Cuando Ramiro se marcha de la propiedad, Giacomo llama inmediatamente a Magnus para decirle lo que ha ocurrido, ya que en ese instante el hombre tiene más recursos para seguir a su nieto.
“Giacomo, ¿ya vienen…?
—¡Señor Katsaros, su nieto se volvió loco! ¡Me robó el auto y no sé a dónde se fue!
“¡¿Qué demonios dices?! ¡Mi nieto no es ningún ladrón!
—¡Disculpe, pero eso es lo que ocurrió! ¡Tiene que buscarlo, rastrearlo de alguna manera! No se veía bien, no sé qué ocurrió, pero se veía alterado y salió como si lo siguiera un demonio.
“Gracias por avisarme, yo me encargo a partir de ahora.
En ese momento Giacomo corre a la entrada de la casa para buscar a su hermano y pedirle que le facilite un vehículo para ayudar a buscar al muchacho, y también para buscar a su hija, quien al parecer está perdida por el lugar.
No tarda en encontrarla, la ve bajar por la escalera, algo despeinada, asustada y arreglándose el vestido como si acabara de levantarse, mirando a todas partes. Cuando ve a su padre, palidece, pero aun así se acerca a él.
Giacomo le explica rápidamente lo sucedido y comienzan a moverse por el lugar, hasta que salen tras el rastro del joven gracias al localizador del auto. En el camino Daphne solo se retuerce las manos, sintiendo el peso de lo ocurrido y cuando se acercan al lugar que marca el GPS, un grito de terror sale de la muchacha…
Cuando Magnus corta la llamada, sin darle más detalles de lo que hará a Giacomo, comienza a mover a su gente sin perder tiempo.
—¡¡Barton!! —en pocos segundos un hombre un poco más joven que él, pero de expresión aún más severa, llega a su lado y sin esperar a que hable, Magnus le da la orden—. Saca tres equipos de seguridad de inmediato, tenemos que salir por mi nieto.
—Sí, señor.
Por el intercomunicador comienza a dar órdenes y para cuando salen frente a la casa, ya un auto está esperando por los dos, Barton toma el volante y Magnus se sube de copiloto. Coloca su teléfono desde donde está buscando la ubicación de Ramiro y Barton comienza a seguirla rápidamente. Las calles vacías les dan la ventaja que necesitan y para cuando el punto se detiene, Magnus le dice.
—¡Apresúrate, que ya sabemos dónde está!
Barton no se lo hace repetir y aumenta la velocidad como si fuera un piloto de carreras. Sin embargo, aquella esperanza de saber que su nieto está en perfectas condiciones se cae en el instante en que ven fuego al pie del mirador y un mal sentimiento se instala en el pecho de Magnus.
—No puede ser… —dice con la voz temblando, para cuando llegan al lugar y ven la barrera destruida, el grito de Magnus provoca un eco ensordecedor que remece la fibra de cada uno de sus hombres—. ¡¡RAMIROOOOOO!!
Intenta lanzarse al precipicio para salvar a su nieto, pero Barton lo detiene junto a tres hombres más, mientras que ya dos de sus mejores hombres se preparan para bajar. Barton llama a los equipos de emergencia para trasladar al muchacho a un hospital y en pocos minutos se llena de policías, rescatistas y dos helicópteros que apoyan con la iluminación.
Antes de perder completamente la cordura, Magnus recibe de manos de Barton el teléfono de su nieto, que tiene la pantalla con algunos golpes, pero sigue funcionando. Y allí, con aquel último mensaje que envió, sus ojos se fijan en aquel cuerpo sin vida que suben hasta sus pies y jura que eso no se quedará así.
Decirle a su hija y su yerno no que ha pasado no es sencillo, llegar a la casa derrumbado por dentro, pero firme por fuera y sentarlos en medio de la noche para decirles lo ocurrido, los gritos de su hija… nada de eso es algo que pueda soportar sin hacer nada. Él siempre ha sido un hombre de acción, no puede quedarse con aquella impotencia.
Dos días después, en medio de su sepelio, Magnus se muestra inexpresivo, como si la muerte de Ramiro no le afectara en lo más mínimo. Sus ojos escudriñan todo el lugar antes de posarse en aquella muchacha.
La ve llorar desconsolada, aferrada al féretro en dónde yace su nieto, su mayor orgullo, y empuña las manos para no ahorcarla allí mismo, delante de todos. Quiere gritarle que es una cínica mentirosa, que todo aquello es su culpa, pero él no es así.
Solo sus hombres de confianza fueron testigos de su derrumbamiento, de aquel dolor que le causó ver a Ramiro sin vida. Pero aquel otro sentimiento, ese de venganza desmedida… de ese solo una persona será testigo y lo sufrirá en carne propia.
Cuando bajan el féretro, Daphne se aferra a su padre y grita con todo su dolor. Se siente culpable de lo que le ha ocurrido a Ramiro, tenía toda la vida por delante, tantas cosas que hacer con su existencia y ya no podrá hacer nada de aquello que ilusionado imaginó una vez.
—¿Por qué, papá? —le pregunta mirando cómo la última morada de su Ramiro baja lentamente—. ¿Por qué se tuvo que ir así? No entiendo, él era un chico bueno, alegre… no se merecía esa muerte.
—No lo sé, hija. Hay cosas que nunca podremos llegar a entender.
Los ojos de Daphne suben y camina lentamente hasta donde sus padres se encuentran. Dalila, la madre de Ramiro e hija de Magnus, se aferra a ella como si fuera su salvavidas y lloran juntas.
—¡Dime, mi niña! ¡¿Qué hago yo con este dolor que siento aquí?! —le dice golpeándose el pecho—. ¡Mi hijo, nuestro Ramiro… se nos fue!
—Yo… yo lo siento tanto —le dice Daphne en medio de un sollozo—. Yo lo dejé solo, me quedé dormida un momento…
Magnus, quien oye la interacción aprieta la mandíbula al punto de que parece que se va a romper.
«Sí, minutos… los suficientes para montarle los cuernos a mi nieto… pero me las pagarás, juro que tú y tu familia me las pagarán.»
Daphne se refugia entre Dalila y Rómulo, ambos la adoran porque fue una gran amiga y luego una novia ejemplar para su hijo, y para cuando termina de bajar el ataúd, la familia y amigos más cercanos se acercan para lanzar una rosa antes de que la fría y húmeda tierra lo cubra para siempre.
Todos lanzan una rosa blanca, excepto por Magnus. Mira la rosa roja entre sus dedos y cuando la lanza se jura que así es cómo quedará su consciencia, teñida con la sangre de la culpable de la muerte de su nieto, pero al menos aquella deuda quedará saldada.