II. Sombras y susurros

1133 Words
II Sombras y susurros La puerta se cerró con un sonido sordo tras Amara, dejando fuera el ulular del nocturno viento londinense. El interior de la casa era todo lo que había imaginado y un poco más. Las paredes estaban cubiertas de tapices oscuros que parecían absorber completamente la luz de las llamas de las velas, y el aire olía a una mezcla embriagadora de incienso, flores y cera derretida. El suelo crujió suavemente bajo sus pies al avanzar con cautela, sintiendo cómo la calidez del ambiente contrastaba con el frío implacable del exterior. La atmósfera tenía un peso extraño, como si el tiempo dentro de aquella casa transcurriera de manera distinta, más lenta, más densa. Cada sombra parecía moverse con vida propia, alargándose y contrayéndose al ritmo de las llamas parpadeantes. En una de las esquinas de la habitación principal, una gran mesa de madera oscura estaba cubierta con objetos que parecían pertenecer a otro tiempo: libros de cuero gastado con inscripciones en lenguas antiguas, frascos de cristal que contenían sustancias desconocidas, velas derretidas hasta la base y un relicario de plata con un diseño intrincado en forma de luna. Amara dejó que sus dedos se deslizaran por la superficie de la mesa, sintiendo la frialdad de los objetos. Su mirada se detuvo en un espejo cubierto con una tela de terciopelo n***o. La tela parecía vibrar ligeramente, como si ocultara algo que ansiaba ser descubierto. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando un susurro apenas audible rompió el silencio. No estaba sola. La sensación de ser observada se hizo más intensa, como si la casa misma la estuviera midiendo, evaluando su presencia. Amara tragó saliva y, con un último vistazo a la puerta cerrada tras ella, supo que ya no había vuelta atrás. Ella continuó observando toda la estancia, en un vano intento de ganar fuerzas para continuar; no podía rendirse en este momento, no cuando estaba tan cerca de lo que ha estado buscando. En el centro de la habitación, había una mesa de madera negra que brillaba bajo la tenue luz, cargada de objetos que desafiaban toda lógica: cristales que parecían latir como corazones desenfrenados, frascos llenos de líquidos que cambiaban de color y un espejo ovalado cuyas sombras parecían moverse por voluntad propia. Madame Celeste, con su vestido de terciopelo carmesí y su cabello recogido en un intrincado moño, que la hacía ver aún más imponente, observó a Amara con una intensidad que parecía desnudarla. Su sonrisa era afilada, y peligrosa, más no carente de un extraño encanto. —Así que tú eres la joven que busca el famoso Códex Tenebrosa. Dijo, su voz suave e hipnotizante, como el susurro de una serpiente. Amara asintió en silencio, luchando por mantener la compostura. Había practicado este momento en su mente innumerables veces, pero ahora, bajo la mirada penetrante de la famosa Madame Celeste, las palabras parecían haberla abandonado. —No sabes lo que realmente buscas, ni lo que te costará encontrarlo. Continuó Celeste, acercándose lentamente. Sus dedos, cargados de anillos de oro con piedras preciosas, rozaron la mejilla de Amara. —Pero veo en tus ojos que no retrocederás ante ningún tipo de advertencia de mi parte. Amara tragó saliva y finalmente encontró su voz. —He dedicado años a investigar sobre el tema. Si este libro tiene las respuestas que creo, estoy dispuesta a pagar el precio sin importar cuál sea. La risa de Celeste fue baja y gutural, llena de algo que Amara no pudo identificar como burla o admiración. —Oh, pequeña. Susurró Celeste mientras caminaba hacia la mesa y tomaba un cristal en forma de prisma —El precio no es solo tuyo para decidir pequeña. Pero si insistes en jugar con las sombras, yo seré tu guía. Con un gesto fluido que dejaba observar su gran experiencia en el tema, Madame Celeste movió el prisma frente a una de las llamas de las velas, proyectando un rayo de luz que iluminó un rincón oscuro de la habitación. Allí, una vieja estantería llena de libros polvorientos parecía vibrar ligeramente, como si respondiera al llamado de la luz. Resultaba sorprendente e inquietante a partes iguales. —El primer paso es comprender que este no es un camino que se debe recorrer sola. Las sombras no solo te seguirán; te reclamarán. Dijo Celeste, con un tono que era tanto una advertencia como una promesa. —Antes de que puedas tener el Códex, debes demostrar que eres digna de tener tal objeto en tus manos. ¿Estás preparada? Amara asintió de nuevo, aunque su corazón martilleaba en su pecho. Sabía perfectamente que ya no había marcha atrás. Madame Celeste extendió su mano, y Amara sintió el peso de los anillos contra su piel mientras la bruja la guiaba hacia la estantería recién iluminada. Las sombras parecían cerrarse alrededor de ambas mientras avanzaban, como si el mundo más allá de esa habitación dejara de existir. En ese instante, Amara comenzó a tener dudas. No era miedo, exactamente, sino una sensación inquietante de que las decisiones que estaba tomando tenían un alcance que aún no podía comprender. Pero antes de que pudiera detenerse, Madame Celeste sacó un libro de la estantería, uno mucho más fino de lo que Amara había esperado, parecía más una revista que un libro. —No es el Códex, antes de que lo preguntes, pero es el umbral del mismo. Explicó Celeste mientras colocaba el libro en las manos de Amara. La piel de la joven se estremeció y sus vellos se levantaron al contacto con la cubierta, como si un pequeño choque eléctrico recorriera sus dedos. El libro estaba encuadernado en un cuero rojo oscuro que casi parecía latir bajo su toque. Amara miró a Celeste, buscando instrucciones, pero la mujer simplemente hizo un gesto hacia la mesa como si estuviera, restándole importancia. —Ábrelo y lee la primera página. Amara obedeció, sintiéndose como si cada movimiento estuviera siendo guiado por un hilo invisible. Al abrir el libro, una luz tenue emanó de las páginas, proyectando sombras en movimiento por toda la habitación. Las palabras, escritas en tinta negra, parecían moverse ligeramente, como si trataran de evitar ser leídas. “Aquellos que buscan el conocimiento prohibido deben primero ofrecer aquello que más aman.” Amara frunció el ceño y alzó la vista hacia Celeste. —¿Qué significa esto? La sonrisa de la mujer fue lenta, casi cruel. —Significa que la pregunta no es qué deseas aprender, sino qué estás dispuesta a perder. Este es solo el comienzo, Amara. Antes de continuar, decide qué sacrificarás. La habitación pareció oscurecerse más, y las velas chisporrotearon como si algo invisible se hubiera movido entre ellas. Amara, con el libro en las manos, supo que estaba a punto de cruzar un umbral del que nunca podría regresar.
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