esos ojos grises llenos de misterio, pero jamás fuimos cercanos. Es callado, distante, un enigma dentro de esta casa. Y ahí está él. Mi padre. Pascual Winter. De pie como una estatua de hielo, con esa mirada de piedra que corta como cuchillas. Sostiene una carpeta en la mano y su rostro parece tallado por la furia contenida. Siento como si todos me estuvieran juzgando en silencio, como si cada par de ojos clavados en mí me desnudaran el alma. Llego al final de la escalera y respiro hondo, preparándome para el golpe. ―¿Algo ocurre? ―pregunto en un hilo de voz, intentando sonar natural. ―Eso deberías de decírnoslo ―responde Lía con tono venenoso, cruzándose de brazos como si esperara ver mi caída desde la primera fila. Suelto una risa nerviosa, más por defensa que por gracia. ―No sé qué… ―¡Me hiciste perder millones! ―brama mi padre con voz de trueno, haciendo que me estremezca―. Millones que le di a tu prometido…corrijo, a tu ex prometido. ¡Recibí el anuncio oficial de que el compromiso se canceló! ¿Te das cuenta de lo que eso significa? ¡La alianza más poderosa que íbamos a formar se vino abajo por tu culpa! ¡¿Qué has hecho, Mirabella?! Su grito rebota en las paredes, penetrándome hasta los huesos. ―Él me engañó, papá. Lo encontré con… ―¡No quiero escuchar excusas estúpidas! ―Me interrumpe sin piedad. Mis ojos se abren, incrédulos, dolidos. ―Papá… ―¡No me llames así! ―Me corta, y su voz retumba en mi pecho como un latigazo. Me quedo sin aire por un instante. ―¿Recuerdas la prueba de sangre que te pedí? ―Pregunta con los ojos encendidos―. Para ver si eras compatible con Lía. Trago con dificultad. De pronto, lanza la carpeta directo a mi pecho. La atajo torpemente, mis manos tiemblan tanto que casi la dejo caer. ―Estás embarazada ―escupe como si fuera veneno―. ¡¿Acaso he criado a una zorra?! Me paralizo. Siento cómo todo en mí se congela. Giro ligeramente la cabeza, y mis ojos se topan con los de Lía, que apenas puede disimular la sonrisa de satisfacción que se dibuja en sus labios. Se cubre con la mano como si fuera un gesto educado, pero la burla es evidente. Leone, en cambio, desvía la mirada al suelo, como si le avergonzara formar parte de este espectáculo. Siento el ardor en mis ojos, las lágrimas amenazando con desbordarse. El cuerpo entero me tiembla como una hoja en medio de una tormenta. El nudo en la garganta se hace más grande, más asfixiante. ―Lo siento… ―susurro, apenas audible. ―¡Nada de disculpas! ―grita con furia―. ¡Te vas a deshacer de él! Mis ojos se abren desmesuradamente, el pánico se apodera de mí, me inunda como un maremoto. Niego con la cabeza, retrocediendo un paso, aferrándome a mi vientre instintivamente. ―No…no quiero ―murmuro con voz quebrada. ―¡¿Que no quieres?! ¡Vas a manchar nuestro apellido! ¡Dime al menos si sabes quién es el padre! ―vocifera acercándose como una amenaza. Retrocedo más, como si pudiera escapar de su furia. ―No… ―sollozo con las lágrimas desbordándose finalmente. Siento que me estoy derrumbando, que me están arrancando todo lo que soy, todo lo que tengo. ―Lo que faltaba…tu madre no pudo darme un hijo legítimo, y ahora la única que lleva mi apellido es una zorra estúpida ―escupe con un desprecio que me corta el alma en dos. Sus palabras son cuchillas afiladas que se hunden en lo más profundo de mi pecho, desgarrándome lentamente. Lo miro con los ojos abiertos de par en par, incapaz de comprender en qué momento mi padre dejó de ser humano. No lo reconozco. Este hombre no es el que me crio…o quizás siempre fue así, y yo solo me negué a verlo. ―Me devolverás el dinero que le diste a tu ex prometido ―añade con una frialdad inhumana. ―¿Cómo…? Son millones ―balbuceo, sintiéndome más pequeña que