Esa noche, cuando mamá volvió del trabajo, la rutina se desplegó como siempre: un beso en la mejilla, una sonrisa cansada pero genuina, y el sonido de sus tacones resonando por el pasillo. —¿Cómo te fue hoy? —pregunté, aparentando desinterés mientras me acomodaba en el lugar de siempre, dispuesto a presenciar el espectáculo de cada tarde. —Lo mismo de siempre, cariño. ¿Tú qué tal? —respondió ella, mirando a su alrededor y descubriendo el fruto de mi esfuerzo. La miré de reojo, quitándose el saco.. Ella se movía con gesto casi ensayados, tan en control de todo, que a veces me hacía sentir que mis preguntas no eran más que ruidos en su perfecta sinfonía. —Bien, bien... —empecé, bajando la revista—. Oye, ¿puedo preguntarte algo? Ella levantó una ceja, curiosa, pero sin perder la compostu

