Termino de atender al último paciente, una señora de 80 años, que padece de diabetes y me recuerda a mi querida abuela. Sus pagos, por mis servicios, son los mejores: Muchos besos y un gran abrazo.
Sí, lo sé. Eso no va a pagar mis cuentas. Pero, cuando decidí abrir la clínica, lo hice con la intención de ayudar a aquellas personas que no pueden contar con un seguro médico o con atención médica de calidad. No pensando en hacerme millonaria o algo parecido.
La mayor parte de mis conocidos, me dicen que soy tonta o que estoy loca, porque la clínica genera más deudas que otra cosa, pero, saber que puedo ayudar a otras personas, es de suma satisfacción para mí.
Acomodo todo y me despido de Keneth y Mary, mis ayudantes en la clínica, salimos de ahí y camino hacia mi carro para regresar al departamento.
Antes de subirme, reviso el parachoques trasero, ahí donde se nota el golpe que le dio ese imbécil en la mañana.
Gruño y refunfuño mientras sigo caminando hacia la puerta del vehículo:
—!Cretino! !Idiota! !Tarado!
Me deslizo dentro del auto, cierro la compuerta y lo pongo en marcha, mientras sigo renegando por haber perdido tanto tiempo de mi vida admirando a aquel estúpido petulante.
Durante todo el camino, de regreso al departamento, continúo refunfuñando y murmurando contra él.
[…]
Llego al bar bastante temprano, y, aun así, está bastante lleno. Entro sin hacer fila de espera, ya que el portero me conoce. No tanto por Kath, la estrella del lugar, si no, porque a veces vengo a trabajar de mesera. Cualquier cosa que me dé un ingreso extra de dinero, es bienvenido.
Saludo a algunos de los meseros que me encuentro en el camino y avanzo hasta la parte posterior del bar, donde Kath y los chicos de la banda se preparan para el show. Saludo a cada uno con un abrazo y un beso y finalmente a Kath.
Está nerviosa. Así que trato de tranquilizarla:
—Todo saldrá bien, no te preocupes.
—¡Ay, Kimy! Creo que me voy a cagar del susto cuando esté ahí arriba.
Me río. Es una tarada que dice cada estupidez. Por eso nos llevamos tan bien… Somos idénticas.
—Tú solo dedícate a cantar como la puta diosa que eres, y verás que ese hombre te amará.
—Dices eso porque eres mi amiga…
—No —le retruco—. Lo digo porque es la verdad. Eres la mejor y por eso tienes un montón de admiradores que están esperando que salgas a endulzarles los oídos con esa preciosa voz.
Después salgo y me siento en la barra, saludo a Tom, el barman del lugar y le pido un Negroni.
Unos minutos después llega Marcus y se sienta en uno de los bancos a mi lado. Pide un ron con coca y hablamos sobre todo lo que está pasando.
Por alguna razón me siento extraña. Como si alguien me observara. Estoy más que segura de que puedo sentir la intensidad de una mirada sobre mi espalda. Me giro y observo entre las decenas de personas que hay en el bar y... nada. Todos están concentrados en sus pláticas o en sus teléfonos.
Kath y la banda se instalan en el escenario y entonces borro aquel pensamiento de mi mente, diciéndome que estoy paranoica.
La banda comienza a tocar y soy la que más aplaudo y los ovaciona.
Unas 4 canciones después, aparece Daryl.
Saluda a Marcus y luego me saluda a mí, abrazándome más de la cuenta y plantándome un beso en la boca.
A veces, es excesivamente pegajoso conmigo, y eso me molesta, porque él sabe con claridad que lo nuestro es algo meramente s****l. Sin ataduras, ni compromisos.
—Estás muy guapa hoy —me susurra en el oído.
—¡No seas zalamero! —le mofo—. Estoy igual que siempre.
Y es la verdad. La diferencia es que he cambiado las camisetas y pantalones de mezclilla, por una falda de cuero n***o, un top blanco, chaqueta de cuero a juego con la falda, pero sin dejar mis peculiares zapatillas deportivas, que me hacen sentir cómoda.
Kath canta como los mismísimos ángeles. Estoy segura de que ese hombre ha quedado encantado con el show que está dando.
Después de varias copas, Daryl y yo terminamos besuqueándonos en la barra y me pide ir al baño a terminar lo que hemos empezado.
Dudo en ir, pero la verdad es que el alcohol me pone un poco loquita y decido acompañarlo.
Nos escabullimos dentro del baño y comenzamos nuestra faena.
Nos besamos apasionadamente, mientras él pasa sus escurridizas manos por todo mi cuerpo.
Acaricia mis pechos, mis glúteos, mete su lengua en mi boca, lame mi cuello, y yo, aprovecho a masajear a su m*****o, que ya está semi duro y caliente debajo de su pantalón de mezclilla.
Desabrocho su pantalón, saco su m*****o y lo magreo con ímpetu, hasta que este está tan duro como una estaca.
Se sienta sobre la tapa del váter y me acomoda en medio de sus piernas. Levanta mi camisa, aparta mi sostén y comienza a lamer mis pechos, sonsacándome unos cuantos gemidos, que trato de acallar, mordiéndome los labios.
