Capítulo 5. Recuerdos de juventud

3256 Words
Cuarenta minutos más tarde... Después de la camaradería con Samir, Emir se fue a trabajar. El piso ejecutivo de Al-Sharif Holdings bullía con actividad contenida. El apuesto castaño, atravesó las puertas de cristal con paso firme, su presencia comandando atención inmediata. Los ingenieros y arquitectos junior que esperaban en la sala de reuniones se enderezaron visiblemente cuando lo vieron entrar. La sala de conferencias era un testimonio de poder corporativo: una mesa de caoba que podía acomodar veinte personas, pantallas de última generación en las paredes. Los planos del proyecto Dubai Eco-City estaban desplegados sobre la mesa, junto con maquetas digitales proyectadas en las pantallas. —Buenas tardes—dijo Emir con autoridad—. Quiero el reporte completo de avances de la fase preliminar. Mahmoud, empieza tú. Mahmoud Al-Hashimi, ingeniero civil de treinta y cinco años con experiencia en proyectos gubernamentales, se levantó rápidamente, ajustándose sus gafas con nerviosismo evidente. Conocía la reputación de Emir: brillante, exigente, y completamente intolerante con la mediocridad. —Señor, hemos completado el análisis geotécnico del terreno. Los resultados muestran que el suelo es estable para construcciones de hasta cincuenta pisos, pero necesitaremos refuerzos especiales en la zona este debido a... —¿Refuerzos especiales? —interrumpió Emir, con sus ojos verdosos-grises clavándose en Mahmoud como dagas—. ¿Qué tipo de refuerzos y cuánto impactará el presupuesto? —Pilotes profundos, señor. Estimamos un incremento del doce por ciento en esa sección específica. Emir se inclinó sobre los planos, estudiándolos con la intensidad de un halcón examinando su presa. Sus dedos trazaron las líneas del terreno mientras su mente procesaba cálculos y posibilidades a velocidad vertiginosa. —Doce por ciento es inaceptable —declaró, con su voz cortante—. Busquen alternativas. Consulten con proveedores en Corea del Sur y Japón. Quiero cotizaciones comparativas para el viernes. Si no pueden reducirlo a máximo ocho por ciento, rediseñaremos esa sección completamente. —Pero señor, el viernes es en dos días... —¿Te parece mucho tiempo, Mahmoud? —preguntó Emir, enderezándose a su altura completa, con su presencia física amplificando la autoridad en su voz—. Porque si lo es, puedo encontrar a alguien para quien dos días sea más que suficiente. —No, señor. Lo tendré listo —respondió Mahmoud rápidamente, tragando saliva. —Excelente. Siguiente punto. Yara, ¿cómo va el estudio de impacto ambiental? Yara Mansour, ingeniera ambiental de veintiocho años, se puso de pie con su tableta en mano. A diferencia de Mahmoud, había aprendido a anticipar las demandas de Emir. —Completado y aprobado preliminarmente por el Ministerio, señor Al-Sharif. Los índices de sostenibilidad superan los requerimientos del Pinnacle Award en un veintitrés por ciento. Sin embargo, hay un problema potencial con el sistema de reciclaje de aguas grises que... —Detente ahí —Emir levantó una mano—. ¿Qué tipo de problema? —Las regulaciones cambiaron la semana pasada. Necesitamos incorporar tecnología de filtración UV adicional, lo que significa... —Más costos —terminó Emir, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración—. ¿Por qué nadie me informó de estos cambios regulatorios? El silencio incómodo que siguió fue respuesta suficiente. Emir cerró los ojos brevemente, respirando profundo para controlar su irritación creciente. —Escúchenme todos —dijo, con su voz bajando a un tono peligrosamente calmado que era peor que cualquier grito—. Este proyecto no es solo otro desarrollo inmobiliario. Es nuestra oportunidad de posicionar a Al-Sharif Holdings como líder mundial en construcción sostenible. El Pinnacle Award abrirá puertas en Europa, Asia, América. Pero solo si somos perfectos. No buenos. No