La deuda

1325 Words
Narra Casandra Mis padres abrieron esta tienda de sándwiches cuando yo todavía era una bebé. En ese entonces eramos muy popular. Pero eso fue antes de que se abrieran todas las cadenas de competencia. Ahora mi hermano y yo nos estamos siendo cargo de poder seguir manteniendo en pie el negocio, aunque es bastante difícil. Mi padre falleció hace un año y mi madre hace tres años. Mi hermano solo finge ayudarme. Tuve que contratar a un empleado extra para ayudar a cubrir los turnos que él solía al menos fingir que iba a cubrir. Ahora, a veces pasan semanas antes de que tenga noticias suyas. La bocina del camión de la entrega del pan suena en el callejón. El pedido había llegado. Me apresuro a ir atrás para ayudar a traer el pedido. Tenia una orden grande que hacer antes de la hora del almuerzo. Así que una vez tengo el pan, pongo mis manos en acción. Minutos después veo a mi hermano entrar. Le disparo una mirada mortal. — Tenemos un gran pedido que cumplir. Lávate las manos y podrás ayuayudarme —señalo la lista de sándwiches que hay que preparar. Todos los ingredientes están listos, solo tenemos que ponernos en marcha. —Lo siento, hermanita, no puedo quedarme mucho tiempo—se mete un pimiento en rodajas en la boca—.Aunque necesito hablar contigo. Él mira hacia la oficina trasera. Yo suspiro. —No puedo, Omar, este pedido ya está a punto de llegar tarde—agito mis manos sobre la mesa donde ya debería tener una docena de sándwiches envueltos y listos para usar. —Solo tomará un segundo—me agarra del brazo—.Es importante— dice entre dientes. — Yo empezaré con esto—Joey me saluda —.Está bien, vayan y hablen. —Bien—empujo el papel hacia él—.Simplemente marca los que hayas terminado—él asiente y toma el primer panecillo. Una vez que estoy en la oficina trasera, Omar cierra la puerta. Ya me duele el estómago con solo mirarlo. Su rostro se contrae de culpa—.No—suspiro, ya sabiendo lo que viene—.No lo hiciste. —No está tan mal—la culpa persiste en sus ojos. —¿Cuánto es?—quiero gritar. Quiero arrancarle el pelo. Quiero meterle el puño en la nariz, tal vez abrirle el labio. Pero hacer cualquiera de esas cosas no funcionará. Me sentiré mal por hacerlo y tendré que llevarlo al hospital para que lo limpien. Y hoy no tengo energía para ello. —Vamos, Casandra. No me mires así. No es lo que piensas. No fui a una casa de apuestas—se pasa la mano por la cara y noto el cansancio allí—.No aposté, lo juro. Necesitaba algo de efectivo para invertir en este negocio que era muy prometedor. Sabía que no tenías el dinero, así que lo pedí prestado. Los dolores de estómago se convierten en náuseas. —¿Cuánto, Omar?—pregunto con los ojos cerrados. Ahora más que nunca no puedo permitir que ese pedido nos cueste ningún negocio perdido. —Doscientos—él aprieta sus labios. —¿Sólo doscientos?—la cantidad suena mal. ¿Por qué estaría tan preocupado por unos miserables doscientos? —Genial, Casandra. Doscientos mil dólares—su nuez se balancea en su garganta después de que me da la cantidad total. Voy a vomitar. El donut y el café que desayuné esta mañana reaparecerán por todo mi escritorio en cualquier momento. —¿Doscientos mil dólares?—quiero gritarlo, pero la sorpresa le quita la mayor parte del sonido a mi voz—¿De dónde diablos voy a sacar doscientos mil dólares? —Lo sé—hace una mueca—.Yo solo… ¿tal vez solo un poco de dinero en efectivo? ¿Sólo para dárselos y quitármelos de encima? —¿A ellos?—aprieto los dientes cuando me asalta un pensamiento.