—¿Estás segura de que te sientes bien? —pregunta por enésima vez, mientras revisa el golpe en mi nariz. Es bonito tener a alguien que se preocupe por uno, pero, Jim, es un exagerado de primera. —¡Que sí, Jim! Ya te dije, como quinientas veces en una hora, que estoy bien —me separo de su lado, rodando los ojos y acostándome en mi lado de la cama. Son las tres de la mañana y temprano tenemos que regresar a Los Ángeles. Quién sabe que pueda despertarme. Me siento terriblemente cansada y agotada. Tan solo quiero acostarme y cerrar los ojos, mientras los fuertes brazos de Jim, me oprimen contra su pecho. —No te he preguntado tantas veces —replica, acomodándose a mi lado y cogiendo la sábana, para arroparnos con ella. —No, pero ya casi lo haces —le digo en tono irónico. Me acerco a