excelentes. Perfectos. Hizo una pausa, dejando que sus palabras penetraran. —Cada error, cada retraso, cada sobrecosto nos aleja de ese objetivo. Y cuando llegue otro... arquitecto. Se detuvo abruptamente, apretando la mandíbula. El solo pensar en Fátima revisando su trabajo, cuestionando sus decisiones, lo hacía hervir de una mezcla confusa de rabia y algo más que se negaba a identificar. ―¿Como? ¿Ya consiguieron a un arquitecto? —dijeron sus trabajadores. ―Si, aun no se sabe su respuesta. Pero si acepta trabajar con nosotros, probablemente... sea exigente. Asi que, hay que mantener todo perfecto. ¿Entendido? —Sí, señor —respondieron al unísono. —Bien. Yara, coordina con proveedores alemanes para la tecnología UV. Quiero tres opciones para revisión mañana al mediodía. Mahmoud, esos pilotes los quiero analizados hoy mismo. El resto, continúen con sus asignaciones y manténganme informado cada seis horas. Esta reunión terminó. El equipo recogió sus pertenencias y salió rápidamente, dejando a Emir solo en la sala de conferencias. Él se quedó de pie frente a los ventanales, observando cómo el sol del desierto convertía las torres de vidrio de Dubai en columnas de fuego líquido. «Fátima Al-Rashid» —pensó, con el nombre resonando en su mente como una campana de advertencia—. «Después de tantos años, vuelves a fastidiarme la vida.» Odiaba admitirlo, pero recordarla seguía teniendo poder sobre él. Recordaba cada detalle de ese último encuentro: el baño del casi palacio de Salomón, las palabras crueles que habían salido de esos labios que una vez había besado con devoción adolescente. "Eres un recogido. Tienes todo por suerte, no porque te lo ganaste." Más de una década después, esas palabras aún ardían como ácido en su orgullo. —Maldita bruja —murmuró hacia su reflejo en el vidrio. El toque suave en su hombro lo sacó de sus pensamientos. Se volteó para encontrar a Marissa. —Cariño, te ves tenso otra vez —ronroneó, deslizando sus manos por los hombros de él con movimientos practicados—. Prepararé esa cena que te gusta cuando lleguemos a casa y podamos... relajarnos. Emir estudió su rostro por un momento. Marissa era hermosa, eficiente, y completamente dedicada a complacerlo. En teoría, era exactamente lo que necesitaba. Pero algo en la forma en que lo miraba, como si fuera un premio que había ganado, lo irritaba profundamente en ese momento. «Necesito una distracción» —pensó—. «Algo que me quite esta frustración de encima.» —Está bien —dijo finalmente—. Nos vamos en mi auto. Deja el tuyo aquí. Los ojos azules de Marissa brillaron con satisfacción apenas contenida. —Perfecto, mi amor. Déjame recoger mis cosas. Minutos más tarde… El Audi R8 atravesaba las calles de Dubai mientras el sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras. Marissa estaba sentada en el asiento del pasajero, con su perfume francés llenando el espacio cerrado del vehículo. Había sintonizado música suave e y se recostaba contra el cuero italiano con una sonrisa satisfecha. —¿Sabes? Estaba pensando que este fin de semana podríamos ir a Abu Dhabi —comentó, pasándose el cabello por detrás de la oreja con un gesto estudiado—. Hay una inauguración en el Louvre que... Su voz se desvaneció en el fondo mientras Emir navegaba el tráfico con piloto automático. Su mano derecha descansaba sobre la palanca de cambios, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. «¿Será que si acepta? ¿Necesita el dinero? No, Hassan tiene suficiente. ¿El prestigio entonces? Siempre fue ambiciosa...» Sin pensarlo conscientemente, su mano se movió desde la palanca hasta posarse sobre el muslo de Marissa. Ella se sobresaltó ligeramente, interrumpiendo su monólogo sobre el museo, y le dirigió una mirada cargada de anticipación. —Mmm, ¿impaciente, amor? —susurró, colocando su mano sobre la de él. Pero Emir apenas la escuchó. Bajo sus dedos, la textura de la media fina sobre