Hoy, te he imaginado

1778 Words
(Hola, Soy Sandra... Siento que este libro amerita un poco de ayuda, de esa auditiva, por lo que en algunos capítulos, estaré dejando los links de las canciones que permiten ampliar la compresión de lo que siente el protagonista. Espero les agrade la idea, tanto como a mi. Los quiero. Abrazos de oso) ― ¿Tenemos compañía? ― Pregunté, intentando sonar menos enojado de lo qué realmente me sentía. ― Andrés ― La dama se levantó con prontitud de la mesa del comedor y se acercó para presentarse ― Mary Acendra ― Estiró su mano y yo le repase de pies a cabeza, tal como lo aprendí de mamá o Andrea. Sin imitar sus gestos de desaprobación. ― Andrés Sachi― Respondí solo por la gota de cortesía qué queda en mi moralidad. ― Un gusto conocerlo Andrés. ― Mencionó con una extraña sonrisa dibujada en su rostro, una qué me hizo pensar, qué intentaba agradarme. ― Igualmente ― Me retiré de la habitación sin mediar palabra. ― Señor Andrés ― Claramente no me dejarían libre con facilidad, eso lo noté cuando oí los pasos de María entrando a la habitación. ― ¿Si? ― Refunfuñe tratando de disimular nuevamente el enojo ― ¿Qué pasa Maria? ― La señorita Mary necesita hablarle. Quise correr en el momento mismo en qué oí aquella oración, pero sería alertar a mi familia un poco más acerca de mi lucidez. Es lógico qué la presencia de “tal señorita” tenga qué ver exclusivamente con mi estado mental y la intensidad de Maria y Lena, para qué yo hable y vuelva a la “normalidad”. Lo qué ellas no entienden, es qué mi normalidad, es esta misma y así será. ― ¿La señorita Mary es…? ― Inquirí con sutileza sin girarme a mirarlas. ― Soy psicóloga… ― El silencio incómodo recorrió la habitación y bufé solo para matizar la sensación de molestia. ― Me alegra mucho qué lo sea. ― Escuché la gracia de Maria. A la profesional de la salud mental, no le agradó mucho mi numerito. ¡Aburrida! ― Andrés… Entiendo su resistencia y quisiera solicitarle de manera respetuosa, unos minutos de su tiempo. En ese momento creí adecuado girar para mirarle. Total, mi rechazo se oía mucho menos grosero, si lo digo mirándole a los ojos. ― No creo qué exista un tema de conversación, más allá de la presentación personal qué ya hicimos. ¡Oh! ― Sonreí, fingiendo recordar algo importante ― Corrijo, aún me falta decir qué soy médico cirujano, especialista en cirugía estética y reconstructiva. ― Concluí con un tono altivo ― Ahora sí, con permiso. Di media vuelta y continué el camino, estaba seguro qué la psicóloga no se tomaría la atribución de seguirme hasta la oficina y si era el caso, prefiero caminar hasta mi antigua habitación y refugiarme en ella. Lo vuelvo a pensar y si es exagerado, pero no voy a dejar qué se acerque a mi y me diga qué debo dejar de comportarme como lo hago y qué el dolor se pasará en cualquier momento. Me importa muy poco los años de estudio qué le enseñaron esa desfachatez, apuesto a qué no ha perdido ni un pez dorado en la vida… “Especialista en duelo…” especialista yo, qué perdí la vida cuando se fue Lucero. ― Andrés ― Está es mi tarjeta y junto a ella, está la dirección de un grupo de apoyo. Todos los qué estamos allí, hemos perdido un ser querido. ― Tuvo qué alzar la voz por qué yo ya había salido de su vista. ― Muchos hemos perdido a nuestras parejas. Yo tenía diez años de matrimonio con el amor de mi vida. El silencio incómodo de nuevo y ahora apuesto a qué mis chistes menos le gustarán. Elegí quedarme inmovil, detrás de la pared para qué no puedan verme, pero han de suponer qué sigo aquí. ― Nos vemos, Andrés. Será un enorme placer acompañarlo a su primer día, cuando lo decida. ¡Qué tontería! Jamás asistiré a algo como eso. Cada persona es libre de aprender a procesar su dolor y mi fórmula especial ya fue elegida, no hay vuelta atrás. Nada hará qué cambie de parecer al respecto. Seguí caminando hasta el estudio, tengo suerte qué fuera diseñado al otro extremo de la casa, lejos de la sala o el comedor, así puedo mantenerme allí, aislado de las mujeres qué están en mi casa y qué esperan mucho de mi. Más de lo qué yo pueda dar en este momento. Cierro la puerta, no quiero qué Abril entre y pretenda hacerme reír por qué lo haré y no siento qué deba. No cuando Lucero está enterrada a tantos kilómetros lejos de mi y no la tengo aquí. Ni a ella ni a nuestro hijo ni a nada. Quiero creer qué era un varón, quiero sentir ese deseo masculino de procrear a un niño, aunque suene machista. A veces creo qué lo pienso así, solo por qué de ser una niña, me hubiera arrancado más el alma, mucho más de lo qué se me deshizo. Unos pasitos se oyen por el corredor, seguidos por un sonido constante, como el de un objeto siendo arrastrado y sé qué es ella. Se detiene frente a la puerta y ruego qué no toque o tendré qué ignorar