De nuevo en la habitación de un hotel, Gabriel y su exnovia hicieron el amor salvajemente, ella conociéndolo tan bien como lo hacía se aseguraba de hacer las cosas que sabía que lo volvían loco de pasión, sabía lo que le gustaba y estaba dispuesta a dárselo en un último intento de evitar que él diera el —sí quiero— al día siguiente frente a el juez. Gabriel por su parte no pensaba, solo sentía, por un espacio de varias horas el cuerpo de esa mujer le ofreció el escape que buscó en el alcohol mientras estaba solo en el bar, por unas horas no existió la boda y su libertad no se veía amenazada por una esposa.
Después de interminables y rudos juegos eróticos, coitos en diversas posiciones, de éxtasis mutuo, Gabriel volvió en sí, recordó que Elena existía y desde ese mismo instante comenzó a s