la piel suave debería haberlo excitado. En cambio, su mente proyectó una imagen diferente: piel bronceada, más delgada, más pequeña. Cabello rizado negr0 cayendo sobre hombros desnudos. Ojos cafés mirándolo con ese fuego que solo Fátima poseía. «Maldición» —apretó el muslo de Marissa con más fuerza, intentando anclar su mente al presente—. «Déjame en paz, bruja. Incluso ahora me arruinas todo.» —Emir, cariño, me estás apretando fuertejajaja —dijo Marissa con una risita nerviosa, aunque claramente interpretaba el gesto como pasión. Él aflojó el agarre inmediatamente, sintiendo una oleada de frustración consigo mismo. —Perdón cariño. —No te disculpes —ella se inclinó, con su aliento rozando su oreja—. Me gusta cuando te pones... intenso. El resto del trayecto transcurrió en silencio cargado. Marissa interpretaba la tensión de Emir como deseo s£xual, sin saber que en la mente de él se libraba una batalla completamente diferente. Cada semáforo, cada curva, cada kilómetro lo acercaba más a su apartamento, pero también profundizaba su irritación. «Si viene debo aceptarla. Salomón es el jefe y… le tengo que dar cuentas» —pensó, con los nudillos poniéndosele blancos sobre el volante. Odiaba aún recordarla. Después de todo este tiempo, después de todo lo que hizo para olvidarla, ella seguía ahí. En su cabeza. “Arruinándolo” recordando aquella vez, cuando solo tenía 17 años. 13 años atrás, primer encuentro sex.ual... El apartamento que la madre de Fátima le había comprado para cuando se graduara estaba ubicado en una de las torres residenciales más discretas de Dubai. Era un espacio modesto pero elegante, con ventanales que daban a la ciudad y una decoración minimalista que aún esperaba el toque personal de su futura dueña. Fátima había planificado todo meticulosamente. Le había dicho a sus padres una mentira elaborada: que necesitaba estudiar matemáticas en sesiones supervisadas. Hassan, confiado como siempre en su hija mayor, no había cuestionado nada. Incluso había hecho una videollamada estratégica desde el apartamento, mostrándole a su padre los libros desplegados sobre la mesa del comedor, asegurándole que todo estaba bajo control. Lo que Hassan, quien aquella vez estaba en Riad, Arabia Saudita, no sabía era que Fátima había citado a Emir allí con el pretexto de recoger unos apuntes de la tarea. El timbre sonó exactamente a la hora acordada. Fátima se miró una última vez en el espejo del pasillo, nerviosa. Llevaba el cabello suelto, cayendo en ondas naturales sobre sus hombros, y vestía una bata de satén color rosa que había elegido cuidadosamente esa tarde noche. «Puedes hacerlo, Fátima» —se dijo, respirando profundo antes de abrir la puerta. Emir estaba del otro lado, vestido con un thobe blanco tradicional que contrastaba elegantemente con su piel clara. Llevaba una carpeta bajo el brazo y esa expresión de fastidio habitual que siempre adoptaba cuando estaba cerca de ella, como si estar en su presencia fuera una molestia. —¿Estás aquí sola? Toma, bruja —le dijo, extendiendo la carpeta sin ceremonia. Pero cuando sus ojos recorrieron su figura, notando el cabello suelto y la bata, su expresión cambió sutilmente. Fátima captó el destello de sorpresa en esos ojos verdosos-grises. —Sí, estoy sola, pasa—respondió ella, tomando la carpeta con manos que esperaba no temblaran visiblemente. Emir entró y mirándola le dijo: —¿Porque estás sin el hiyab y... en bata? —Porque me bañé hace poco. Y... estoy aqui sola porque... necesitaba privacidad. —¿Privacidad para que? —Para estudiar. Emir frunció el ceño, procesando la información. —Mmmm, ya. Bueno, me voy —dijo, dándose la vuelta. —¡Emir, espera! —la voz de Fátima salió más desesperada de lo que pretendía—. No te vayas. Él se detuvo, volteándose lentamente con una ceja arqueada. —¿Qué te pasa? Habían pasado unos dos años desde que ambos se habían dado su primer