Bufo como un toro enfurecido y me giro, en mi asiento, dándole la espalda.
Pero, ¿qué hace ese imbécil aquí? ¿Acaso he cogido alguna maldición, como para que tenga que soportar dos veces, en un mismo día, a este idiota?
Agarro mi teléfono y le respondo:
—¡Ridículo!
Llamo a Tom y le devuelvo el trago que el cretino me ha enviado. No quiero nada de él. Capaz y me indigesto, o me da una diarrea que me lleve hasta la disentería, si tomo algo que ese patán me ha enviado.
Le pido a Tom un chupito de tequila. Me lo trae. Cojo un poco de sal en el dorso de mi mano, la lamo, me empino el chupito, chupo el limón y arrugo la cara al sentir el sabor amargo del tequila quemando mi garganta.
Pero, ni aquella sensación me hace arrugar tanto la cara, como la arrugo cuando, detrás de mi espalda, escucho que me susurran:
—¿Sigues molesta conmigo?
Ruedo los ojos, fastidiada porque este tipo no se cansa de molestarme. Me giro otra vez, para quedar frente a frente con él, y frunzo el entrecejo cuando lo veo.
—¿Por qué te tapas? —inquiero. Trae los mismos lentes oscuros y la gorra de la mañana, y se cubre con la capucha de una sudadera—. ¿Sigues creyéndote vampiro? —le digo con la boca llena de sarcasmo.
Esboza una sonrisita. De esas que tanto me gustaban, antes de enterarme que era un completo idiota.
—No —responde impasible, mientras se sienta en el taburete que está a mi lado—. Solo que no quiero que se den cuenta que estoy aquí y causar revuelo. Esta noche, quien tiene que brillar, es tu amiga.
Aquello me deja contrariada. ¿Cómo es que sabe tanto sobre mí?
—¿Cómo averiguaste mi número de teléfono? Y, ¿cómo sabes que Kath es mi amiga? —indago, alzando mi ceja—. Acaso, ¿me estás acosando? Porque se supone que son los fanáticos quienes acosan a los famosos, no al revés.
Sonríe divertido y se acomoda la capucha, tapándose más el rostro, mientras responde:
—Eso quiere decir que sigues siendo mi fan.
—Ya quisieras —le contesto. Le hago una señal a Tom para que me sirva otro tequila —Entonces, ¿me vas a decir cómo has averiguado esas cosas sobre mí?
Alza la mano y le pide un Old Fashioned a Tom. Gira levemente la cabeza hacia mí y habla:
—Eres bastante popular en este lugar. Te vi, desde que entraste, saludando a todos los meseros con los que te cruzabas. Solo tuve que darle una buena propina al que me atendía allá arriba y, por poco, me da hasta tu número de seguro social.
Gruño furiosa por aquello. No puedo creer que, por una propina, le vendan mi información a este tarado. Tom se acerca con nuestras bebidas y le agradezco sonriéndole.
—Ya veo —le digo con simpleza.
Cojo la sal y otra vez echo un poco en el dorso de mi mano y la lamo. Me bebo el chupito de tequila y chupo el limón.
Baja un poco los lentes y me observa de una forma extraña. Hay un brillo en sus ojos que me perturba y, es tanta la incomodidad que me provoca, que me termino enojando.
—Pareces un psicópata con esos lentes y esa sudadera —mascullo—. Si no quieres que sepan que estás aquí, no hubieras venido. Así, me hubieses ahorrado el tener que estarte soportando.
Frunce el entrecejo, se quita los lentes, y sus ojos color avellana pierden ese brillo que tenían hace un momento.
—En la mañana me ha pasado algo y descargué mi frustración en ti —declara, con vergüenza en su voz—. He actuado pésimamente contigo y estoy tratando de que me disculpes, ¿no lo harás?
—No —le respondo secamente—. Yo no tengo la culpa de tus problemas y, te voy a pedir, que por favor dejes de acosarme.
Va a decir algo, pero no lo dejo. Con rapidez le quito la capucha y la gorra de la cabeza, dejando su rostro expuesto a que lo vean, y en alta voz exclamo:
—¡Oh, por Dios! Es Jim Patrick.
Las personas cercanas nos voltean a ver y, cuando lo reconocen, se arma el caos. Todos se amontonan a su alrededor, tratando de saludarlo, conseguir una foto suya o un autógrafo.