—¿Quiénes son ellos, Omar?—cierro los ojos, tratando de protegerme del nombre que está a punto de darme. Porque sé que viene. Puedo sentirlo en mis huesos, pero una vez que lo diga no podré dejar de escucharlo. —Los Dimitri. Me hundo en la silla de mi oficina, una vieja silla de madera con ruedas que mi padre tuvo en esta oficina durante dos décadas. —¿Pediste dinero prestado a la mafia rusa?— no puedo mirarlo. Si lo miro y veo el remordimiento en sus ojos, sentiré pena por él. Y estoy demasiado enojada para sentir lástima por él. —Fue una buena inversión comercial, Casandra. Lo juro— se apresura a justificar. Siempre puede disculpar su comportamiento. Levanté la mano en el aire para detener sus excusas. Los he escuchado todos antes y no tengo tiempo para repetir un mal programa. —¿Con cuanto los mantendrás felices? — ya estoy haciendo matemáticas en mi cabeza. —Creo que puedo tener más tiempo con diez mil— el número sale de su lengua como si estuviera pidiendo un par de dólares por una taza de café. —¿Cinco por ciento? ¿Crees que el cinco por ciento los apaciguará? —mi hermano, siempre el optimista delirante. —Me dará algo de tiempo—se pasa las manos por su desgreñado cabello castaño. —¿Por cuánto tiempo?— los Dimitri no son conocidos por ser razonables. —No lo sé— se queja—.Estarán aquí mañana para recogerlo. ¿Crees que puedes ayudar? —¿Aquí?—vuelvo a ponerme de pie— ¿A nuestra tienda ? —Pensé que sería más seguro. Un lugar público—él se encoge de hombros. Como si los espacios públicos alguna vez impidieran a los Dimitri hacer lo que querían hacer. Tener una audiencia para un crimen cuando tienes grandes jugadores de la policía de Nueva York en el bolsillo no es exactamente un obstáculo. —Conseguiré el dinero—una bola de emoción me pesa. El alivio lo inunda como un maremoto. —Gracias—me agarra por los hombros y aprieta—.Sabía que podía contar contigo. Estaré aquí mañana a la una. Estarán aquí alrededor de las dos. Y sabes—él mira la puerta—.No le digamos a nadie sobre esto. Si el personal actúa de manera extraña cuando llegan aquí, podría generar una mala vibra. Bloqueo mis rodillas y enrosco los dedos de los pies en mis zapatos. ¿Mala vibra? ¿Qué tipo de vibra está sintiendo en este momento? —No diré nada. Pero te juro, Omar, que no tengo nada más que darte. Tienes que encontrar ese dinero o llegar a un acuerdo con ellos para devolver lo que debes. Pero no los traigas aquí nunca más—le meto el dedo en el pecho. —Por supuesto. Tienes razón. Absolutamente— asiente mientras retrocede hacia la puerta—.Te veré mañana. Y se ha ido. Joey asoma la cabeza a la oficina. —Sólo quería informarte que se llamó para un pedido. Se equivocaron con el tiempo o algo así, no necesitan la orden hasta las dos ahora. Un golpe de suerte. —Gracias, Joey— me hundo en la silla, sintiéndome un poco más relajada. —¿Estás bien? —Sí. Estoy bien— asiento—¿Cómo va el pedido? Él sonríe. —Más o menos a la mitad. Puedo terminar si necesitas aguantar aquí. —Sólo dame un minuto y estaré dispuesta a ayudar—fuerzo una sonrisa. Joey vuelve al frente y yo me quedo iniciando sesión en mi computadora portátil para verificar el horario de mi banco. Dudo que los Dimitri quieran un cheque personal cuando vengan mañana. Tendré que correr a cobrar un cheque después del ajetreo horario del almuerzo. Nota: Lenguaje vulgar, escenas para adultos. Práctica íntimas quizás no aptas para todo los gustos. Leer bajo su responsabilidad.
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