Capítulo 5

1561 Words
—No digas nada, solo cumple tu promesa—dijo apretando mis manos y lo que vi en sus ojos hizo mella en mi corazón, llevaba poco tiempo aquí dentro y solo podía ver injusticias, yo no era la única que estaba aquí sin merecerlo. Que equivocada había estado durante toda mi vida, tal vez me merecía esto para darme cuenta de lo preujuiciosa y discriminatoria que había sido siempre con personas que no lo merecían. Fui a hablar porque a pesar de sentir lástima por Keren y tal vez hasta algo más, no olvidaba mi objetivo de manipularla de la forma más idónea para poder sacarle información, si había otra cosa que había aprendido nada más entrar a este infierno era que sobre todas las cosas tenías que velar por ti y no por nadie más. Pero no pude llegar a decir lo que pensaba porque un increíble barullo inundó toda la prisión y una alarma comenzó a sonar. Me asusté mucho, no entendía que estaba pasando pero había visto demasiadas series para saber que cuando una alarma sonaba en una cárcel era porque algo sucedía, miré a Keren en busca de alguna respuesta. Ella solo me tomó de la mano y jaló de mí para que la siguiera hasta el patio. Cuando llegamos la aglomeración era increíble, tanto hombres como mujeres estaban todos amontonados tratando de obtener una mejor visión de lo que fuera que hubiera sucedido. Keren fue empujando a todos los que estaban en nuestro camino y era yo la que recibía mucho de los codasos que le devolvían. Finalmente logramos llegar hasta el claro que todos rodeaban y lo que encontramos me dejó petrificada en mi sitio. En medio del patio estaba el cuerpo de un hombre de no más de 40 años, se encontraba sobre un charco de sangre y tenía el cuerpo lleno de punzonasos, y en su estómago tenía encajado un ¿Cepillo de dientes? No pude estar segura de que lo fuera pero realmente lo parecía. No fui capaz de contener la ola de arcadas que me inundó al ver esa imagen, era cierto que ya había matado pero fue algo que hice por mi propia protección y tampoco fue tan horrible como la imagen que estaba frente a mis ojos. Salí de allí a toda prisa, no podía seguir viendo ese cuerpo, por alguna razón ver ese cadáver me hizo volver al pasado, me hizo volverme a ver a mí con las manos manchadas de sangre y nuevamente estaba volviendo a sentir el ataque de pánico que sentí en aquel momento. Ni siquiera era consciente de en donde estaba o a donde me estaba dirigiendo. Solo sé que en un momento determinado, no se cuanto tiempo después de que echara a correr del patio acabé chocando con algo, o alguien. Sí, debió ser un alguien porque me sostuvo y yo solo comencé a gritar y patalear. —¡Quieres calmarte de una maldita vez mujer!—gritó la voz de un hombre y no sé por qué pero eso hizo que me detuviera en seco y volviera a la realidad. Miré todo a mi alrededor y ví que estaba en la biblioteca de la prisión. No había nadie más además de mí y...el chico que estaba frente a mí que no llegaría a los 30 años. Era muy apuesto, tenía por cabello una mata negra toda desordenada, unos ojos verdes que eran capaces de penetrarte con la mirada y unos labios rellenos que te invitaban al pecado. Pero lo que me llamó la atención fue la playera que llevaba, estaba manchada de sangre y ahí lo comprendí, había sido él quien asesinó al hombre del patio, pero ¿Por qué? No tenía la cara de un asesino ni de un psicópata, al contrario tenía un rostro lleno de bondad e ingenuidad. Me regaló una sonrisa en cuanto se percató de que me había calmado y me guío hasta una de las sillas del lugar para que me sentará y él tomar asiento frente a mí. —¿Puedo preguntar por qué estabas tan alterada? ¿Eres nueva aquí no es cierto?—preguntó y esta vez su voz me resultó cálida y no dura como me había sonado en su grito. Volví a mirar su playera y efectivamente era sangre lo que tenía. —¿Por qué hablaría contigo? ¿O si no lo hago me matarás igual que al hombre de allí afuera?