nunca, como si me hubieran arrancado la voz junto a la dignidad. ―Debiste pensar en eso antes, Mirabella ―espeta con dureza, caminando de un lado a otro, como una bestia encerrada, restregándose los dedos en la barba mientras busca la manera más cruel de deshacerse de mí. Se detiene de pronto. Me clava la mirada. Luego gira lentamente la cabeza hacia Lía, su esposa, que lo observa con satisfacción mal disimulada. ―En los exámenes…los Doctores casi se pelearon por ofrecerme una absurda cantidad de dinero para que te llevara a donar tu sangre. ―Su voz es tranquila, casi burlona. Luego alza una ceja―. La llamaron “Sangre dorada” …y, además, es compatible para contrarrestar la enfermedad de mi querida Lía. Mis cejas se fruncen, el desconcierto me invade. ¿Sangre dorada? ¿Qué está diciendo? ―Darás tu sangre para Lía cada cierto tiempo ―dicta con la voz de un verdugo―, y yo me encargaré de descontar poco a poco el dinero de tu deuda. En cuanto al bebé…mientras vivas bajo mi techo, harás lo que te diga. Y lo que te digo es que terminarás con ese embarazo. Mis labios tiemblan, el horror me paraliza. ―De lo contrario ―añade con un tono gélido―, te irás de esta casa. Siempre y cuando, en cuanto se te llame, acudas corriendo a cumplir con tu parte. Siento que el suelo se me va, que me falta el aire, que me ahogo en mis propias lágrimas. ―Papá…soy tu hija, no un objeto…ni un animal…un animal tiene más derechos que yo ―suelto entre sollozos, mi voz quebrada se rompe como cristales cayendo al suelo. ―Ya no lo eres ―responde sin pestañear―. A partir de ahora, solo eres una donante. Y mi corazón duele como si alguien lo apretara con ambas manos hasta hacerlo sangrar, como si lo arrancaran de mi pecho y lo pisotearan frente a mí. No puedo respirar, no puedo hablar. Caigo de rodillas, vencida, por la acometida de mis propios sollozos. Él se gira, indiferente, y se marcha sin volver a mirarme. Lía lo sigue, altiva, sin ocultar la sonrisa de triunfo pintada en sus labios. Me mira como si fuera basura útil, como si finalmente hubiera encontrado la manera de exprimirme hasta secarme. Entonces, sin esperarlo, Leone se acerca. Mi hermanastro. Se agacha lentamente en cuclillas frente a mí, sosteniéndome el rostro entre sus manos. Su piel es cálida, firme. Su cercanía me hiela la sangre. Jamás…jamás me había tocado así. Él siempre había evitado mi mirada, mis saludos, incluso mis sonrisas. Pero siempre sentí sus ojos sobre mí cuando creía que no lo notaba. Como un fantasma. Como un cazador silencioso. ―Eres tan hermosa cuando lloras ―dice, y sus palabras me atraviesan como una descarga eléctrica, provocándome un escalofrío. Le aparto la mano de un manotazo, con rabia, con miedo, con repulsión. Mis lágrimas siguen cayendo sin control. Él chasquea la lengua, se pone de pie lentamente, observándome desde arriba mientras intento recuperar el aliento entre el llanto desgarrado. ―Realmente no vales nada ―susurra con crueldad―. Perdiste tu valor cuando le abriste las piernas a alguien más…pobre Mirabella. Y luego se marcha con calma, dejando el eco de sus palabras colgando en el aire como una soga invisible alrededor de mi cuello. Me quedo sola, tirada en el suelo, rota, con el corazón deshecho. Nunca había llorado tanto, nunca había sentido tanto dolor, nunca me había sentido tan vacía, tan insignificante. Soy nada, solo una estúpida que cometió un error tras otro, que confió en Víctor, en Lily, que se entregó a un desconocido sin pensarlo…y ahora estoy completamente sola. ** Actualidad. Seis años después… Me coloco un parche en el brazo y suelto un quejido ahogado al sentir el ardor punzante de la piel herida. Van dos donaciones seguidas en menos de una semana, y