—Ponte el preservativo —le murmuro. Ya estoy en el punto y quiero tenerlo dentro de mí.
Obedece. De su bolsillo saca el sobrecito azul, lo rompe y se coloca el preservativo con agilidad.
Me levanto la falda hasta la cintura, me quito las bragas y me siento a horcajadas sobre él, acomodando su falo en la entrada de mi sexo.
Con lentitud me muevo, sintiendo como su sexo se abre camino dentro de mí. Me aferro a su cuello y él entierra sus manos en mis muslos, ayudándome a cabalgarlo con vehemencia.
Sus labios atrapan los míos y me besa apasionadamente, mientras continúo moviéndome con ímpetu, deseosa de alcanzar mi propio orgasmo.
Él está a punto de alcanzarlo. Lo sé por cómo gruñe y jadea, y porque sus ojos lucen dilatados.
—¡Oh, nena! Me fascina cómo te mueves —me ronronea con la voz llena de placer.
Su boca se abre ahogando un gemido y entonces expulsa el aire que estaba conteniendo y hace aquel gesto chistoso que siempre hace cuando ha eyaculado.
Aunque él está terminando, no dejo de moverme, pues todavía no he alcanzado mi punto de placer. Sigo moviéndome por unos segundos más, pero su m*****o ya no puede seguirme el ritmo. Y entonces decido dejarlo ahí.
Me levanto de su regazo, me coloco las bragas y me acomodo la falda y el top, mientras él se quita el preservativo, lo amarra y lo deposita en la papelera.
—Lo siento —murmura, con evidente vergüenza en su voz—. Pero, es que te has movido muy rico hoy.
—No te preocupes —le digo, impasible. Me siento un poco frustrada, pero no quiero hacerlo sentir mal—. Otra vez será.
Acomodo mi cabello y me soplo con las manos para secar las gotitas de sudor que bañan mi piel.
Él se incorpora y se acomoda el pantalón. Me doy la tarea de observarlo mientras hace aquello.
Es guapo. De cuerpo atlético, alto, cabello castaño, ojos color oliva… Bastante bien parecido. A veces me pregunto cómo es que he llamado su atención, ya que yo soy una mujer ordinaria. Ni bonita, ni fea. Simplemente que, si estuviera con un grupo de mujeres, no resaltaría de ninguna forma, pues no hay nada en mí, que llame la atención.
Cabello n***o, piel pálida, ojos café oscuro, sin un cuerpazo, ni un precioso rostro. Una mujer bastante común.
—Si quieres, podemos ir a mi departamento cuando salgamos de aquí —menciona, con una sonrisa traviesa en los labios.
—Quizá —acoto, guiñándole un ojo.
Y, como ya he terminado de arreglarme, me giro y salgo de aquel baño, dejándolo ahí.
Cuando llego al grupo de personas que siguen ovacionando a Kath y su grupo, vuelvo a sentir aquella sensación de que me están observando. Por lo que, me detengo y miro otra vez a mi alrededor, pero, al igual que la primera vez, no me encuentro con ningunos ojos observándome.
Resoplo y continúo mi camino hacia la barra. Me siento y hablo con Marcus. Unos segundos después, Daryl sale del baño y se queda platicando con unos amigos en una mesa que se encuentra a unos pasos de la barra.
Agradezco aquello, pues no tengo ganas de la molesta sensación tensa que hay entre nosotros luego de que tenemos coito.
Marcus me pide permiso para ir al baño, dejándome sola en la barra. Estoy a punto de pedir otro trago, cuando Tom me entrega uno nuevo, diciéndome que un admirador me lo ha enviado.
Le pregunto quién es la persona, pero no logra responder, ya que los clientes empiezan a hacer pedidos aquí y allá, manteniéndolo ocupado.
Observo aquel trago, confundida, y, segundos después, mi celular vibra en mi bolso. Lo cojo y en las notificaciones miro que me ha llegado un mensaje de un número desconocido:
Discúlpame por mi comportamiento de la mañana.
Observo aquel mensaje, contrariada, y supongo que se han equivocado, así que lo ignoro.
Unos segundos después, me llega otro mensaje:
¿No vas a beberte el trago? Te lo he enviado a manera de disculpa.
Aquello sí que me deja desconcertada. Entonces me decido a responderle:
¿Quién carajos eres?
Un par de segundos después, me llega otro mensaje:
¿Es tu novio, el chico con el que entraste a ese baño?
«!Mierda!»
Coloco el teléfono sobre la barra y me giro, viendo por todo el bar, buscando a aquella persona. Miro por todos los rincones, pero no encuentro a nadie. Entonces, otro mensaje cae en mi teléfono:
Arriba.
Comprendo aquello. Mis ojos se dirigen al balcón, que funge como área VIP en el bar, y entonces me topo con aquellos ojos que en la mañana me veían como si yo fuera una garrapata fastidiosa.
Las comisuras de sus labios se elevan dedicándome una sonrisa. Alza la mano, mostrándome su copa y, claramente, leo como sus labios pronuncian la palabra salud.