Justo cuando mis dedos rozan la tela del asiento del conductor, algo se quiebra dentro de mí... o quizás se enciende. Tal vez fue la adrenalina brotando como una tormenta eléctrica desde la base de mi columna hasta el cráneo. Tal vez fue el hecho de sentirlo tan cerca, de saber que por primera vez podía tocarlo, herirlo, quebrar esa calma sádica con la que jugaba. Pero lo cierto es que en ese momento, en vez de aferrarme al asiento como lo había planeado tantas veces, mis dedos-como guiados por una voluntad más antigua que yo-se desvían y agarran otra cosa.
Lo agarro a él.
No el cuero raído del respaldo. No una simple estructura. Lo atrapo a él.
Y es como si toda la ilusión se contrajera de golpe. Alastor se sobresalta. Por un instante pierde la compostura, esa máscara de ser omniscient