no les importa si me mareo, si me siento débil, si mi cuerpo se resiente. Nunca les ha importado. No soy más que un recurso, una herramienta útil. Me observo en el espejo mientras cierro el anaquel del baño, y al levantar la mirada, lo primero que veo son mis ojos azules, apagados, rodeados por unas ojeras violáceas que parecen dibujadas con carboncillo. Intento disimular el cansancio con algo de maquillaje. Base, corrector, rubor suave…nada logra devolverme la chispa. Aun así, me esfuerzo. Peino con esmero mi cabello rubio, dejando que caiga en ondas suaves por mis hombros. Quiero verme decente, lo más presentable posible para la entrevista de trabajo. Es mi única oportunidad. La única que tengo en mucho tiempo. Salgo del baño tras un resoplido, obligándome a sonreír. Debo mostrar fortaleza. Aunque por dentro me sienta hecha pedazos. Camino hasta la sala de nuestro pequeño apartamento a renta controlada. No es el lugar que soñé, pero es todo lo que he podido pagar sin caer otra vez en las garras de quienes me trataron como una mercancía. Sin duda me hubiera encantado ofrecerle algo mejor…algo digno. Pero entonces la veo. Y todo se ilumina. Aurora baila en medio de la sala al ritmo de la música que emana de la radio. Su vestido gira con cada paso, alzándose como una pequeña flor en movimiento. Tiene el cabello castaño alborotado, lleno de vida, seguramente heredado por su padre, y unos ojos plomo tan grandes que parecen dos lunas llenas. Sus botas de lluvia naranjas —su color favorito— completan ese cuadro perfecto, tan suyo, tan libre. ―¡Mami! ―grita al verme, corriendo hacia mí con los brazos abiertos. Me toma las manos con una sonrisa resplandeciente y comienza a bailar conmigo sin darme opción. ―¿No sabía que te gustaba la música country? ―le digo, alzando las cejas con sorpresa, siguiendo su paso. ―Esta me gusta…tiene una voz bonita el cantante ―responde, y tiene razón. Tiene una voz grave, melancólica y dulce a la vez, tan intensa que me eriza la piel sin darme cuenta. Escucho con atención la letra, que entra como una flecha en mi pecho. “Porque tú…me dejaste marcado el alma, como un fuego que no calma, como un sueño que no quiere despertar. Y aunque ya no estás aquí, en cada canción estás tú, te juro que te vi…en el viento al pasar.” Pestañeo, tratando de parpadear la emoción que se me acumula en los ojos. La canción me sacude, no sé por qué. Algo en ella me estremece de forma extraña. Como si alguna parte dormida de mí la reconociera. La canción termina y escucho al locutor retomando el aire. ―Y esa canción fue “Te vi en el viento” de un no tan activo cantante de country, que tuvo muchos éxitos, ¡como esta grandiosa canción del álbum…! Apago la radio de inmediato al ver la hora. ―Es hora de dejarte con Rory, mientras voy a una entrevista ―le digo, mientras tomo su mano y, con la otra, hago malabares con su bolso y mi vieja cartera. Suspiro mientras salimos―. Pensé que a ambas nos encantaba Taylor Swift ―le comento entre risas. Aurora me lanza una mirada de fastidio y rueda los ojos, provocándome una sonrisa. ―Solo a ti te gusta Taylor Swift ―dice con total seriedad, y abro la boca, fingiendo estar horrorizada. ―Oye…tiene muy buenas canciones. ¡Y ella antes cantaba country! ―replico con fingida indignación. A diario la escucho, canto a todo pulmón en la ducha, mientras cocino, mientras limpio…tal vez la he saturado un poco. En cuanto cruzamos el umbral del edificio, me suelta la mano y corre como una ráfaga hacia una figura familiar. ―¡Roro! ―grita, lanzándose a los brazos de nuestra vecina y amiga, Rory Robinson. Rory nos da una sonrisa cálida. Tiene mi edad, piel muy clara, cabello azabache, ojos azules y un aire rebelde y