Capítulo 2. ¿Volver a ti?

1702 Words
Una hora más tarde… El bullicio de Londres se alzaba fuera de los ventanales de la agencia Al-Rashid Designs, ubicada en un edificio moderno en el corazón de la ciudad. Fátima avanzaba por el pasillo hacia su oficina, y el taconeo de sus botas ne-gras resonaba con autoridad. Vestía un traje sastre gris oscuro que abrazaba su figura esbelta de 48 kilos, y su cabello ahora liso y caía sobre sus hombros. A sus 29 años, exudaba confianza, pero sus grandes ojos cafés reflejaban una intensidad que ponía nerviosos a los 16 trabajadores bajo su mando. Ellos la observaban de reojo, encogidos, sabiendo que su carácter regañón podía estallar en cualquier momento. Kelsey, su asistente de cabello castaño y expresión nerviosa, se acercó con una caja en las manos. —Señorita Fátima, aquí tiene. Parece que son las invitaciones de su boda —dijo, ofreciéndosela con cautela. —Qué bueno —respondió Fátima con una sonrisa tensa, tomando la caja y dirigiéndose a su oficina. El aroma a café recién hecho la recibió mientras se sentaba en su silla de diseño, con la caja frente a ella. Con una mezcla de emoción y orgullo, murmuró para sí misma: —¡Vamos a ver cómo quedaron con mi diseño árabe! Abrió la caja con cuidado, y sus dedos rozaron el papel fino, pero al ver las invitaciones, su sonrisa se congeló. El diseño no era el suyo: elegantes, sí, pero carentes de los detalles árabes que había esbozado con tanto cariño. Un grito de frustración escapó de su garganta: —¡AAAAH, ¿QUÉ ES ESTO?! ¡NO FUE LO QUE PEDÍ! El silencio se apoderó de la oficina. Sus trabajadores se encogieron de hombros, tensos, acostumbrados a sus arrebatos. ―¡Me van a escuchar! La controladora Fátima con el pulso acelerado, tomó el teléfono y marcó al proveedor. Después de escuchar el tono, habló: —Buenos días, acabo de recibir las invitaciones para mi boda, pero no son el diseño que les envié. ¡Qué sucedió!—dijo, intentando mantener la calma. —Lo sentimos, señora, pero recibimos la solicitud de la Marquesa viuda de Pemberton y dijo que ese era el diseño apropiado para su familia. —¿Cómo? —preguntó, incrédula. —Así es señora Al-Rashid. En ese momento, Fátima sintió un calor subirle al rostro. Otra ve, la madre de James, metiéndose en su vida. «¡Esa vieja, como siempre de metiche!»―pensó suspirando apretando los dientes. —Está bien… entonces mi suegra… cambió mi diseño a último minuto. —Así es, señora Al-Rashid. Ella nos dijo que usted se había comunicado con ella. —Bueno… está bien —dijo, colgando con brusquedad. Cerró los ojos, dejando que un suspiro frustrado escapara de sus labios. —Como siempre esta señora —murmuró, mirando las invitaciones con amargura. Mientras las observaba, sintiendo una mezcla de frustración y resignación, su teléfono vibró. Era su padre, Hassan Al-Rashid. —Papá —susurró, un alivio fugaz suavizando su expresión. Tomó el teléfono, ajustándose el cabello y forzando una sonrisa antes de responder a la videollamada. —Salam, papá. ¿Cómo estás? —dijo, con su voz cálida a pesar del nudo en su garganta. —Hija mía, perdóname si te interrumpo —respondió Hassan, con su rostro lleno de ternura al verla. Sus ojos cafés, intensos como los de Fátima, brillaban con orgullo paternal. —No, padre, no me interrumpes. —¿Estás bien? —Claro que sí —sonrió, fingiendo—. Ya me entregaron las invitaciones de la boda. Quedaron hermosas —mintió, deseando proyectar una vida perfecta para su familia. Estaba comprometida con alguien de la realeza londinense. —¿Y cómo va todo con la boda? ¿Los preparativos, las flores, el vestido? —preguntó Hassan, inclinándose ligeramente hacia la pantalla, con su voz cargada de interés―Necesitamos reunirnos con tu prometido aquí en Dubái. ¿Por qué no viene? Leila y yo hemos estado esperando su visita desde hace meses. ―Ah, es que… tiene muchos deberes políticos y bueno, no le da tiempo. Pero no te preocupes, pronto iremos. Además, ya la boda está a solo unos meses―sonrió― verás que tu hija mayor ya será toda una señora casada con el amor de su vida—respondió Fátima, manteniendo la sonrisa a duras penas, ocultando la verdad sobre las invitaciones y de la intromisión de su suegra que no dejaba que su hijo viajara mucho para que estuviera en Londres. —Qué alegría, habibi. Me alegra escucharlo. Si tu estás feliz, yo estoy feliz. Confío plenamente en ti —dijo él, asintiendo con satisfacción. ―Pero dime, ¿cuál es el motivo de tu llamada, padre? —interrumpió Fátima, curiosa, intentando desviar el tema. —Ah, sí —respondió Hassan, ajustándose en su silla—. Te llamo por una propuesta de trabajo. Tu tío Salomón quiere construir otro de sus proyectos y te necesita. Botamos al antiguo arquitecto por…inconsistencias. Así que, eres la mejor para trabajar con nosotros. Competiremos por un premio que impulsará tu portafolio en Londres. ¿Qué dices? A Fátima le brillaron los ojos, pero quiso preguntar lo más importante: —Mmm… ¿y quién será el ingeniero en jefe?