Creo que todos estos nervios comenzaron, en realidad, desde aquella primera manifestación. Desde el momento exacto en que Alastor se hizo presente en mi habitación, no con palabras o susurros, sino con estallidos. Recuerdo el sonido crudo de los objetos volando, de los libros golpeando las paredes, de los cajones abriéndose y cerrándose sin que nadie los tocara. Y aquellos gruñidos... guturales, indescifrables, que parecían venir desde un rincón del mundo que no deberíamos conocer. Desde entonces, algo en mi interior se quebró. Fátima me lo confirmó días después. Ella también los había oído. Y no solo ella: mi hermano, Azaquiel, había pasado noches enteras sin poder dormir, convencido de que alguien -o algo- se paseaba por el pasillo frente a su puerta. Fue entonces cuando entendí que no

