Capitulo 1. El Juez Beeckman.

1875 Words
| DARREN | El oficial me hace una señal para que siga adelante, con una mano en el cinturón, y vuelvo a atravesar el detector de metal. Suena antes de que mi pie toque el suelo del otro lado. Me reviso los bolsillos de nuevo, con los nervios ya matándome, ignorando resueltamente la fila de personas que se forma detrás de mi. —Llaves, teléfono celular, billetera, cinturón, reloj, joyas, no armas en el juzgado—canta el guardia. —¿Tienes alguna parte del cuerpo artificial?— —No— digo por segunda vez en lo que va de la mañana. Busco hasta el fondo de mis bolsillos. Nada. Palmeo mis bolsillos traseros, pero tampoco hay nada; nada en los bolsillos de la chaqueta de mi traje. Alguien detrás de mi en la fila suspira ruidosamente. Los ignoro. —Podrían ser tus zapatos— dice el guardia, todavía hablando en un tono monótono. —¿de casualidad son de punta de acero?— —No— le digo. De repente me acuerdo de algo. Comienzo a tocar el bolsillo superior de mi traje y me doy cuenta de cuál es el problema. —Lo encontré— le digo, y camino de regreso a través del detector de metales. Vuelve a sonar y saco una pulsera de dijes del bolsillo. Otro guardia sostiene un pequeño tazón de plástico, dejo caer el brazalete, lo pasa por la máquina. Finalmente paso sin problemas y recojo mis cosas en el otro lado: billetera, cinturón, llaves, maletín. Por fin aparece el brazalete de plástico. Todavía esta caliente por el calor de mi cuerpo, lo recojo y lo meto de nuevo en el bolsillo de mi pecho. Siento un pequeño y pesado peso mientras me dirijo a los ascensores. Me se de memoria todos los dijes de su corta extensión, un libro, una zapatilla de ballet, una nota musical, un árbol, un corazón, una diminuta Torre Eiffel, un sol radiante. Su madre le regalo la Torre Eiffel, yo le regalé el sol. Riley casi pierde el autobús escolar esta mañana por que casi se olvido de dármelo para llevarlo a la corte, ella ya estaba afuera de la puerta y en la mitad del camino de entrada cuando ella entro corriendo, la mochila rebotando por las escaleras, sin aliento mientras me lo mete en el bolsillo del pecho diciendo. "¡Papi, casi lo olvido!" antes de volver corriendo por el camino de entrada justo cuando el autobús se detuvo. Tomo el ascensor hasta el segundo piso, camino por el suelo de marmolados pulido hasta la sala 320. Llegue veinte minutos antes, así que me siento en uno de los bancos de madera del exterior y espero. Un momento después, mi teléfono suena. Karen: Rómpete una pierna Yo: Voy a la corte, no estoy en una obra de teatro. Karen: Entonces no te rompas una pierna. A menos que creas que te ganarás la simpatía del juez. Entonces tal vez valga la pena intentarlo ¿no crees? Yo: O decide que tener una pierna rota me convierte en un padre no apto y me quita la custodia de Riley. Karen: Pensé que era una audiencia de visita, no de custodia, ¿puede hacer el eso? Yo: Si no esta de humor, probablemente. Karen: ¿Qué tal si te digo buena suerte? Yo: Gracias. Karen: Que quisquilloso. Devuelvo el teléfono a mi bolsillo, sonriendo para mis adentros. Karen, es terrible con las citas, pero siempre recuerda todas las audiencias judiciales que tengo. Debe escribirse a si misma un millón de recordatorios. El pensamiento siempre me hace sentir un poco mejor. La gente esta caminando, congregándose en pequeños grupos a lo largo del salón. La mayoría lleva traje. Algunos visten lo que claramente es la ropa mas bonita que poseen: pantalones caqui y polos, a veces una camisa con botones. Luego esta el pequeño puñado de personas a las que apenas se les puede molestar, vistiendo jeans y camisetas, pantalones de chandal, sudaderas con capucha. Yo paso. No hay manera de que pueda quedarme quieto. No importa que haya estado aquí en este juzgado, exactamente por la misma razón, al menos veinte veces. Todavía me pongo ansioso. Todavía necesito moverme de un lado a otro, hacer algo más que sentarme. Es solo una vista, me recuerdo. Claire se quejará de una cosa u otra, todos acordaran un nuevo horario, y el próximo mes volverá a poner excusas sobre por que no puede ver a su hija. Justo en ese momento, un hombre vestido con pantalones cortos de mezclilla recortados y chancletas pasa de largo, y lo miro. Su atuendo no es el que me llama la atención. Es el tatuaje gigante en su pantorrilla. Giro mi cabeza, descaradamente mirándolo, comprobando dos y tres veces que estoy viendo lo que creo que estoy viendo. Luego agarro mi teléfono, porque tengo que contarle a Karen sobre esto. Yo: Alguien en este juzgado tiene un enorme tatuaje de un dinosaurio, follándose el culo de un unicornio. Karen: Por favor dime que es un abogado. Yo: Lleva pantalones cortos, es improbable. Además, tiene un tatuaje de un animal muy querido por los niños, teniendo sexo anal con un unicornio que es otro animal querido por los niños , a si que es posible que no se haya graduado de la facultad de derecho. Karen: Dices que los abogados no pueden ser pervertidos. Además, ¿cómo puedes saber que es anal? ¿Esta tan detallado? Yo: No lo sé. Se ha ido ahora. El dinosaurio tenía una mirada muy sucia