Corro con todas mis fuerzas, esforzándome por mantener el equilibrio mientras esquivo las piedritas y las rocas dispersas por la plaza gótica. Mis pasos son rápidos, casi frenéticos, y entre pequeños brincos intento evitar tropezar con los perros que están acostados en el suelo, durmiendo plácidamente como si fueran parte del paisaje. Al igual que los guijarros, están regados aquí y allá, convirtiéndose en pequeños obstáculos que me obligan a mantener la atención en cada movimiento. Mi respiración es acelerada, pero no me detengo, no puedo permitirme hacerlo. Sigo corriendo, sintiendo cómo la adrenalina recorre mi cuerpo, hasta que finalmente lo alcanzo. Johann avanza con pasos firmes, pero su ritmo me obliga a caminar tan rápido que casi parece que estoy persiguiendo a una presa como un c