maternal a la vez. Es tatuadora, fuerte, independiente. Estuvo conmigo en el parto, cuando casi doy a luz subiendo cajas hacia este apartamento, después de que me echaran del anterior por no poder pagar la renta. Ella fue la primera en sostener a mi hija. Ha sido testigo de cada paso de Aurora, y la adora. ―Pequeña revoltosa ―dice Rory, agachándose para abrazarla―. Hice nuestro desayuno favorito. ―¡Leche con cereal de colores! ―grita Aurora levantando los brazos con emoción. Me acerco y le doy un abrazo, dejando un par de besos en sus mejillas sonrosadas. ―Volveré y veremos nuestra serie ―le prometo. ―Ese trabajo es tuyo, mami. Eres la mejor ―susurra abrazándome del cuello, y siento el nudo en mi garganta subiendo como lava. Me quiero echar a llorar de la ternura, pero me obligo a mantener la compostura. No puedo arruinarme el maquillaje. ―Vamos, que va a llegar tarde ―dice Rory con una sonrisa cómplice. Me aclaro la garganta, lanzo besos al aire para ambas y le entrego el bolso con las cosas de Aurora. Apresuro el paso. Mi corazón late con fuerza, lleno de esperanza. Tomo un taxi y me dejo llevar por el vaivén de la ciudad. Hoy es el primer paso hacia un futuro diferente. Tengo estudios de diseño de moda que completé en mis tiempos libres, trabajando de día, estudiando de noche. He llegado hasta aquí con esfuerzo, lágrimas, y amor. Estoy lista para darle una mejor vida a mi hija, para pagar las deudas, para ofrecerle algo más que promesas vacías. Ella merece un hogar. Y yo…también. ** POV Atlas Baxter Suavizo mis sienes, una punzada de frustración golpeando mi cabeza mientras pienso si debo subir o simplemente regresar a mi rancho. Esto es ridículo. No debería de estar aquí, fingiendo que soy feliz en medio de la ciudad abarrotada de autos, personas grises con trajes impersonalmente caros, y un caos sin fin. Pero aquí estoy, por mi abuelo, que me pidió con urgencia mi asistencia, y no puedo desobedecerle. Un pensamiento de arrepentimiento cruza mi mente y casi giro sobre mis talones para irme, para huir de todo esto. Pero justo cuando estoy a punto de dar un paso atrás, una mujer tropieza conmigo, derramando su bebida sobre mí. El café se desliza por mi camisa, empapándola de inmediato. Mi cuerpo reacciona instintivamente: la sacudo, y al alzar la mirada, nuestros ojos se encuentran. Unos ojos azules que me atrapan al instante, y en su profundidad puedo ver algo que no puedo identificar con claridad, pero que me inquieta. La tristeza parece envolverlos, y por un momento, algo en mi pecho se estremece. Es hermosa, con una cabellera rubia que cae desordenadamente sobre sus hombros, sus rasgos juveniles bien definidos y un escote...Mierda, Atlas, quita la mirada de ahí. Intento ordenar mis pensamientos, respirar profundamente, mientras me rasco la nuca, sintiendo la incomodidad en mi estómago. ―Eh, creo que… ―intento disculparme, por más que en realidad soy yo el que está embarrado. ―¿Acaso no ves por dónde caminas? ―Me responde, su voz llena de furia, y la irritación en sus palabras me hace levantar una ceja. Mi entrecejo se aprieta. ¿En serio? Estoy a punto de explotar, pero en lugar de ceder a la rabia, suelto una risa sarcástica y contesto: ―Tú fuiste la que se tropezó conmigo. ¿No ves mi camisa manchada con tu café? ―gruño, mirando directo a sus ojos, sintiendo cómo la tensión crece entre nosotros. ―Te diste la vuelta y caminaste en dirección contraria, grandulón. No eres dueño de este pasillo ―espeta, con una rabia que parece ser más personal que lo que la situación requiere―. ¿Y sabes qué? Que se jodan todos, jódete tú, jódanse, estoy cansada. Hoy no es mi día, y lo menos que quiero es tener que lidiar con hombres machistas que no