Prólogo
Esta novela nació de una necesidad por explorar dos cosas que, hasta ahora, no lo había hecho: una voz infantil y recorrer (y rememorar) el amor desde otra postura. Me gustaría explorar con ustedes la pureza e inocencia de aquel primer amor en la preadolescencia. Aquellas mariposas que se sentían sin que supiéramos realmente que fuera eso. Espero evocar aquella ilusión que provocaba aquel primer beso que dimos con ternura, sin esperar nada más a cambio. Mis trabajos siempre exploran el amor desde la adolescencia y la adultez en los últimos años, pero ¿qué pasa con los primeros amores? Es así como nació Chicle sabor frutilla, como una apuesta al amor puro que alguna vez tuvimos (o tienen, algunos de mis lectores puede que estén en esta etapa), que no se va de aquel rincón de la memoria y que, cada tanto, vuelve para hacernos sonreír.
Esta novela también nació como un soplo de aire fresco entre tantas novelas tomadas desde las mismas miradas, desde una simple pregunta: ¿el amor vale menos si se mira desde los ojos de un preadolescente que apenas se está descubriendo? Yo no tengo una respuesta certera, esa la dejo a ustedes, que me comenten lo que crean, yo, simplemente, escribí la novela para probarme que no solo importa la mirada adolescente/ adulta, que son las miradas que más se trabajan y más se muestran en las apps. Pensé que, a lo mejor, podríamos volver a esa pureza de un amor que solo lo mueve la idea de querer.