HERMANAS

1701 Words
Agarro la almohada y le doy un sopetón en la cara, molesta porque me ha despertado. La muy idiota se queja y se soba la cara, mientras, me insulta. —¿Qué estabas soñando, zorra? —me pregunta con una sonrisa burlona en su rostro—. Tenías una cara… que parecía que estabas soñando con un rico moreno, que te estaba haciendo ver las estrellas con un orgasmo descomunal. —Mejor que eso —farfullo, somnolienta. Me incorporo, sentándome en la cama, y me desperezo extendiendo Las manos y descontracturando mi cuello—. Soñaba que era la sirvienta de Jim Patrick, y me iba a castigar, dándome de nalgadas, por no saber cocinar. La muy pendeja se ríe de mí a carcajadas. Me molesta que se ría de mí. Pero, es que si lo pienso bien, mi sueño es tan tonto, que lo recuerdo, y me da risa. —Eres tan tonta —se burla la majadera—. Ese hombre te trae bien loquita. —Y, ¿a quién no? —le replico. Me levanto de la cama, me calzo las pantuflas y camino hacia el baño—. Ese hombre pone a dudar de su heterosexualidad, hasta a los hombres más machos. ¿Vas a decir, ahora, que a ti no te gusta? Cojo mi cepillo de dientes, le unto dentífrico, y comienzo a cepillarme los dientes, mientras escucho a Kath hablando desde la habitación. —Por supuesto que me gusta. A todos nos gusta. Hasta, Marcus, fantasea con él, y dice que con él si estaría dispuesto a que hagamos un trío —Marcus es el novio de Kath, y, escuchar aquello, me causa gracia, sobre todo, porque ella es celosísima y tóxica al nivel de Chernóbil. Y, estoy más que segura, que se ha de poner celosa hasta de aquello—. Sin embargo, eso no quiere decir, que voy a andar de tonta soñando con él. Ruedo los ojos y escupo sobre el lavamanos. Me enjuago la boca y el rostro, y me seco con una toalla. Salgo del baño y me encuentro a la rubia midiéndose mis preciados zapatos y, aquello, me molesta. No soy una chica fashion, que se muere por la ropa, el maquillaje o los accesorios. En primer lugar, porque soy pobre y no tengo el dinero para gastar de esa forma, y, en segundo lugar, creo que en otra vida fui hombre, porque nunca me han gustado las cosas “típicas” que le gustan a todas las mujeres. Considero que soy medio macho. Pero, los zapatos, son una fascinación que he tenido desde que era muy pequeña. Los amo y me encantan. Cada vez que tengo la oportunidad, y el dinero, me doy el lujo de comprarme un par. Pero no cualquier par de zapatos. Son de diseñador; Dior, Channel, Louis Vuitton, Salvatore Ferragamo, Jimmy Choo, Donna Karan… Tacones de varios colores y estilos. Son hermosos, y mi tesoro más grande. —¡Aparta tus garras de mis bebés! —le grito, y corro hacia ella para quitarle mis preciosos Jimmy Choo, rosa palo, adornados con una cinta con incrustaciones de Swarovski—. Te he dicho que no quiero que toques mis zapatos. —¡Ni siquiera los usas! —me retruca, frunciendo la boca en un gesto de desaprobación—. Los pobres se van a arruinar de tanto estar guardados. Merecen que alguien los saque a bailar toda la noche. —¡Bah, déjame! —le bufo, guardando los zapatos en su caja y colocándolos en el mismo lugar que ocupaban, en el estante, antes de que ella los tocara—. Yo los he comprado, yo les doy el uso que yo quiera. Además, los he comprado para utilizarlos en algún momento especial, no para algo tan banal, como ir a bailar, a uno de esos antros de mala muerte, a los que estamos acostumbradas a ir. —¡Sí, claro! —masculla con sarcasmo, mientras revisa mi armario y le hace mala cara a mi ropa—. Cuando Jim Patrick te lleve a una de las galas de los premios Oscar, seguramente. —Pues, sí —le respondo fastidiada, y le cierro la puerta de mi armario en la cara, porque sé, que comenzará a criticar mi ropa—. Cuando eso suceda, usaré a mis bebés. Por los momentos, se quedarán bien guardaditos, justo en dónde están. —¡Por Dios, Kim! Ya tienes 26 años, deja de soñar cosas imposibles —me replica, agarrándome de los hombros—. Mejor, deberías comprarte ropa más bonita y femenina y, por fin, darle el sí a Daryl. Ese hombre muere por ti. —¡Buah! Mira, Katherine Johnston, será mejor que te metas en tus propios asuntos y dejes de inmiscuirte en los míos —me suelto de su agarre y me giro, alejándome de ella. Ya me tiene hasta la coronilla con la misma cantaleta. Es mi mejor amiga, y la amo, pero, a veces, me fastidia que me repita una y otra vez lo mismo de Daryl—. Sabes bien, y él también lo