Capítulo 1. El precio del primer amor
DOCE AÑOS ATRÁS...
8:30 pm Emiratos Árabes Unidos
—¿Qué haces aquí? —preguntó Fátima de diecisiete con alarma, cruzando los brazos defensivamente.
Emir de dieciocho años, cerró la puerta del baño, y se acercó con una determinación que había estado reuniendo durante días.
—Vine para despedirme de ti, porque si no lo hago... te largas y ya.
Fátima, sintiendo su corazón latir fuertemente, dirigió una sonrisa sarcástica:
—No creí que te importara, como tienes tantas novias.
—¿Fátima, por qué eres así? ¿Por qué siempre has minimizado todo si tú sabes que me gustas y yo también te gusto? —preguntó Emir con voz quebrada por la exasperación.
—Porque así lo he decidido. Además, ¿quién te dijo que me gustas? ¿Tu ego?
—¿No te gusto y hemos tenido sexo tres veces en estos años? yo te quité tu virginidad—desafió él, cansado de los juegos.
El rostro de Fátima se sonrojó, pero endureció su expresión:
—Fue solamente para experimentar. Tú y yo no nos merecemos estar juntos.
—¿Por qué? Dime una razón para no poder estar juntos. Yo quiero ser tu novio. No te vayas.
—Estás loco. Ya yo tomé mi decisión y mi papá no se enterará de esto, jamás.
—Pero no lo hagas. Dejémonos de estupideces. Digámosle todo a Hassan y seamos novios.
La joven Fátima sintió que estaba en el punto de no retorno. El miedo ganó, y decidió que la crueldad sería su última defensa. Preparándose para destruir lo que más quería, lo miró directamente:
—No quiero estar contigo porque eres... en realidad un recogido. Tienes todo lo que tienes por suerte, no porque te lo ganaste. Porque tu hermana se casó con mi tío Salomón, si no, serías un chico más que fuma detrás de un basurero como te conocí. Por eso... no quiero nada contigo.
Las palabras cortaron las inseguridades más profundas de Emir, por lo tanto, él la miró con dolor y rabia:
—Pues tú también tienes suerte, porque Hassan es lo que es gracias a Salomón. Pero gracias por recordarme esto, y así te olvidaré. Sé que algún día te tragarás tus malditas palabras, bruja. Pobre del hombre que se enamore de ti porque no tienes corazón.
Emir se dirigió hacia la puerta con finalidad absoluta, dejando a Fátima sola con sus lágrimas y el peso de haber destruido deliberadamente su primer amor.
TIEMPO ACTUAL...
7:30 am, Londres, Reino Unido
«¡Para, Fátima! No puedes seguir pensando en él para llegar al orgasmo» —se reprendía, frustrada, mientras James jadeaba encima de ella..
Las manos de su prometido, "el Marqués de Pemberton" elegantes y seguras, se aferraban a su pequeña cintura, recorriendo la curva delicada de su figura esbelta, como si quisiera reclamar cada centímetro de su piel bronceada, heredada de su linaje árabe. Las sábanas de seda, arrugadas y húmedas por el calor de sus cuerpos, se adherían a la piel de Fátima, que yacía boca arriba, con las piernas entrelazadas en la cintura de James mientras él la penetraba con lentitud.
—Te amo, me encantas, amorcito—susurró James, con su voz grave y aristocrática cargada de deseo.
Aquel guapo pelinegr0 de treinta años, era el sueño de muchas mujeres: alto, de ojos azules, piel blanca con muchos lunares, y un encanto natural que lo hacía irresistible en los círculos de la alta sociedad.
Pero él solo tenía ojos para Fátima, la brillante arquitecta árabe que, con sus diseños audaces y su belleza exótica, lo había conquistado por completo. Sus ojos tiernos buscaban los de ella, anhelando una conexión que Fátima no podía entregarle del todo.
