Ha transcurrido dos semanas desde que Alejandro volvió a su país, exactamente diecisiete días. Y no es que esté extrañándolo o llevando la cuenta de manera obsesiva, sino porque exactamente es la cantidad de obsequios que Alessia ha venido contando desde esa mañana que se fue hasta el día de hoy, los cuales han quedado guardados en sus cajas sin abrir en un estante en mi estudio. De todos los que he recibido desde el primer día, solo me atreví a abrir la caja contentiva de la ropa íntima. Antes no los había abierto porque suponía de quién provenían, y después del bochorno en mi oficina, no he querido abrir alguno más. Temo encontrarme con una sorpresa que supere a la de ese día. Puedo esperar cualquier cosa de él. Su desfachatez no tiene límites. Todas las mañanas, de manera puntual, ll

