Se quedaron mirando por unos segundos y la tensión s3xual volvió, espesa y peligrosa, llenando el espacio confinado del ascensor como gas inflamable esperando una chispa. Los ojos de Emir recorrieron el rostro de Fátima con intensidad que la hacía sentir desnuda otra vez, expuesta de maneras que no tenían nada que ver con ropa. Y ella lo miraba de vuelta con esa mezcla de desafío y algo más oscuro que ninguno de los dos quería nombrar en voz alta. El aire entre ellos prácticamente chispeaba. Hasta que las puertas del ascensor se abrieron completamente, revelando el pasillo elegante del piso 42, y fueron recibidos por Ahmad, el asistente personal de Salomón durante más de quince años, quien vestía un thobe blanco impecable, su guthra estaba perfectamente doblada y asegurada con un agal

