!AZÓTAME!
Agarro los huevos y los echo sobre el sartén, de una forma tan brusca, que provoca que cientos de gotitas de aceite salten por todas partes y me sonsaquen un aullido cuando alcanzan mi mano.
Soy un desastre. Nunca he sido una buena cocinera. De hecho, soy malísima en la cocina.
Si de comer se trata, llámenme a mí que para eso soy muy buena. Pero, para cocinar, lo mejor sería que llamen a los bomberos, porque es probable que todo termine en un incendio voraz.
Estoy nerviosa. A punto de que me dé una crisis y caiga desmayada sobre las baldosas de la enorme cocina. Quiero echarme a llorar y sufrir por mi desgracia.
Es mi primer día trabajando como sirvienta en la mansión de Jim Patrick. Mi crush. El famoso actor que me trae babeando y me calienta más que el sol de verano cuando veo alguna foto suya en internet o en su página de i********:.
Hoy será la primera vez que lo tenga frente a frente y, resulta, que la cocinera y todo el personal se han enfermado, y yo tengo que hacerme cargo de todo.
Quisiera impresionarlo, haciéndole un desayuno espectacular. De esos que postean en i********: y parecen sacados de una revista. Pero, aceptémoslo, si no se me quema, será un gran logro.
Cojo la sal y le ruego a los espíritus de mis ancestros que me ayuden a darle buen sabor a estos huevos. Mi abuela es una gran cocinera. La mejor. Siempre me ha cocinado unas delicias y, cuando le pregunto cuál es su secreto, me responde que amor. Que todo lo prepara con amor para su querida nieta.
¿Amor?
Pues yo amo a Jim.
Esto tiene que salir bien. Porque estoy poniendo todo mi amor en esto.
Cierro los ojos y echo una pizca de sal. Bueno, es un poquitito más que una pizca.
Revuelvo los huevos y, cuando creo que ya están listos, apago la estufa y los sirvo en un plato.
Coloco unas rodajas de pan integral y tocino en el plato, y luego lo coloco sobre una bandeja de plata, junto con un cuenco con algo de fruta, un vaso de jugo y una taza de café caliente.
Con nerviosismo cojo la bandeja y camino hacia el comedor donde se encuentra sentado el dueño de mis suspiros y mis sueños más húmedos.
Está leyendo el periódico. Viste un pantalón de pijama y sin camisa. Su cabello está salvajemente revuelto y su rostro luce serio.
Con timidez, coloco la bandeja sobre la mesa y me muerdo el labio mientras mi mirada baja por su abdomen perfectamente esculpido.
«¡Qué rico!»
Lo que daría por pasar mis manos por esos cuadritos. Arañar sus enormes hombros y que sus fuertes brazos me rodeen, mientras pasa su lengua por mi cuello.
Cierra el periódico y lo coloca a un costado de la bandeja. Con rapidez aparto mi mirada de su delicioso cuerpo, y aparto los pensamientos lujuriosos que ese dios s****l me provoca, cuando lo veo observar la comida, mientras, una de sus cejas se levanta con incertidumbre.
Con un gesto lleno de parsimonia, coge un cubierto y un cuchillo, y se dispone a comer.
Hasta para comer es tan sexi. Lleva el tenedor, junto a una porción de los huevos revueltos, hasta su perfecta boca y… ¡Oh, cielos!
He mojado mis bragas viendo la forma tan sensual en que sus labios y su boca se abren y le dan cabida a aquel tenedor.
Comienza a masticar y, dos segundos después, su cara se arruga y escupe el huevo de regreso en el plato.
Abro los ojos, asustada, y me quedo helada cuando voltea a verme con el entrecejo fruncido y con cara de pocos amigos.
—¿A caso quiere matarme de hipertensión? —inquiere, molesto, mientras, coloca el cuchillo y el tenedor sobre el plato—. Mejor me hubiese traído un vaso de agua del Mar Muerto y no esta porquería tan salada.
¡Rayos!
Parece que mis antepasados no han podido ayudarme contra este reto.
—Lo siento, señor —farfullo avergonzada—. Prometo que la próxima vez lo haré bien.
—¿La próxima vez? —pregunta, alzando una ceja.
Y aquello me cae como balde de agua fría.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Ni un día y ya me va a despedir. Ya no podré seguir deleitándome, viendo a este dios s****l, ni podré cumplir mi sueño de casarme con él y cumplir todas mis fantasías sexuales.
—Por supuesto que la próxima vez lo hará mejor —expresa, haciendo callar mis pensamientos —. Porque en este mismo momento le daré un castigo para que aprenda a cocinar.
—¿Castigo? —pregunto, asombrada y asustada ante aquella palabra.
—Sí —responde impasible.
Coloca ambas manos en la orilla de la mesa y se empuja, con todo y silla, hacia atrás. Abre las piernas y su m*****o se asoma por debajo de la tela del pantalón, poniéndome a tragar saliva, por aquella imagen tan erótica.
—Súbase esa falda y recuéstese aquí —dice, señalándose las piernas—. Voy a azotar tan duro ese delicioso trasero que, la próxima vez que cocine, será para darle clases de cocina a Gordon Ramsay.
Lo observo, asombrada. De seguro me está tomando el pelo. O, ¿acaso podré cumplir una de las tantas fantasías que he tenido con este bombón?
—¿Qué está esperando? —demanda impaciente—. Muévase y ponga ese trasero en pompa para mí.
¡Oh, cielos!
No puedo creerlo.
Jim Patrick me dará de nalgadas a mí. A mí que he soñado con esto tantas veces.
Obedientemente, me levanto la cortísima falda del sexi uniforme de sirvienta y una sonrisa lobuna le surca los labios. Alza su dedo índice y me hace una señal para que me acerque a él.
Le dedico una sonrisa traviesa y con sensualidad camino acercándome a él, sosteniéndole la mirada.
—Acuéstese —me sisea, con una voz tan ronca, que me pone a vibrar sin que me haya tocado.
Obedezco. Me recuesto sobre aquellas largas y tonificadas piernas y le esponjo el trasero en pompa. Ansiosa de que aquellas manos lo azoten hasta poner a arder mi piel.
Está a punto de hacerlo, cuando escucho que alguien me llama:
—¡Kimy! ¡Kimy!
—¿Qué? —pregunto, viendo hacia los lados, en busca de la persona que me llama, y enojada porque esté interrumpiendo este momento tan especial para mí.
—¡Kimy, despierta! —vuelve a repetir aquella voz que me parece familiar y tan lejana.
Y entonces… ¡Puf!
Me despierto.
Aquel hermoso sueño se esfuma y en su lugar aparece la estúpida cara de Kath, mi mejor amiga y la que me ha despertado.