BRYCE
La cabeza está a punto de estallarme. No entiendo muchas de las cosas de las que hablan los socios que están frente a mí, porque mi mente está en otra parte, en un lugar donde está Alene, mi prometida. La mujer de la que estoy enamorado y que no ha respondido a mis llamadas desde aquel día en que su tono sonó extraño. Era su voz, pero con un matiz más suave de lo habitual. Puede que me haya vuelto loco, pero juraría que no era ella. Y ahora, simplemente me rechaza. Ni siquiera me atrevo a ir a su casa por temor a la respuesta que me asedia la mente: la posible cancelación de nuestra boda. No puedo permitirme perderla, no ahora. No cuando por fin encontré a la mujer de mi vida, con quien quiero pasar el resto de mis días y formar una familia.
La junta termina y respiro hondo cuando me encuentro solo en la sala de juntas. Reviso la hora; estoy a punto de mandar al mundo a la mierda cuando mi móvil suena.
—Espero que sea importante —respondo al salir.
Me dirijo al elevador con la intención de ir a casa de Alene.
—¿De mal humor? —se burla Rupert al otro lado de la línea.
—No.
Las puertas se abren y camino hacia el auto, donde me subo.
—Entonces supongo que te diré algo para que estés feliz —susurra.
—Sea lo que sea, no me interesa —refuto.
—¿Ni siquiera si se trata de tu amada Alene?
Me quedo callado.
—Habla.
—La encontré en la plaza que está a cinco minutos de la empresa. Iba con su padre, haciendo compras. Ahora mismo está sola cerca de la tienda de joyas…
No espero a que me diga más, cuelgo sin más explicaciones y piso el acelerador. Me toma tres minutos, no cinco, en llegar. Aparco, me adentro en la plaza y le llamo por milésima vez, justo cuando la veo de pie, frente a un aparador. A paso decidido me acerco, viendo cómo me rechaza la llamada.
—Debe ser interesante ser un cojonudo insoportable —espeta.
Tenso el cuerpo.
—¿Quién es un cojonudo insoportable? —inquiero con diversión.
Voltea a verme y noto algo diferente de inmediato: su cabello está largo y ondulado. A pesar de que su vestimenta sigue siendo elegante, hay un toque divertido que no sé identificar, pero está ahí, y por un momento siento que me encuentro frente a otra persona.
—Bryce —su voz tiembla por dos segundos y luego se aclara la garganta—. ¿Qué haces aquí?
Otra cosa rara; Alene normalmente me abraza y me besa, pero ahora no lo hace. Ella me detalla con esos ojos ámbar, de un fuego diferente, más intenso y no tan suave como la recordaba.
—¿Necesito darte una zurra para que te recuerde que eres mía? —enarco una ceja con incredulidad.
Sus mejillas se tiñen de un rojo carmín escandaloso, a pesar de que mantiene su mirada fría y distante.
—Por supuesto que no…
—¿Por qué te has puesto extensiones de cabello? —toco uno de los mechones que parecen tan reales.
Ella me da un manotazo que me sorprende, ya que no suele ser agresiva.
—Me atrae el cambio —parece darse cuenta de su error y se muerde el labio inferior, algo que no suele hacer—. ¿No te gusta?
Noto un ligero destello de desilusión que es rápidamente apagado, no, aniquilado.
—Es extraño, pero si a ti te gusta, a mí también —respondo dándole poca importancia al tema.
No puedo estar ni un solo segundo separado de esta mujer, así que rodeo su cintura y la atraigo hacia mí. Su pecho choca contra el mío y la siento temblar unos segundos bajo mis brazos.
—¿Qué haces? —murmura, tensa.
—Besarte, y no me lo vas a impedir.
Estampo mis labios contra los de ella; son más suaves de lo que recordaba. Abre la boca y sabe a vainilla. Joder, debo estar loco por pensar que estoy besando a otra mujer cuando claramente es Alene, la mujer que me vuelve loco.
—Bryce…
Muerdo su labio inferior. Ella no me llama así; me dice "cariño". Me alejo de ella. Su respiración es agitada y me mira con el ceño fruncido. A la mierda, tengo que estar dentro de ella, así que la tomo de la mano y prácticamente la arrastro hacia mi auto. Ella balbucea un par de objeciones que ignoro, porque mi polla está a punto de romper mis pantalones.
—¿A dónde me llevas? —pregunta con sorpresa al estar dentro.
Enciendo el motor del auto, agarro su mano y la coloco encima del bulto que sobresale de mis pantalones.
—A que te encargues de esto.
Arranco, agradeciendo que mi departamento esté cerca de la empresa y la plaza, a solo diez minutos, los cuales convierto en cinco. Bajo del auto, sé que Alene nunca ha podido con toda mi polla; soy grande, y ella siempre se queja de dolor, pero esta vez estoy dispuesto a hacerla llorar.
No la suelto de la mano en ningún momento. Ella me sigue, pero hay miedo en su mirada. Abro la puerta de mi departamento y la llevo hasta mi cuarto, donde cierro con pestillo y comienzo a quitarme la ropa, viéndola como si fuera mi presa favorita.
Solo dura un par de segundos, porque de pronto, el miedo es reemplazado por seguridad.
—No voy a follar —espeta con dureza.
Jamás me habla así, lo cual me hace detenerme en seco.
—¿Qué?
Hay un ligero tambaleo constante que la hace cambiar de postura.
—Es que quiero esperar hasta la boda. Por favor, respeta mi deseo.
