— Vamos, cariño, tenemos cosas que hacer — —Ándale, además sabes que casi no me tardo en terminar — dice, sin saber bien que eso no es precisamente bueno. La manera de rogar me seduce, pero no me siento exactamente dispuesta. —Quizá a la tarde si te portas bien… — intento esquivar, pero me toma del brazo. Intento zafarme pues imagino que su agarre es simplemente un juego. Pero descubro, con auténtica sorpresa que soy incapaz de mover su mano. Miro a Tom, y en su mirada advierto una deseo inocente. —Ándale, qué te cuesta … —sigue rogando. Mi pequeño se ha convertido en un hombre fuerte, no puedo ni siquiera soltarme de su brazo sin hacer uso de toda mi fuerza cuando él seguramente sólo está jugando. No está bien que ruegue, deberé enseñarle que ese no es el camino para conseguir lo que