Ante su mirada molesta y llena de frustración, le esbozo una sonrisa socarrona, alzo la mano, muevo los dedos haciéndole una señal de despedida y me alejo de ahí, riendo de forma triunfante.
[…]
—¡Buenos días, zorra! —me saluda Kath, con demasiada efusividad, cuando salgo de mi habitación.
Está sentada en una de las sillas del comedor. Comiendo su porción de avena y bananos. Con las piernas enrolladas, el cabello rubio envuelto en una toalla y viendo su iPad.
—Buenos días —la saludo bostezando.
Aún tengo sueño, a pesar de que son más de las 9 de la mañana. Es domingo y hace un bonito y soleado día de inicio de verano. Perfecto para salir a dar un paseo.
Pero no ahorita. En este momento solo quiero comer y echarme en mi cama a ver televisión.
—Anoche te fuiste bastante temprano del bar —murmura, sin dejar de ver la pantalla de su iPad—. Y me parece raro. Siendo que se armó semejante revuelo, cuando Jim Patrick se apareció y su más ferviente admiradora, no estaba ahí.
Resoplo y ruedo los ojos, negando con la cabeza, mientras camino a la cocina a prepararme mi súper plato de cereal.
—Pues déjame decirte, que ya no soy su más ferviente admiradora —le respondo.
—Ah, ¿no? —inquiere con ironía —. Y, ¿Por qué me han dicho que te han visto platicando con él, antes de que se armara todo ese relajo?
¡Mierda! Cómo vuelan las noticias.
—Porque es cierto —le admito, sin mucha gana.
Sirvo el cereal y la leche en el cuenco, y comienzo a hacer caras de fastidio cuando la escucho dando grititos y chillidos, emocionada, al escuchar lo que le he dicho.
—¡Mierda, Kim! Tu sueño por fin se hizo realidad —manifiesta con alegría—. ¿Te has tomado alguna foto con él? ¿Le has pedido algún autógrafo? ¿Lo has besado?
—Nada de eso —camino hacia la mesa y, con tranquilidad, me siento en la otra silla. Tomo una cucharada de cereal y me lo llevo a la boca con una parsimonia, que desespera a la rubia.
—Entonces, ¿qué es lo que has hecho? —demanda exasperada, tomándome de los hombros y sacudiéndome con ímpetu.
—¡Maldita sea, Kath! —le espeto, limpiando las gotas de leche que han caído sobre la mesa, gracias a su arrebato—. ¡Puedes dejar de comportarte como una desquiciada!
Me suelta y me mira desconcertada.
—Algo ha pasado —manifiesta, señalándome con su dedo de manera acusatoria—. Algo ha pasado, que no me quieres contar.
—Sí, te voy a contar —murmuro, rodando los ojos—. Si dejas de comportarte como una cría.
—Kim, es que no puedo creer que has conocido a ese hombre, con el que tanto has soñado conocer y al que amas como loca, y estés así… Tan tranquila y no hayas venido corriendo a contarme que tu sueño se hizo realidad.
Resoplo fastidiada. Qué tonta estaba. Escuchar todo eso y después de lo que ha pasado… De verdad que, ahora entiendo a Kath, cuando me decía que parecía tonta.
—Es un imbécil y ahora lo detesto —le declaro con rabia.
—¿Qué? Pero, ¿por qué? —inquiere sorprendida, alternando la posición de sus piernas sobre la silla.
—Ayer, en la mañana, me ha chocado el carro —abre los ojos asustada y antes de que diga algo, la tranquilizo—. No fue nada grave, un golpecito. Pero, el muy idiota, me ha tratado de lo peor. Acusándome de que yo iba a contar lo que había pasado por todas las noticias de chismes.
—Ay, amiga —musita, apesarada, al escuchar lo que le cuento.
—Es un imbécil, ególatra y prepotente — refunfuño, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. Nada que ver con lo que yo creía que era o lo que proyectaba frente a las pantallas. Lo odio.
Me observa haciendo un mohín. Se inclina hacia mí y me abraza, tratando de consolarme.
—Siento mucho que ese mequetrefe no haya sido lo que tú esperabas —me dice, acariciando mi cabello—. Y que te haya tratado mal.
—¡No, espera! Eso no es todo —le digo, separándome de ella—. Anoche, en el bar, me ha estado acosando. Ha conseguido mi número y averiguado cosas sobre mí.
Me lanza una mirada pícara.
