Mientras las palabras salían temblorosas de mis labios, el jardín comenzó a cobrar una vitalidad casi mágica, como si escuchara en silencio, como si cada flor, cada hoja movida por el viento, quisiera contenerme sin decir una palabra. El sol, tímido hasta entonces, atravesó la espesura de las ramas y bañó nuestros rostros con una calidez inesperada, dorando el borde de las lágrimas que resbalaban por mis mejillas. Un soplo de viento me acarició con ternura, como si la misma vida estuviera aliviando la tensión de hablar, de romper por fin el muro del silencio. Mi corazón latía con violencia, atrapado entre la angustia del recuerdo y el miedo a que mis palabras fueran descartadas como locura. Porque lo que había vivido me parecía casi irreal incluso a mí. Y sin embargo… lo había sentido. Y