qué está allí, me duele hacerlo, pero en este momento no estoy en disposición de atender sus requerimientos filosóficos. Conversar con Abril es casi lo qué creo, una terapia psicológica. Esa niña te enfrenta sin sensibilidad a tus miedos y te hace sentir incómodo. A veces pregunta por Lucero, sin embargo lo qué más me ha costado fue responder acerca del origen de su nombre, recuerdo qué la conversación nos llevó casi una hora y tuvo qué intervenir Lena, argumentando qué su nombre era genial y qué ella también lo era. Es una especie de lógica materna donde se supone qué quieres alentar a tus hijos subiendo su autoestima. Yo creo qué Lena ha leído mucho y qué Abril, entiende más qué ella, como es todo eso de la relación entre padres e hijos. A esa niña, nada ni nadie le bajará el autoestima. Es aguerrida, poderosa y fuerte. Por algo mi Lucero la amaba con locura, era su gran felicidad. ― ¿Hola? ― Tres golpes suaves a la puerta anticiparon su intervención. ― ¡Hooooolaaaaa! ― Extendía las vocales, irritada por no obtener respuesta de inmediato. ― Andrés está cansado, hija. ¿Vamos por un helado? ― La voz de Lena alivió mi presión, estuve apunto de abrir la puerta. Pero la botella vacía de vino sobre el escritorio, me recordó qué no tengo las condiciones cognitivas para atender a una niña, menos a Abril. ― … Malia… ― Si con ella… ¿Vamos? ― Su voz se entrecortaba. Activar canción. (https://www.youtube.com/watch?v=TOgCeRQvzoY) Kanny García - Confieso. Terminé el día, acostado en mi cama, en la oficina. Con la música a todo volumen, intuyendo qué las mujeres han salido de casa y la comodidad de sentirme solo, me dan el espacio para expresarme, un poco más de lo que ya lo hago. He incluido una nueva practica a mi terapia de duelo. Llorar y cantar hace qué el dolor se arraigue, en mi pecho, qué se instale y me remueva al punto de querer patalear en el suelo, pero de alguna manera, es una excelente forma de, luego de un espacio de tiempo, respirar profundamente, sin ahogarme. ― No debiste apartarte, Lucero. ― Reniego mientras me levanto de la cama y camino hasta el escritorio para remover las botellas que están allí, buscando los residuos de alcohol en alguna botella. ― Irte, fue la peor canallada qué le hiciste a mi alma. Mis reproches no cesan y con dolor le grito lo mucho qué la odio, lo grave qué es el estado pausado en el qué dejó mi vida y lo difícil qué ha sido para mí, continuar sin ella. Tanto, qué no sé qué hago despierto o caminando. ― ¡Después de todo lo qué hice por ti! ― La botella qué tiré, golpea contra la puerta de madera y va a caer al suelo, los pedazos de vidrio se esparcen por la oficina, me importa muy poco el desastre y lo mucho que se va deteriorando el lugar o su olor fuerte a dolor y miseria. Mi vida, es esa misma miseria. Vuelvo la mirada al escritorio, necesito hallar un poco más de licor, solo un poco más para sentirme realmente ebrio y descansar. De una manera egoísta, el universo me deja ver sobre el escritorio, uno de sus tantos cuadros de calendario, de esos que organizaba semanal para definir tareas en la clínica y tantas cosas más que solo ella lograba deducir. Su letra está en la hoja, verla es una tortura tan fuerte, que ni siquiera puedo acercarme al papel. La imagino de inmediato, allí sentada en mi escritorio, el que hizo suyo desde que entró a esta casa, tal como lo hizo con mi vida. Su sonrisa se dibuja en mi cuadro fantasioso, levanta la mirada y me mira. Me regaña por algo, por alguna tonteria que olvide realizar, en casa o en la clínica y luego lleva su lápiz a la boca, lo mordisquea un poco, eso siempre lo hacía cuando necesitaba algo de concentración. De nuevo me mira, es una tortura sin fin. ― ¿No tienes nada que hacer? ― Le escuchó refunfuñar. ― No tengo nada que hacer, desde que te fuiste. ― Murmuró ante ella, sé que no está allí, pero me da paz verla. Sonríe y de nuevo siento que la vida se me va en su risita, en los hoyuelos que se dibujan en sus mejillas con cada expresión de felicidad. La música se detiene, ha terminado la playlist que programe para llorar esta noche. Me quedo de pie, mientras las lágrimas caen solas, sin permiso ni control. No sé por cuanto tiempo lo haré, solo sé que no tengo nada mejor que hacer y esto, es justo lo que me da fuerza. Pasan el tiempo, creo que son horas, siento el cansancio abordarme y ahora sé qué es momento de dormir, cuando los ojos se cierran a voluntad sin darme permiso de nada. Mañana será otro día, uno listo para qué una vez abra los ojos, el dolor se instale en mi pecho y no se marche, hasta qué me embriague y rompa dos o tres botellas, llore tanto como pueda y la mente se pierda en algún recuerdo de ella, la mujer que giró mi vida y se marchó.
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