en su rostro. Karen: Tengo tantas preguntas sobre esto. Yo: Y yo no tengo respuestas. Karen: ¿Es un buen tatuaje? Yo: Depende de lo que te guste. —Gracias por llegar a tiempo— dice una voz detrás de mi, y me giro. —Se que siempre llegas a tiempo— continúa Audrey Brown, mi abogada. —Pero últimamente estoy tratando de fomentar buenos hábitos en mis clientes. Te ves bien con corbata. — Toco el nudo de mi corbata. Me agrada Audrey. Me agrado desde el momento que entre por primera vez en su oficina, hace seis años, y hemos sido un equipo desde entonces. Somos una pareja un tanto extraña: Una mujer afroamericana de mediana edad y un hombre blanco de veintitantos años, pero Audrey es una bendición, en lo que a mi respecta. —Gracias— digo —Es una buena elección— dice y finalmente sonríe. —¿Cómo estás, Darren?— —Estoy bien Audrey— le digo, pasando una mano por la parte delantera de mi chaqueta.—¿Y tú?— —También bien— dice ella, luego suspira y señala un banco a lo largo de la pared. —Deberíamos sentarnos— Mis palmas de repente comienzan a sudar, mi ritmo cardíaco salta. Audrey nunca me dice que me siente pare recibir buenas noticias, pero lo hago de todos modos, el banco de madera es genial. —Roger Beeckman va ser el juez en este caso— dicen sin rodeos, su tono de voz deja claro que se trata de malas noticias. —Estoy segura de que el abogado contrario logró eso de alguna manera, y no me gusta, pero no podemos cambiarlo— Simplemente asiento con la cabeza, con la columna perfectamente recta, las manos cruzadas frente a mi y espero más. —El juez Beeckman tiene cierta reputación— dice con naturalidad. —El es de la vieja escuela, conservador, y francamente, el desearía que siguiera siendo la administración de Eisenhower, así que no le agrado mucho—continúa Audrey. Detecto las más mínimas de las peculiaridades de sus cejas, como si algún lugar, en el fondo, ella se enorgulleciera de ese hecho. —Lo más pertinente a nuestro problema actual es que tiene una larga historia de ponerse del lado de las madres solteras sobre los padres— ella continúa, y me mira fijamente a los ojos mientras lo dice. Asiento bruscamente. Audrey nunca endulza las cosas, y la amo por eso. —Es ampliamente conocido que el cree en una estructura familiar tradicional— dice, agitando una mano. —Los padres casados habituales, el padre se va a trabajar a la oficina, la madre se queda en casa con los niños, ella aspirando mientras el juega al golf, etcétera. Y por lo que he oido, no esta exactamente interesado en actualizar sus puntos de vista—La comisura de su boca se contrae. Hay una mirada aguda en sus ojos. Mierda, Audrey odia al juez Beeckman. El zumbido de la ansiedad en mi pecho comienza a vibrar, como si alguien hubiera tomado mi corazón y lo estuviera sacudiendo. Se siente como si fuera a hacer un agujero a través de mi, y me doy cuenta de que estoy frotando mis manos una y otra vez, tratando de calmar la sensación. —¿Qué hacemos?— pregunto, sorprendido de lo calmada que suena mi voz. —Hacemos exactamente lo que íbamos a hacer— dice con voz acerada. —Mostramos los registros de visitas, con que frecuencia cancela en el último momento, que tan dispuesta esta en encontrarse con ella más de la mitad del camino— Asiento con la cabeza, mi corazón sigue latiendo. —Le mostraremos a la corte las boletas de calificaciones de su hija, sus registros escolares, las declaraciones de sus maestros, su instructor de baile. Probamos que esta prosperando en su situación actual. Y Darren— dice, tocándome ligeramente el brazo. —Recordamos que esta audiencia es solo una petición para cambiar el régimen de visitas actual— Asiento, tragando. Todavía me estoy frotando las manos. No puedo parar. —Por supuesto— digo. Todavía sueno perfectamente fresco, tranquilo y sereno, todo a pesar de que estoy todo lo contrario. Ir a la corte me sacude como ninguna otra cosa. Siempre lo hace cada vez que me pongo un traje y atravieso esas puertas, me doy cuenta instantánea e ineludiblemente de dos cosas: Una, no pertenezco aquí, vestido con traje y corbata, pareciendo un corredor de bolsa o algo así. Este es el único traje que tengo. Esta corbata me tomo por lo menos veinte minutos para hacerla bien. Puedo aparentar el papel, pero en realidad, soy un fraude. No se anudar muy bien una corbata y no se criar mejor, aunque pensé que ya lo haría hasta ahora. Peor yo no. Todos los días estoy inventando a medida que avanzo, aunque todos los demás en las reuniones de padres parecen tener un plan. Dos, podrían llevársela. Eso es todo. Eso es lo peor que me podría pasar, y podría pasar aquí, dentro de diez minutos, y el juez que odia a Audrey podría ser el que lo haga. Puedo decirme un millón de razones por las que es poco probable, pero eso no cambiaría el hecho de que es una posibilidad. Podría estar en la sala del tribunal con la custodia física y legal total de Riley y a la vez podría salir sin nada. No es agradable. Yo se eso. Pero mientras sea posible voy a odiar venir a este lugar. —No te preocupes— dice ella a la ligera. —Todo esto es perfectamente rutinario—
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