aceptan su error. ¿Cuánto es lo de la tintorería? Te lo pago. ¿Machista? ¿Que me joda? Mis ojos se agrandan por un segundo, y una oleada de frustración recorre todo mi cuerpo. Mi mente da vueltas y de repente la imagino de otra forma, en otra situación, sin tanto odio en sus palabras, sin esa energía tan provocadora...Yo te jodería de otra manera, pastelito. Trato de apartar esos pensamientos, pero no puedo evitar sentir una tensión en el aire. Es joven, parece tener unos veinte años, con ese aire inocente y a la vez desafiante. Como un dulce pastelito, joder, Atlas, céntrate. No sé por qué no la mando al demonio y por qué sigo escuchándola. Paso mi lengua por las encías, molestándome y respiro profundo. La chica saca de su cartera unos billetes arrugados. ―Genial, ahora no tendré para el taxi ―murmura frustrada. ―No tienes que pagarme, déjalo así. Es una estúpida camisa ―digo, esperando que se vaya de una vez por todas. Pero entonces, algo cambia en su mirada. Ella me observa con esos ojos enormes que se llenan de lágrimas con una rapidez desconcertante. Mi estómago da un vuelco. ¿Por qué siento ahora una extraña necesidad de consolarla? Se cubre el rostro con las manos y solloza. ¿Qué demonios? Yo...yo no debería sentirme mal. Yo soy al que tropezaron, el que fue insultado, el que ahora tiene café en su maldita camisa. ¿Por qué me siento como si estuviera haciendo algo mal? ¿Por qué me inquieta verla así? ―Oye... ―murmuro, pero no sé qué hacer en estos casos. ―Yo…lo siento tanto ―dice finalmente, sus palabras como un susurro quebrado. ―Tranquila ―respondo sin saber muy bien por qué. Algo en su fragilidad me desarma. ―De verdad, he actuado terrible, déjame ayudarte con la camisa ―dice de repente, acercando sus manos a mi abdomen. Se detiene, pero su toque sigue siendo firme y decidido, aunque su intento de limpiar el café es inútil, y en lugar de eso, me electrifica por completo. El contacto de sus dedos sobre la tela provoca una reacción que me desconcierta. Mi cuerpo se tensa, mis sentidos se agudizan, y siento como si todo mi ser reaccionara a ella, a la cercanía, a la vulnerabilidad que transmite. La observo con los ojos entrecerrados, intentando entender por qué me siento tan incómodo con este deseo súbito de ella, tan errático, tan fuera de lugar. ―He dicho que está bien ―pronuncio entre dientes, intentando controlar la tensión que se ha formado en mi cuerpo. ―Puedo hacerlo si te la quitas y la lavo en el lavamanos ―suelta sin pensar, y mis cejas se arquean. ¿Qué mierda acabas de decir? ―¿Mala idea? ―Muerde su labio inferior, y mis pensamientos se detienen. Mi espina dorsal sufre un espasmo, como si su gesto tuviera el poder de romperme, como si fuera algo más que una simple provocación―. No es que quiera verte desnudo…bueno, no estoy diciendo que seas horrible ni nada atractivo, pero, ese no es el punto y lo estoy empeorando todo ¿Cierto? Asiento con la cabeza, un tanto confundido por la locura de la situación. Esta chica está loca como cabra, definitivamente. ―Señor Baxter ―dice la asistente de mi abuelo interrumpiéndonos, mientras yo aún estoy ahí, inmóvil, con ella sosteniendo mi camisa en sus manos. ―¿Un Baxter? ―pregunta la rubia, sorprendida. ―Sí ―respondo, un tanto tenso, notando cómo su rostro cambia, la sorpresa dibujándose en sus ojos, y de repente, se aleja como si hubiera visto a un fantasma. ―El dueño de... ―empieza a decir, pero no le dejo continuar. ―Este pasillo ―digo tajante, mirando a la chica. Los ojos de ella se agrandan al darse cuenta de que acaba de casi desnudar al heredero de todo este lugar, y eso solo añade más complejidad a este maldito encuentro.
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