El semáforo estaba en rojo y Fátima miraba fijamente por la ventana, con su mandíbula apretada, mientras las palabras de Emir sobre Marissa y "esas otras áreas con su boca" resonaban en su mente como campanas de iglesia anunciando una muerte. «Fátima... suenas como mujer celosa, mejor... cállate» —se ordenó mentalmente. Respiró profundo, forzando su voz a salir con esa indiferencia estudiada que había perfeccionado durante doce años de distancia: —Sabes qué, no me interesa qué hagas con tu vida, Emir. Solo... espero que seas feliz con tu Barbie, así como lo soy yo con mi príncipe. La risa de Emir estalló en el espacio confinado del auto, genuina y burlona, con ese sonido que solía usar cuando la había atrapado en alguna contradicción durante sus días escolares: —Jajaja, ¿ya hasta le d