—Nada de eso —le contradigo, sabiendo lo que piensa—. Me pedía disculpas por cómo se comportó conmigo. Pero, obviamente, no se las di. Seguramente, cree, que voy a ir a contar a todos los medios, lo idiota que es.
—Hum… No sé —sisea, con picardía —. Para mí que hay algo más ahí.
—¡Qué va a ser! —mascullo, molesta—. Lo que quiere es que no diga nada de lo que ha pasado. Me ha ofrecido dinero por lo del choque, diciendo que no quiere que eso aparezca en ninguna revista de chisme, y, como no he aceptado, anda queriendo ver cómo me mantiene callada.
—Y, ¿venderás ese chisme? —me pregunta emocionada.
—Por supuesto que no —le respondo exasperada—. No quiero saber nada más de él. Nunca más. Ha perdido una fanática y jamás veré una película suya o alguna noticia sobre él.
—¿Segura? —inquiere, mirándome con mirada acusatoria.
—Sí, segura —declaro tajante.
—Pues, que mal, porque te iba a mostrar esto.
Coge el iPad y me muestra la noticia que figura en la pantalla:
JIM PATRICK ES VISTO EN UN BAR DE NUEVA ORLEANS, ACUDIENDO A CONCIERTO DE UNA FABULOSA CANTANTE DE JAZZ
Abro la boca sorprendida. Están hablando de ella. La nota habla sobre el bar, sobre el concierto que dio Kath y, obviamente, sobre él y todo el revuelo que se dio con su aparición.
—¡Oh, por Dios! Eres famosa —exclamo emocionada.
—Y no solo eso. En cualquier noticia de farándula habla al respecto y todo mundo se pregunta quién es la cantante a la que ha ido a ver, diciendo que, si él asistió es porque ha sido muy bueno el concierto.
Nos agarramos de la mano y gritamos emocionadas. Jamás me hubiera imaginado que, haberlo descubierto frente a todos, hubiera sido lo mejor que le ha pasado a Khat.
!Vaya, vaya!
Nadie sabe para quién trabaja.
Estoy a punto de contarle que he sido yo quien le dijo a todos que él estaba ahí, cuando mi teléfono comienza a sonar.
Me levanto de la silla y corro hacia mi habitación para responder antes de que la llamada se corte.
Cojo el teléfono y veo el número desconocido. Quizá sea algún paciente, pienso. Desbloqueo la llamada y contesto:
—Hola
—Hola, pitufa gruñona —dice, al otro lado del teléfono, mientras salgo de la habitación y camino hacia el comedor.
¡Mierda!
No guardé o bloquee su número anoche.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunto furiosa, mientras Kath voltea a verme confundida.
—Cobrarme lo que me hiciste anoche —responde de forma serena—. Sal afuera de tu casa.
Frunzo el ceño confundida y contrariada.
¡Qué mierda!
¿Está aquí? ¿Afuera de mi casa? Esto es peor de lo que pensé.
Kath me observa, indagándome por lo que sucede.
—¿Es él? —susurra.
Tapo el teléfono y le respondo que sí y que me pide que salga.
—¡Oh, por Dios! —exclama la rubia.
Se levanta con prisa del asiento y corre hasta la ventana. Extiende la cortina y pega un chillido que me altera.
—¡Oh, mierda! Está aquí —chilla emocionada.
—Estoy esperando que salgas —susurra él, al otro lado del teléfono.
Mi cuerpo comienza a temblar por la incertidumbre de saber qué es lo que quiere. No, no es por eso. Hay cierto morbo y emoción por saber que está ahí.
Me dirijo a la puerta. La abro y, entonces, lo veo. Frente a la entrada de la casa. Apoyado en el capó del Ferrari.
Luce tan guapo, que por un momento se me olvida que lo detesto.
Camiseta azul cielo, ceñida de los brazos y marcando sus espectaculares músculos. Bermudas color beige y zapatillas náuticas beige. Con el cabello castaño engominado y perfectamente peinado hacia un lado y lentes estilo aviador tapando sus ojos.
¡Qué cosa más maravillosa!
¿Qué? ¡No se te olvide que lo odias, Kimy! Me digo a mi misma, apartando los pensamientos que asaltan mi mente.
—¿Qué haces aquí? —demando, frunciéndole el entrecejo.
—Vengo a buscarte. Quiero que pagues por lo que hiciste anoche.