—¡Oye! Despierta, dormilona. Unas manos me sacuden con suavidad, tratando de obligarme a despertar. Las ignoro. Me echo las sábanas encima y me giro sobre la cama, quedando boca abajo. Aquellas manos forcejean para quitarme las sábanas de encima y, cuando lo logran, unos labios comienzan a besar mi espalda, mis hombros y mi cuello, provocándome un cosquilleo que me despabila. —Acaso, ¿no lo pueden dejar dormir un poco a uno? —le gruño, tratando de alejar sus manos, que tratan de hacerme cosquillas. —¿Un poco? Son las diez y media de la mañana, Kimy —espeta, girándome para quedar frente a frente—. Tengo muchísima hambre y no he comido por estar esperándote para desayunar juntos. —Te doy permiso de comerte estas —le señalo mis pechos—. Y déjame dormir un poquito más. Me giro, escond

