Capítulo 1: La tragedia
El camino hacia la gran casa en donde vive su novio le da un aire de misterio y sobriedad al trayecto que Daphne está siguiendo en el auto de su padre. Unos minutos después, los suaves toques a la puerta con un aire de nerviosismo hacen que se retuerza las manos en la espera a que la reciban.
—Señorita Marini, buenas noches —el recibimiento cordial de la criada, como siempre, provoca que Daphne revele una sonrisa sincera—. El joven Petrakis la está esperando en la sala.
En cuanto sus ojos se encuentran con los del chico, ambos se apresuran a romper la distancia y se dan un fuerte abrazo porque él es muy cuidadoso de no besarla delante de su familia. Ante la llegada del abuelo político del chico, ambos se miran dubitativos, pero terminan besándose con suavidad como muestra del vínculo y el afecto que lo une.
—Buenas noches, muchachos. ¿Ya van de camino a la fiesta? —La pregunta del hombre es imponente, el cual provoca que la mirada de Daphne baje al suelo. Siempre lo ha admirado y le provoca algo diferente a lo que el Ramiro ha conseguido.
—Sí, abuelo —Responde el muchacho con alegría—. El padre de Daphne nos llevará y más tarde será él quien nos recoja, tal como acordamos.
—Recuerda respetar la hora, aunque ya tengas dieciocho años, sabes que en esta casa se deben cumplir las reglas —La mirada penetrante pasan de su nieto a la novia de este y le dice con severidad—. Cuídense mucho y no hagan algo de lo que cual se vayan a arrepentir luego.
—No se preocupe, señor Magnus… —responde con timidez Daphne mirándolo a los ojos y la mirada de Magnus se oscurece—. Nos divertiremos sanamente.
Ambos chicos se dedican una mirada feliz y tomados de la mano, salen de la casa.
El camino hasta la fiesta se hace relajado y en un tono jovial. Giacomo, el padre de Daphne los observa a través del retrovisor, sonriendo por la alegría de la juventud. Mira a su hija con los ojos brillantes, ella es su orgullo, su mayor logro en la vida y la ha protegido durante toda la vida.
Es por esta razón que él siempre es quien los traslada a cualquier lugar, para asegurarse en dónde estarán y que nada malo le sucederá a su princesita.
Cuando llegan al lugar de la fiesta los reciben con cordialidad ya que es la fiesta de cumpleaños de la prima de Daphne. Tras una promesa a su padre de comportarse en la fiesta y no hacer nada indebido, se despide de él y entra de la mano con Ramiro.
Este acepta la primera bebida que se le cruza por delante y avanza con Daphne hasta la pista de baile, en donde comienzan a moverse al ritmo de la música, en una comunión íntima que aquella relación especial les da. Minutos más tarde se anuncia la llegada de la cumpleañera y todos se detienen para hacer un círculo en la pista.
La chica entra en gloria y majestad con un hermoso vestido ceñido a su cuerpo, dejando cautivados a todos los presentes en un coro algo desafinado, cantan el cumpleaños feliz y cuando se acerca un enorme pastel, la muchacha apaga las velas y luego toda la fiesta vuelve a ser lo mismo.
Daphne se acerca a ella de la mano de Ramiro y le da un fuerte abrazo a su prima.
—Feliz cumpleaños, prima… Te deseo lo mejor del mundo.
—Gracias, prima querida —Sus hermosos ojos esmeralda se posan esta vez en Ramiro, quien la mira con expresión seria y solo la saluda con un apretón de manos.
—Feliz cumpleaños —Es todo lo que le dice y Daphne lo anima para que la abrace y el muchacho termina cediendo. Se alejan para que los demás también puedas saludarla y Daphne no pierde oportunidad para decirle.
—¿Por qué eres así con ella? Siempre te muestras hostil.
—Porque es mejor mantenerla a raya, esa prima tuya es un tiro al aire.
—Repites palabras de anciano, seguro se lo copias a tu abuelo —Ramiro la ve con seriedad y ella baja la mirada—. Lo siento, creo que me pasé de la raya.
—No importa, vamos a bailar —dice él mientras ve con molestia como la festejada se rodea de chicos y uno de ellos la mantiene pegada a su cuerpo por la cintura.
La fiesta transcurre normal entre la alegría, las bebidas y la música juvenil. En cierto punto, Daphne y Ramiro cambian de pareja, y comienzan a separarse sin darse cuenta. Cerca de la medianoche, y tal como habían quedado anteriormente, Ramiro comienza a moverse por entre toda la gente hasta que llega la escalera para cumplir con aquella promesa a su mujer. Son pocos los momentos que tienen sin vigilancia y los aprovechan al máximo.
Sube cada peldaño hasta llegar a la habitación en donde habían acordado entregarse íntimamente. Su corazón palpita con frenesí, la ama con una intensidad inexplicable. Sin embargo, cuando su mano se posa en el pomo de la puerta unos ruidos desde adentro lo hacen dudar. Reconoce lo que está sucediendo en la habitación y las lágrimas no se tardan en aparecer en sus ojos. A pesar de que sabe lo que encontrará adentro, se da el valor necesario para abrirla y lo que encuentra le rompe el corazón en un segundo.
—¡¡¿Qué demonios está pasando aquí?!! —La muchacha se cubre el cuerpo tras ser expuesta en su infidelidad y Ramiro se acerca a la cama para ver a los dos traidores—. No puedo creerlo… ¡Dijiste que me amabas, se supone que íbamos a tener un hijo!
—¡Pues en eso te equivocas, porque yo hace mucho que dejé de amarte! ¡¿Quién podría enamorarse de un niñito como tú al que su novia debe ir a buscarlo para salir?! ¡Es que ni siquiera eres un hombre capaz de decidir la hora de llegar a su casa! Y sobre el hijo… ¡Pues ya no hay hijo! ¡Soy demasiado joven para arruinar mi cuerpo y mi futuro con un mocoso!
—¡¿Cómo puedes decir todo eso?! ¡Sabes que te amo! Mi abuelo es estricto, ¡es solo eso! ¡Pero nada de aquello justifica lo que acabas de hacerme…! Me rompiste el corazón.
—Eres demasiado dramático, niñito. Es mejor que te largues ahora mismo. Prefiero estar con un hombre en lugar de un niño como tú.
Ramiro, con las lágrimas rodando por sus ojos y la impotencia, sale de allí porque sabe que no puede hacer un escándalo. Baja la escalera rápidamente, sin fijarse en nada ni nadie. Al salir, ve al padre de Daphne llegar en el auto y salir de este. Sin que el hombre consiga preguntarle por su hija o qué es lo que le sucede a él, lo hace a un lado maldiciendo a la familia Marini y se sube al auto para salir raudo del lugar.
Conduce con furia por las calles despejadas hasta que sale de la ciudad y llega a un punto de no retorno. Se detiene en un mirador, uno que está lo suficientemente alto y que delante de él deja ver un oscuro y frío barranco. Saca su teléfono y comienza a escribir el último mensaje que enviará en su vida, dedicado a la única persona que amó y odió en su existencia.
Tira su teléfono a un lado porque desea que lo encuentren y vean la rata asquerosa con la cual se ha involucrado. Retrocede un par de metros y luego acelera todo lo que puede para romper la barrera que impide algún accidente fatal.
Y en su último aliento, tras cerrar los ojos y con sus manos aferradas al volante, lo único que desea es que la vida le cobre el dolor tan profundo que le ha causado aquella mala mujer.