―alzó una de sus cejas.―¿El… idiota de Emir? —Sí, Emir, obviamente. Quién más hija. En ese momento, el corazón de Fátima dio un vuelco. —Ay no, qué fastidio padre. Tú sabes que ese tipo me cae mal. —Sí, sé que no se llevan bien. Pero es una gran oportunidad, habibi. Nos harías muy felices a tu tío y a mí. En el último proyecto enorme, el otro arquitecto se llevó el mérito porque no quisiste participar. Esta vez podrías brillar. Ven, trabaja con nosotros. —¡Pero es que no quiero que Emir sea mi jefe papá! ¡Me cae muy mal! Es tan… tan… idiota. —Lo sé. Pero ya déjate de eso. Compórtense como adultos y dejen su pelea milenaria. Ya no son niños. Hassan desconocía el secreto de su relación adolescente con Emir, creyendo solo en un odio mutuo. —Déjame pensarlo, padre. Tú sabes que odio a ese ser. —No lo pienses mucho. Este proyecto impactará tu carrera. Es un contrato gubernamental para una ciudad ecológica sustentable, compitiendo por el premio más prestigioso de arquitectura sostenible mundial. Tú decides. —Está bien, lo pensaré. —Bien, hija mía. No te quito más tiempo. Piénsalo y llámame. Te esperamos con los brazos abiertos. Mientras tanto, lo que más "odiaba" Fátima: Emir… Salomón, magnate y CEO de Al-Sharif Holdings, hablaba con Emir, su cuñado y hermano menor de su esposa Nina. El ambiente estaba cargado de tensión tras el reciente escándalo. —Sabes que desaparecimos a ese maldito arquitecto que hacía demasiadas preguntas sobre nuestros túneles subterráneos. Así que vamos a llamar a Fátima. Hassan la convencerá —dijo Salomón, ajustándose las gafas. Emir, ingeniero en jefe y Director de Proyectos de Construcción Internacional de unos 30 años, frunció el ceño. Su metro noventa y cuerpo atlético se destacaban bajo una camisa oscura que dejaba entrever su piel blanca. Su cabello castaño ondulado caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos verdosos-grises brillaban con una mezcla de sorpresa y recelo. Sintió su corazón latir fuertemente al escuchar el nombre, un eco de emociones reprimidas agitándose en su pecho, como un tamborileo que resonaba en la quietud de la oficina. El aire se tornó denso por un instante, cargado de recuerdos que Emir había enterrado bajo capas de orgullo. Su némesis, Fátima, a quien no había olvidado desde que eran adolescentes, la habían llamado para este proyecto. La sola mención de ella avivó un fuego olvidado en su interior. Así que, con los músculos tensos bajo su camisa oscura, miró a Salomón con intensidad, preguntando: —¿Fátima? —colocó las manos sobre su cintura con un gesto de frustración. —Si, Fátima. Emir suspiró profundamente, dejando escapar un aliento cargado de fastidio, pero a la vez, sintió ese típico nudo en su estómago. —Ah, Salomón. Esa mujer es una amargada. Me va a aruinar el proyecto. Tú sabes que yo no me dejo dominar y ella le gusta mandar. Salomón, de 55 años, levantó la vista de los documentos que firmaba con mano firme. Su rostro veterano por los años y el poder reflejaba esa autoridad innata que solo viene con décadas de decisiones implacables. Apoyó los codos sobre el escritorio de caoba, y lo miró con esa severidad que había intimidado a jeques y ministros por igual. —Dejen su tontería de cuando eran niños y trabajen juntos —dijo, ajustándose las gafas de montura dorada con un gesto que había perfeccionado en mil reuniones de negocios—. Ella es la única que nos puede ayudar. ¿O qué? ¿Quieres que descubran… nuestra doble vida? Su voz bajó a un tono conspirador, con cada palabra medida, mientras sus dedos tamborileaban rítmicamente sobre la superficie pulida del escritorio, un hábito nervioso que solo aparecía cuando hablaba de los aspectos más oscuros de su negocio. ―Pues obvio que no… pero… —comenzó Emir, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración. ―Sin peros —lo cortó Salomón con la autoridad de quien no tolera contradicciones, levantando una mano—. Fátima no se pondrá a hacer tantas preguntas como el otro maldito que eliminamos. Se recostó en su silla de cuero italiano, mientras sus ojos verdes miraban a Emir. —Sé que se la llevan mal y se odian, pero… no tenemos otra alternativa —continuó, con su voz adoptando un matiz casi paternal que contrastaba con la frialdad de sus palabras—. Tú mismo sabes que este proyecto nos llevará alto. Y no solo a la compañía, sino a ustedes dos también. Piénsalo: reconocimiento internacional, contratos gubernamentales… y nadie husmeando donde no debe. Emir suspiró profundamente, tragándose su orgullo como un trago amargo. ―Bueno, está bien. Trabajaré con esa bruja —murmuró, y por un instante, el apodo que había usado para ella desde que tenía 14 años sonó más suave de lo que pretendía. CONTINUARÁ…
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