—Si, mi niña hermosa—dijo Hassan con una sonrisa—Nadie mandó a ese imbecil a... meterse donde no le importa. Luego, a ambos les llegó una notificación de tarjetas de crédito. —Mmm, los niños andan jugando—dijo Salomón. —Si, ya vi. Mientras tanto, Emir... Emir pensaba en Marissa. Pero... había algo... faltante. Algo que nunca había podido articular completamente pero que ahora, después de lo que acababa de experimentar con Fátima, se volvía dolorosamente obvio. Marissa no lo hacía perder el control de esa manera. No lo hacía sentir como si cada terminación nerviosa en su cuerpo estuviera en llamas. No lo hacía olvidar todo: su nombre, su posición, sus obligaciones, su futuro, todo excepto la necesidad desesperada de estar dentro de ella. Fátima sí. Y esa era la parte más aterradora