Habla como si fuera una virgen; ambos sabemos que no lo es.
—Hemos follado muchas veces —replico.
Me quito la camisa y la lanzo al suelo. Sus ojos recorren cada línea de mi cuerpo y baja la mirada, avergonzada.
—Lo sé. Escucha, mi padre es algo conservador. Antes no me importaba, pero tuve una charla con él sobre mamá, y… —se muerde el labio inferior, de nuevo—. Esperemos hasta la boda, concédeme esto, ¿quieres?
Me detengo ante su mirada de cachorro. Si no supiera que es mi chica, diría que es su gemela, porque es como estar con otra. En todos estos años a su lado, jamás me ha rogado por algo; Alene solo toma lo que quiere y listo.
—Por favor —insiste en ese maldito tono de voz que dispara algo en mi sistema—. Seré buena.
Sus últimas palabras detonan una sensación desconocida en mi pecho. Mi mirada se oscurece; ella puede sentirlo, porque retrocede un par de pasos. Bien, no quiere que la folle, pero no se puede ir sin pagar el precio.
—Repite eso —demando.
—¿Qué?
—Repite lo último —tenso la mandíbula con demasiada fuerza como para hacerme daño.
Hay un abismo que se ancla en medio de los dos, uno que me asfixia y me enfurece con cada segundo que transcurre. La molestia se borra cuando entreabre esos labios redondeados y rosados, mismos que necesito tener alrededor de mi polla. Una vez se lo propuse, quise que me diera una mamada a cambio de yo hacerle una, pero no quiso; dijo que eso era de putas y lo consideró una denigración.
—Seré buena.
Santa mierda.
—Te voy a probar el coño en lugar de follar. Si te niegas, no hay trato en liberarte y no te vas hasta que me dejes lamer lo que tanto he deseado —sostengo.
En un abrir y cerrar de ojos, me acerco a ella y comienzo a desvestirla. Parece que estuviera congelada. Le quito los jeans, esperando encontrar las bragas de algodón blanco que siempre suele usar, pero me llevo una sorpresa al ver que lleva puestas unas bragas negras con el encaje más sexy que haya visto.
Sin poder aguantar más, se las quito, las meto en mis bolsillos y la empujo hacia la cama.
—Oye…
—Shhh, no se te permite hablar a menos que yo te lo pida, ¿entendido?
Vuelve a hacer esa cosa con el labio.
—¿Entendido? —repito.
Asiente. Desciendo la mirada; por lo general, Alene suele llevar el coño con bello púbico, pero al abrirle las piernas a la mala, observo el pequeño coño rosado, perfectamente depilado, sin una zona ocupada. Liso, suave, húmedo cuando paso un dedo sobre él.
Levanto la mirada para verla. Al parecer, mi futura esposa ha tenido tiempo de más.
—Bryce…
Jódeme, la forma en la que dice mi nombre me vuelve loco.
—No me lo tomaré despacio —sentencio.
Y antes de que me lo pueda impedir, sumerjo mi lengua en lo que me sabe a la cosa más deliciosa del mundo. Ella jadea. Lamo sus pliegues y me siento tan hambriento, tan extasiado, que me dejo llevar por los sonidos guturales que brotan de su garganta.
Me gusta su sabor. Me encanta cómo intenta detenerme, colocando sus suaves manos sobre mis hombros para empujarme, pero le succiono el clítoris y ella maldice. Nunca lo hace, pero el que suelte un "gilipollas" hace que mi polla endurezca a punto de romper mis pantalones.
Abro más sus piernas hasta que me vuelvo un jodido hombre de las cavernas. Subo sus piernas encima de mis hombros y me doy el festín de mi vida. Hasta que se corre en mi cara y tomo todo de ella. Ella se agita, soltando un duro gemido mezclado con mi nombre; no suele ser escandalosa en el sexo.
Me pongo de pie y me lamo los labios, viendo sus mejillas al rojo vivo. Pero todo se va por la borda cuando me incita al reto al decir las palabras que jamás debieron salir de su boca.
—No vuelvas a hacer eso —dice, pero la vibración de su cuerpo y la lujuria en sus ojos dicen lo contrario.
Ladeo una sonrisa.
—Apenas estoy comenzando, Alene.
AMÉRICA
Mientras observo cómo Bryce Henderson se aleja de la calle en su auto costoso, siento que soy la peor traidora del mundo. Después de que me hiciera mi primer oral y lo repitiera tres veces más, haciéndome tocar el orgasmo más veces de lo que creí posible, logré convencerlo de que me trajera a casa.
Las piernas me tiemblan; soy una estúpida. Dejé que el prometido de mi hermana me follara el coño con su lengua. Porque, a pesar de lo que hace y dice con mi padre, sé que siente cosas por él. No me lo dice; puede que sea una conexión de gemelas, pero sé que hay algo dentro del corazón de mi hermana.
Y ahora yo estuve con Bryce Henderson, maldita sea. Pensar en ese idiota hace que mis bragas se mojen. Entro a la casa con manos temblorosas; no hay nadie en el vestíbulo. Deduzco que se han dormido, hasta que me detengo en seco al ver lo que hay en medio de la sala.
Trago grueso y algo en mi pecho se quiebra. Es el vestido de novia, uno que no es de mi gusto, ni mucho menos para mí realmente. Mis ojos se llenan de agua, porque mi familia acaba de robarme el único sueño que consideraba mío.
Uno que se cumpliría en dos semanas, pero que no es el mío, porque puede que sea yo la que se case, pero será Alene la que todo el mundo vea en mí.