Emir no era Al-Sharif de sangre, pero Salomón lo había adoptado formalmente a los quince años, dándole su apellido y sacándolo de la pobreza junto a Nina, su hermana mayor que lo había criado desde niño. Legalmente era uno de ellos, con todo el prestigio y privilegio que eso implicaba. Pero bajo la ropa cara y las tarjetas de créditos ilimitadas y las de presentación, Emir nunca olvidó de dónde venía: ese niño albanés huérfano que dependió de su hermana para sobrevivir. ―Bueno. A trabajar.―se dijo arrancando el motor del Audi, escuchando el rugido satisfactorio del V10. El sonido lo ancló al presente y salió del estacionamiento subterráneo hacia la luz cegadora del sol de Dubái. Condujo por un rato, sin embargo… ahora su mente estaba dividida entre el presente y el pasado. Había estado