—solté en tono borde y me levanté con la intención de marcharme, no compartiría más de lo necesario el mismo espacio con un completo desconocido que acababa de matar a una persona. Pero su mano me volvió a sostener y esta vez me empujó contra una de las estanterías acorralándome con su cuerpo y dejándome sin el más mínimo movimiento. *** ★Victor★ —Todo estará bien hermanita, tranquila yo me encargaré de que nada te pase—dije con la voz rota mientras escuchaba los llantos de mi hermana a través de la línea del teléfono. Cada día aquí adentro era más difícil, no por la prisión sino por saber que mi madre y mi hermana estaban solas allá afuera. Había sido un completo estúpido, ese día cuando llegué a casa y encontré a mi madre encerrada y a uno de los hombres de la pandilla de mi padre a punto de abusar de mi hermana me cegué, recuerdo como la ira me invadió y solo pude arremeter contra ese animal y acabar matándolo, pero eso había sido un error, había salvado a mi hermana en ese momento pero las había dejado solas contra todos esos tipos. La llamada se cortó y me volteé hacia la persona que había colgado. —Ya has hablado demasiado, ahora ve a hacer lo que te encargué. ¿Quieres que tu mamita y tú hermana sigan bajo mi protección no?—dijo el mal nacido de Gustavo, era un cerdo pero era el jefe de la red a la que mi padre se había metido y él podía mantener a mi madre y hermana a salvo, mientras él mantuviera la orden de que nadie las tocara ellas estarían bien. En cambio yo solo debía hacer cada cosa que me pidiera, ser su maldito perro faldero ,pero por ellas haría lo que fuera. Tomé el cepillo de dientes ya afilado que me entregó y me dirigí al patio. El capricho del señor esta vez era que matara a uno de los hombres que no le había pagado la merca que consumió. Era fácil encontrarlo, siempre estaba en el mismo lugar a la misma hora. Y como lo tomé desprevenido cuando se vino a percatar de lo que sucedía ya le había apuñalado, repetí mi acción hasta que visualicé la silueta de uno de los guardias y me marché rumbo a la biblioteca, pronto sonarían las alarmas. Llevaba demasiado tiempo en la biblioteca, ya me sentía como un animal enjaulado y reí internamente por lo curioso que resultaba que en realidad si estaba enjaulado. Las alarmas habían sonado hacía bastantes minutos y ya todos debían estar en el patio viendo lo que había sido de ese hombre. Pensé tomar uno de los libros de los estantes y leer un poco pero justo en el momento en que tomó en mis manos Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, siento como un cuerpo menudo colisiona contra el mio. Al girar me encontré con una jóven, una reclusa que nunca antes había visto y por un segundo me quedé embelesado viéndola mientras la sujetaba para que no cayera al suelo. Ciertamente era hermosa, los ojos cafés asustados como los de un cervatillo, el pelo castaño todo revuelto a causa de la carrera que debió de hacer para llegar hasta aquí y sus labios, ¡Demonios! sus labios estaban entreabiertos y medio húmedos, con la agitación que tenía reflejándose en ellos, eran tan tentadores que era imposible no desear besarlos. Pero un ataque de histeria de su parte me hizo gritarle que se calmara. Gracias a Dios me obedeció y me dejó guiarla hasta una de las sillas, dónde la senté. —¿Puedo preguntar por qué estabas tan alterada? ¿Eres nueva aquí no es cierto?—pregunté con la voz más suave y no el tono duro con el que le había gritado.Su mirada recayó en mi playera y sus cara se llenó de horror, debía de haber reconocido la sangre en mi ropa, no había tenido tiempo de cambiarme y no repare en ello cuando ella apareció. —¿Por qué hablaría contigo? ¿O si no lo hago me matarás igual que al hombre de allí afuera?—soltó de malos modos y se levantó con la intención de marcharse, debía de estar asustada de mí, en su rostro se notaba que era nueva en el reclusorio y aún no debía estar acostumbrada a lo que pasaba aquí dentro, el cadáver debió de impactarla y la sangre en mi playera horrorizarla, seguro pensaba que debía de huir de mí. Con mi mano la volví a sostener y la empujé contra una de las estanterías acorralandola con mi cuerpo sin dejar espacio entre nosotros, no podía dejar que saliera de aquí y contará que había sido yo, pero además tampoco quería dejarla marchar pensando lo que debía estar pensando de mí.
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