Al oírlos, Diana se empezó a correr. Un orgasmo continuo, que aumentó de fuerza cuando las dos pollas, al unísono, empezaron a correrse dentro de ella. La caliente lava que los dos hombres disparaban en lo más profundo de su culo la hizo dar el último grito, con todo el cuerpo tenso, los ojos cerrados y las manos agarrotadas. Pero no fue sólo Diana la que gritó. Daniel y Jorge también lo hicieron: No se habían topado jamás con un zorra como Diana. Sus chorros cálidos bañaban la polla del otro. Cuando los orgasmos cesaron, sólo quedó el sonido de las agitadas respiraciones de los tres. Sudaban a chorros. Pero nunca habían gozado tanto. Sacaron sus menguantes pollas del culito de Diana. El ojete quedó abierto, distendido, y un reguero de semen empezó a salir. Diana tenía los ojos cerrados