beso en un campámento de la escuela. Dos años en los que Fátima había intentado convencerse de que no significaba nada, de que Emir era solo el irritante cuñado de su tío, el niño recogido, inteligente, y alguien que la hacía enojar con su sola presencia. Pero la verdad era que no podía olvidarlo. No podía olvidar cómo se había sentido cuando sus labios se encontraron, ni la forma en que su corazón se aceleraba cada vez que lo veía. —Eh... necesito que... me expliques unas derivadas que no entendí —mintió, aferrándose a la carpeta como si fuera un salvavidas. —¿No entendiste? —preguntó Emir con escepticismo evidente en su voz. —No. Tenía malestar y de verdad no le presté atención. —Mmmm, claro —dijo él, claramente sin creerle pero sin confrontarla directamente. —Vamos a mi habitación —sugirió Fátima, con su corazón latiendo tan fuerte que estaba segura de que él podía escucharlo. Emir frunció el ceño profundamente, y su expresión se volvió seria. —¿A tu habitación? —Sí —dijo Fátima, sintiendo cómo el nerviosismo la invadía. —No creo que a Hassan le agrade que tú y yo estemos aquí solos. Me voy —declaró, dándose la vuelta nuevamente. —Mi papá no sabe que estás aquí. Además, está con el tío Salomón en Riad —insistió ella, alcanzándolo y agarrando su brazo. El contacto físico hizo que ambos se tensaran. Emir miró la mano de ella sobre su brazo, luego sus ojos subieron hasta encontrar los de ella. —Sí, pero... tu padre te tiene vigilada —argumentó, aunque no hizo ningún movimiento para liberarse. —No, hoy no —respondió Fátima, apretando su agarre.—. Mi papá cree que... estoy en clases supervisadas. Acabé de hacer una videollamada con él. No sabe que vine aquí. —Bruja, ¿qué intentas hacer? —preguntó Emir, con su voz bajando a un tono más íntimo, más peligroso—Estas con el cabello suelto y... se notan los pezones. Fátima respiró profundo, reuniendo todo el valor que poseía. Las palabras que había estado ensayando mentalmente durante días finalmente salieron: —Pues... quiero tener sexo. Y contigo. El silencio que siguió fue absoluto. Emir la miró como si hubiera hablado en un idioma extraterrestre. —¿Qué? —Sí, quiero tener sexo y que... tú me ayudes con eso. Quiero experimentar. No quiero ir a la universidad de Londres... virgen —continuó Fátima, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas—. Sé que tú... ya has tenido, porque... sales con otras niñas. Emir parpadeó varias veces, procesando lo que acababa de escuchar. —¿Quieres que yo te quite la virginidad? —Sí. Compré condones con el nombre de un hombre anónimo. Están ahí en la habitación. Compré de varios tamaños porque... bueno —dijo ella, señalando hacia el pasillo. Emir se soltó bruscamente de su agarre, retrocediendo un paso como si ella quemara. —Estás loca, Fátima. Hassan me mataría si sabe que te quité la virginidad. No quiero morir joven y sé que Salomón no podría defenderme —dijo, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración. —¡Mi papá no se enterará, te lo juro! —Fátima dio un paso hacia él, tomando sus manos entre las suyas. Sus ojos cafés lo miraron con una vulnerabilidad que raramente mostraba—. Anda. Sé que mi padre te mataría, pero no quisiera que te hicieran daño. Solamente quiero que seas tú el que me ayudes. Además, tu no serías solo el muerto, yo también. La confesión flotó entre ellos como algo tangible. Emir miró sus manos entrelazadas, sintiendo el calor de la piel de ella contra la suya. —No sé —murmuró, con su resolución claramente debilitándose. En ese momento, Fátima jugó su carta más desesperada. Con movimientos temblorosos pero decididos, se quitó la bata de satén, dejándola caer al suelo en un susurro de tela. Se quedó completamente desnuda ante él, con su piel bronceada brillando bajo la luz suave del apartamento. —Entonces otro lo hará —declaró, con su voz más firme de lo que se sentía por dentro. Emir