Capítulo 1-3

600 Words
―¡ELIGE! ¡Ahora, hembra, o elegiré yo por ti! ―rugió Antros 785. No sabía qué otra cosa hacer. Estaba al mando de aquella instalación minera, y su trabajo no incluía cuestionar a los seres que traían a las minas. No, su trabajo era emparejar a las hembras con los machos para asegurarse de que estos últimos fuesen más dóciles. Nunca antes se había encontrado una hembra hostil, y no sabía cómo manejar a una como la que en aquel momento le estaba clavando las afiladas uñas en el pecho. Riley miró al bicho palo que tenía delante y resopló con indignación. ―¡Vale! ¡No hay por qué ponerse tan tenso! ―comentó, dándole la espalda y echándose la melena rubia sobre el hombro―. Los elijo a todos ―contestó con un suspiro exasperado. ―¿Qué? ―gritó prácticamente Antrox 785. Riley se giró para mirarle y puso en blanco sus ojos grandes y azules. ―He dicho que me los quedo a todos ―repitió poco a poco, sacudiendo ligeramente la cabeza para señalar que creía que era un idiota. ―Pero… pero… ―tartamudeó Antrox 785, confundido. Miró a los cinco hombres que los observaban y después volvió a desviar la vista hacia la hembra―. No, tienes que escoger a uno. ―No, no tengo por qué escoger solo a uno. Los escojo a los cinco ―insistió Riley con cabezonería―. ¡Los cinco o ninguno! ―añadió, volviendo a sacudir con determinación la pesada melena. ―¿Cómo puedes tener a cinco machos? ―preguntó Antrox 785 con frustración―. Todas las demás hembras han escogido solo a uno. ―Bueno, yo no soy las demás hembras. Soy Riley St. Clair de Denver, Colorado, y los elijo a los cinco ―dijo, inclinando la barbilla en un gesto testarudo―. Si tienes algún problema con eso, más te vale superarlo. He tomado una decisión y se acabó―añadió, arqueando una ceja y retándolo a decirle que no. Riley se habría cruzado de brazos para demostrar que iba en serio de no ser porque se los habían atado. Y, puesto que no podía cruzarse de brazos, alzó la nariz todo lo que pudo y adoptó su mejor expresión de «esa es mi última oferta». Incluso ladeó la cadera para demostrar que no permitiría que la intimidasen para hacerla cambiar de opinión. Si algo había aprendido mientras era fiadora judicial, era que el lenguaje corporal podía ser un arma muy poderosa. Antrox 785 apretó las encías de pura frustración. Alzó una mano en dirección a los guardias que había debajo de él, indicándoles que llevasen a todos los hombres a la cueva que le habían asignado a la hembra. Con un movimiento de cabeza, señaló a los dos guardias que estaban detrás de Riley que se acercasen. ―Llevadla a sus habitaciones, donde están sus compañeros, y traedme al mercader que ha traído a esta hembra ―exigió con brusquedad. Uno de los guardias miró con cautela a Riley y Antrox 785 antes de contestar. ―El mercader ya se ha ido, 785 ―dijo Antrox 921. Antrox 785 bajó la vista hacia Riley, quien le mostró los dientes y mordió el aire, y Antrox 785 retrocedió un paso, cerrando las garras hasta clavárselas en las palmas verdes de las manos. Asintió con la cabeza y se quedó mirando cómo los dos guardias escoltaban a Riley hacia la habitación seleccionada. Ya había decidido que, de no ser por la ley que prohibía que un Antrox hiriese a una hembra, sin importar qué hembra fuera, ya habría llevado felizmente a aquella en concreto hasta los pactors, las enormes criaturas que usaban para sacar minerales de las minas, para que les sirviese de comida. Tomó nota de que, la próxima vez que aquel mercader se pasase por las minas, no volvería a abandonarlas jamás.
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