sabe, que lo nuestro es algo meramente s****l. Nos damos placer cuando lo necesitamos, y ya. Pero a que me enamore de él y vayamos a casarnos y formar una familia… No está en mis planes. —¡Porque tu plan es casarte con un famoso actor que ni siquiera sabe que existes! Me giro y la miro achicando la mirada. —No, exactamente —le respondo con hastío—. Es probable que nunca conozca a Jim Patrick. Pero, no por eso, me voy a conformar con el primer hombre que se cruza en mi camino, como tú lo hiciste con Marcus. Abre sus ojos, atónita, ante mis palabras y me arrepiento de lo que le he dicho. Pero, es que ella, a veces saca lo peor de mí, con su terquedad. —Lo siento —musito con vergüenza. Me acerco a ella y, con mis manos, tomo su rostro—. Sabes que no quería decir eso. Pero, debes entenderme. No quiero nada con Daryl, y, nada tiene que ver con mi amor por Jim Patrick. Es solo que, yo espero a otro tipo de hombre para mi vida. No nada más a uno que me satisfaga sexualmente. Si no, uno que, con solamente verme, me trastorne. Ponga mi piel a arder, mi corazón a palpitar y mi alma a vibrar. Cuando me toque, su piel queme la mía. Cuando me bese, mi mente no piense en nada más que en él… Y, Daryl, no me hace sentir nada de eso. —¡Ay, amiga! —responde, revolviendo mi cabello con ternura—. Leer tantos libros de romance, te ha convertido en una romántica empedernida. —¡Qué te puedo decir! —le digo, ofreciéndole una sonrisa que me devuelve—. Es lo que hay, y, cómo dijo Elizabeth Bennet: “Solo el amor más profundo me hará contraer matrimonio, es por eso que me quedaré solterona”. Nos reímos y nos abrazamos, y, después, salimos de la habitación, con rumbo hacia la mini cocina con la que cuenta el pequeño departamento que ambas compartimos. Ambas crecimos en Lafayette. Somos amigas desde la infancia, fuimos juntas a la escuela primaria y luego a la secundaria. Nos separamos un breve tiempo, cuando fui a estudiar medicina general a la universidad de LSU. Luego, huyendo de un novio abusador, se fue a vivir conmigo a Baton Rouge, y estuvimos ahí, hasta que me gradué con honores. Hace dos años nos mudamos a Nueva Orleans. Y, aunque recibí una oportunidad para obtener una plaza en uno de los mejores hospitales de la ciudad, decidí declinarla y abrí mi propia clínica, que me ha traído más deudas que ganancias, y ella, por las noches, canta en un bar de jazz en Bourbon Street y en el día se dedica a limpiar casas y oficinas. Somos muy unidas, y siempre discutimos por cualquier cosa en la que no estamos de acuerdo. Pero, al final, nos reímos y terminamos abrazadas, como hace un momento. Agarro un cuenco de la alacena y me sirvo un, exquisito y suculento, plato de cereal Cocoa Pebbles. Porque, aparte de que me encanta el chocolate, es lo único que no puedo quemar. Kath se sirve un cuenco de avena y bananos. Ella es más fitness y cuida mucho lo que come, a diferencia de mí, que bien puedo desayunar una bolsa de papitas sin ningún problema. Nos sentamos a desayunar, una frente a la otra, en la barra de desayunador que divide la cocina del saloncito. —¡Oh! Ya recordé a qué fui a tu habitación —comenta emocionada—. En la noche, llegará un cazador de talentos al bar y, Tom, me ha pedido que ponga todo mi empeño en ello, ya que piensa que puedo llamar su atención con mi voz. —¿De verdad? —le pregunto, golpeando la barra con las palmas de mis manos, más emocionada que ella misma. —¡Sí, amiga! —exclama, dando un gritito y tapándose el rostro con las manos, mientras se sacude, entusiasmada, en su banquito—. Espero que vayas a darme tu apoyo. Sabes que te necesito ahí. Tú has sido mi apoyo incondicional durante todo este tiempo y, verte ahí, me dará el apoyo emocional que necesito para que los nervios no me maten. —¡Por supuesto que iré! —le digo, casi indignada, porque piense que, aunque no me lo pidiese, no asistiría—. Sabes que soy tu fan número uno. Estás en el puesto número uno, junto a Jim, en mi top ten de artistas favoritos en el mundo. —¡Gracias, Kim! No sabes cómo te agradezco el que siempre me apoyes en todo —susurra, con voz afectada y ojos humedecidos. Me levanto de mi banquito y me acerco a ella. La rodeo con mis brazos y beso su sien con ternura. —No tienes que agradecer nada. Sabes que te amo y eres como la hermana que nunca tuve y siempre, siempre, voy a estar para ti.
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