—S-sí… —respondió ella, forzando una sonrisa que apenas alcanzaba sus grandes ojos cafés, esos ojos que parecían guardar mil historias y que, junto a su cabello rizado que alisaba religiosamente cada mañana, definían su belleza única.
Fátima apretó los labios, intentando anclarse al presente, al hombre que la amaba, al futuro que planeaban juntos en su lujosa vida londinense. Pero su mente, traicionera, la arrastraba a otro tiempo, a otro hombre.
—Ya estoy que me vengo, bebita —jadeó James, acelerando el ritmo, con su respiración entrecortada llenando el silencio del cuarto.
«¡Por Dios, otra vez con lo de bebita!» —pensó Fátima, una punzada de irritación atravesándola como un relámpago―Ay noo, no, quiero… ¡No quiero pensar en él!»
Pero fue inútil. Como un ritual que la perseguía desde hacía doce años, cerró los ojos con fuerza, y su mente la traicionó una vez más. No era James, el Marqués adorado por tantas, quien la tomaba con deseo. Era él: Emir Al-Sharif, el hombre con quien, a los 16 años, casi 17, había perdido su virginidad en un momento que marcó su vida para siempre.
Ahora, a sus 29 años, su recuerdo seguía siendo una herida abierta. Su imagen se materializó con una claridad dolorosa: su piel blanca, casi luminosa; su cabello castaño, desordenado y suave, cayendo en mechones sobre su frente; y esos ojos claros, de un gris verdoso que parecían desnudarla con una sola mirada.
Lo imaginó, de nuevo y, aunque lo odiaba con cada fibra de su ser, su cuerpo respondió a esa fantasía con una intensidad que James, a pesar de todo su encanto, nunca había logrado despertar.
«¡Mierda, debo hacerlo…!» —se dijo, rindiéndose al torbellino de sensaciones. Se dejó llevar, y el clímax la envolvió como una ola ardiente, haciendo que su espalda se arqueara y un gemido gutural escapara de sus labios.
—Aaah… aaah… —gimió, mientras su cuerpo temblaba bajo el peso de James, quien, ajeno a la verdad, eyaculó con un gruñido de satisfacción. Él sonrió, convencido de que el placer de Fátima era obra suya, que su amor, su título y su devoción habían sido suficientes para llevarla al éxtasis.
Pero no era él. Nunca había sido él. Era Emir, el primer hombre que había tocado su cuerpo y su corazón, el que seguía viviendo en los rincones más oscuros de su alma, a pesar de los doce años transcurridos, a pesar del dolor, a pesar de todo lo que Fátima había hecho para olvidarlo.
«Maldita sea» —pensó, apretando la mandíbula mientras una oleada de frustración la consumía. Otra vez. Otra maldita vez había necesitado imaginar a Emir para alcanzar el orgasmo. Se sentía atrapada, traicionada por su propia mente, por un pasado que se negaba a soltarla.
James, aún dentro de ella, se inclinó para besarle la frente con ternura, con su respiración agitada. Sus labios dibujaron una sonrisa satisfecha, y con un tono cargado de cariño, dijo:
—Esto estuvo divino, como siempre, mi bebita, cosita hermosita.
Fátima sintió que algo dentro de ella se tensaba.
«¡Otra vez con lo de bebita!»
Había perdido la cuenta de cuántas veces le había pedido que no la llamara así. Ese apodo la irritaba, la hacía sentir infantilizada, como si James, con todo su prestigio y sofisticación, no pudiera ver a la mujer fuerte y compleja que era: Fátima Al-Rashid, la arquitecta árabe cuya visión había transformado espacios en Londres, Amsterdam y más allá.
Pero él, con su encanto aristocrático, parecía incapaz de captar la profundidad de su molestia. Ella apartó la mirada, con su pecho subiendo y bajando mientras intentaba calmarse. James se deslizó a un lado, dejándose caer sobre el colchón con un suspiro de satisfacción. La sábana de seda se deslizó, dejando al descubierto la piel bronceada de Fátima, que rápidamente se cubrió, como si quisiera protegerse no solo del frío, sino de la vulnerabilidad que la consumía.