quedó paralizado. Sus ojos recorrieron involuntariamente el cuerpo delgado de ella: sus senos pequeños y firmes, la curva de su cintura, sus caderas estrechas, su piel completamente depilada. La reacción de su cuerpo fue inmediata e incontrolable. Sintió una enorme erección crecer debajo de su thobe blanco, urgente y casi dolorosa. Tragó profundo, intentando mantener algún vestigio de control. —¿Quieres que lo haga otro? —preguntó, con su voz ronca. —Obvio no, pero... es riesgoso —respondió Emir, aunque sus ojos seguían devorando cada centímetro de su cuerpo desnudo, enfocándose en su intimidad expuesta. —Entonces... hazme el amor —susurró Fátima, dando un paso hacia él—. Nadie se enterará. Te lo prometo. Yo también me metería en problemas. Lo que Fátima no sabía, lo que no podía saber porque Emir había cultivado cuidadosamente su reputación de mujeriego, era que él también era virgen. Todas esas supuestas novias, todos esos rumores que circulaban en la escuela, eran solo eso: rumores. Emir nunca había correcto ninguno porque su orgullo masculino lo impedía, pero la verdad era que nunca había estado con ninguna mujer. De hecho, su hermano de corazón Samir, había experimentado… antes que él ya que en su mente, solo estaba Fátima. Y ahora, mirando a Fátima, la chica con quien también tuvo su primer beso, completamente desnuda frente a él, ofreciéndose con una mezcla de valentía y nerviosismo que la hacía aún más irresistible, Emir supo que estaba perdido. —Fátima... —comenzó, pero ella lo interrumpió. —Por favor —susurró, acercándose más hasta que sus cuerpos casi se tocaban—. Quiero que seas tú.—Fátima desnuda comenzó a tocar su pecho. Sin embargo, Emir no pudo aguantar las ganas. Era solo un jovencito de diecisiete años con las hormonas a flor de piel, y la visión de Fátima desnuda frente a él, vulnerable y deseosa, destrozó cualquier rastro de resistencia que hubiera intentado mantener. Con un movimiento rápido que los sorprendió a ambos, la tomó del cuello con una mano, no con fuerza sino con firmeza, y la atrajo hacia él. Sus labios se encontraron en un beso hambriento, desesperado, cargado de dos años de tensión s£xual no resuelta. Varias veces en secreto se masturbó pensando en ella a pesar de que Fátima no era una chica con un cuerpo escultural, pero a Emir le gustaba aquella flaca. Fátima soltó un pequeño gemido de sorpresa que se perdió en la boca de él. Sus manos, que habían estado colgando nerviosamente a los lados, finalmente encontraron propósito, aferrándose al thobe blanco de Emir como si fuera lo único que la mantenía de pie. El beso se profundizó, lenguas explorando, manos moviéndose con urgencia. Emir la empujó suavemente hacia atrás, guiándola por el pasillo sin romper el contacto de sus labios. Tropezaron ligeramente con el marco de la puerta de la habitación, riendo nerviosamente contra la boca del otro antes de continuar. La habitación era simple: una cama queen size con sábanas blancas inmaculadas, una mesita de noche donde efectivamente descansaba una caja de condones sin abrir, y cortinas que filtraban la luz dorada del atardecer de Dubái. Cayeron sobre la cama en un enredo de extremidades y respiraciones agitadas. Las manos de Emir temblaban ligeramente mientras tocaba la piel desnuda de Fátima, memorizando cada curva, cada suspiro que escapaba de sus labios. —¿Estás segura? —preguntó él, separándose apenas lo suficiente para mirarla a los ojos, dándole una última oportunidad de retractarse. —Sí —respondió Fátima, con sus ojos cafés brillando con determinación y deseo—. Estoy segura. Lo que ninguno de los dos sabía en ese momento era que esta decisión, tomada con la impetuosidad de la juventud y la certeza de que podrían mantenerlo en secreto, marcaría el resto de sus vidas de maneras que ninguno podía anticipar. CONTINUARÁ...
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