—Te gustó, ¿verdad, mi bebita? —preguntó James, girándose hacia ella con una sonrisa juguetona, ajeno al torbellino emocional que devoraba a Fátima. Así que, apretando su mandíbula, sin poder aguantarse le respondió tratando de no ser tan dura:
—James, cariño. Hasta cuando te diré que no me digas bebita, sabes… que lo odio —Se envolvió aún más en la sábana.
—Ay, no seas tan amargadita, amorcito —dijo James, riendo suavemente, intentando aligerar el momento. Se acercó para acariciarle el brazo, pero Fátima se tensó bajo su toque.
«Amargadita. Bebita, cosita, hermosita. ¡Siempre con esos malditos sufijos!» —pensó, apretando los dientes. La irritación crecía, pero una voz en su cabeza la detuvo.
Sin embargo, recordó las palabras de su psicóloga en su última sesión:
―"Fátima, tienes que trabajar en no ser tan controladora y de que las personas no hagan lo que tu digas. Deja que las cosas fluyan, no todo tiene que ser perfecto"
Suspiró, intentando calmarse. James, el Marqués que había elegido amarla a ella entre tantas, no tenía la culpa de sus demonios internos, de los recuerdos de ese tal Emir que la perseguían como sombras. Él no sabía nada de ese hombre de piel blanca y ojos claros que, a los 16 años, había cambiado su vida para siempre, ni de los años que Fátima había pasado intentando borrar su huella.
—Claro… —murmuró finalmente, con su voz apenas audible, mientras miraba al techo. El peso de su secreto, de su frustración, se asentaba en su pecho como una losa. No sabía cuánto tiempo más podría seguir así, fingiendo, luchando contra un pasado que se negaba a soltarla, y contra un presente que, aunque lleno de lujo, amor y estabilidad, nunca parecía ser suficiente para llenar el vacío que Emir había dejado.
Minutos más tarde…
Fátima, envuelta en una bata de baño de satén blanco que rozaba su piel bronceada, ajustaba con dedos temblorosos la corbata de seda ne.gra de James.
El aroma a su perfume masculino llenaba el aire, mezclado con el leve jazmín que aún persistía de ella. James, con sus ojos azules la observaba con una mezcla de ternura y expectación.
—¿Vas a venir esta noche? la Marquesa… por lo menos te dejó… dormir aquí—dijo Fátima, con su voz baja, casi un susurro, mientras sus manos alisaban el nudo perfectamente.
—No lo sé, te avisaré —respondió él, ajustándose la chaqueta con un gesto elegante—. Mamá quiere que haga unas cosas.
—Mmm, ya —murmuró ella, sintiendo un nudo en el estómago al pensar en la intromisión de la Marquesa viuda de Pemberton, la madre de James, en estos siete meses de relación que llevaban.
—Bueno, te dejo. Te visitaré, iré a la agencia—dijo él, inclinándose para rozar su mejilla con un beso ligero.
—Te espero —respondió Fátima, forzando una sonrisa.
—Adiós, mi chiquita, lindita—susurró James, tocándole la nariz con la suya en un gesto juguetón que a ella le crispaba los nervios.
Fátima odiaba esos sufijos cariñosos que la hacían sentir infantil, pero tragó su irritación, apretando los labios.
—Adiós… cariño —dijo, viendo cómo él salía con paso firme, dejando tras de sí el eco de sus zapatos en el mármol.
Cuando la puerta se cerró, Fátima se dejó caer en la cama, el colchón aún cálido de su encuentro se.xual anterior. Suspiró profundamente, con el peso de sus pensamientos aplastándola.
—Idiota —murmuró, y aunque las palabras iban dirigidas a Emir, un eco de culpa resonó en su mente al pensar en James.
CONTINUARÁ...