Capítulo final: Promesas bajo las estrellas

1194 Words
La villa de los Carusso, ubicada en lo alto de una colina en Nápoles, parecía salida de un cuadro esa noche de Año Nuevo. Las luces doradas que adornaban los árboles centenarios del jardín parpadeaban al ritmo del viento marino que subía alegrando la noche que estaba cubierta de centelleantes estrellas. El eco lejano de las olas rompiendo contra las rocas se mezclaba con las risas y las voces de los invitados que se reunían para celebrar, mientras la luna llena bañaba la villa con su luz plateada. En el amplio salón principal, decorado con detalles elegantes y toques navideños que aún permanecían, los aromas del festín inundaban el aire. Las mesas estaban llenas de delicias italianas: antipasti de quesos, jamón y aceitunas; pastas frescas con mariscos; y una imponente mesa de postres con cannoli, tiramisú y pastel de almendras. Los invitados, familiares y amigos cercanos, brindaban con copas de prosecco mientras los gemelos de Adele y Paolo dormían tranquilamente en una cuna adornada con cintas doradas en una esquina del salón. Todos los halagos y bendiciones eran para el pequeño Marco, Adele insistió en que el pequeño llevara el nombre del hermano de Paolo. Esa noticia fue un regalo para los padres de Paolo, y algo que siempre le agradecería a Adele. Su hermano Marco viviría en el recuerdo de su primer hijo, y cada vez que pronunciara su nombre, su corazón sonreiría sin dolor. Su pequeña hija se llamaba: Bella. Como se llamaba su abuela. Si nona era una mujer adorable y fue una mujer muy hermosa en su juventud. Paolo estaba seguro de que su hija rompería corazones con su belleza y él se encargaría de ser su guardián, hasta que ella encontrara al indicado como él encontró a la indicada en su esposa. Adele, esa noche llevaba puesto un vestido rojo que acentuaba su figura delicada, caminaba por el salón con una sonrisa luminosa, saludando a los invitados y asegurándose de que todos se sintieran como en casa. Paolo, impecable en un traje oscuro, no la perdía de vista ni un segundo. Sus ojos seguían cada uno de sus movimientos con una mezcla de admiración y amor, como si no pudiera creer que esa mujer, tan llena tan hermosa y llena de bondad, fuera su esposa. La madre de Paolo, visiblemente emocionada, tomó la mano de Adele cuando esta se acerco y le dijo: Adele querida, nunca podré agradecerte lo suficiente por todo lo que has hecho por esta familia… Nos trajiste la paz y la unión que habíamos perdido. Trajiste de vuelta la alegría a esta casa. Eres una verdadera bendición, querida. Adele, conmovida, le respondió con un abrazo sincero. Señora, soy yo quien está más que agradecida con cada uno de ustedes, la familia Carusso me ha dado más de lo que podría haber soñado. Estoy feliz de ser parte de todo esto. El jardín estaba completamente iluminado con cientos de bombillas, bajo las estrellas parecía aún más hermoso y lleno de vida. Cuando faltaba poco para la medianoche, Paolo tomó la mano de Adele y la llevó aparte, a un rincón del jardín. El lugar no estaba iluminado por cientos de luces colgantes, era más privado, el lugar perfecto para lo que deseaba Paolo. Las estrellas parecían estar atrapadas entre los olivos, curiosas de lo que diría Paolo. Desde ese hermoso rincón del jardín se podía ver el mar, que brillaba bajo la luz de la luna, y las luces de los barcos que danzaban en el horizonte. Paolo, esto es tan hermoso. Dijo Adele apretando la mano de su esposo y recostando su cabeza en el hombre de Paolo, el momento tenía algo especial, romántico e íntimo. Paolo tomó su rostro con su mano diciendo: No es tan hermoso como tú, amore mío. Paolo la llevó bajo un arco decorado con rosas blancas y le pidió que cerrara los ojos. Adele lo hizo, su corazón latiendo rápido. Sintió cómo Paolo deslizaba algo suave y frío alrededor de su cuello. Cuando abrió los ojos, vio que él le había colocado un collar de perlas rosadas, perfectamente delicado y brillante. Paolo esto es… Susurró, llevándose una mano al collar, con los ojos llenos de lágrimas. Sé que siempre soñaste con un collar de perlas como este. Quería regalarte algo que representara la luz y la belleza que trajiste a mi vida. Paolo tomó sus manos y la miró profundamente a los ojos, como si quisiera que cada palabra quedara grabada en su corazón. Adele, te conocí cuando mi vida había perdido la ilusión, y tú me devolviste el deseo de vivir, de soñar y de amar. Contigo he sido el hombre más feliz de la Tierra. Y ahora, con nuestros hijos, me he convertido en el hombre más feliz del universo. Adele no podía hablar; las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras lo escuchaba. Amore, tú trajiste a mi familia la alegría que habíamos perdido, la unión que parecía imposible, y el perdón que nos devolvió la paz… Te debo amore, más de lo que imaginas. Y te prometo, mi preciosa Adele, que nuestra historia juntos será más de lo que has soñado. Paolo tomó aire, su voz cargada de emoción. Te prometo Adele qué, cuando me equivoque, siempre habrá un perdón en mis labios. Te prometo estar para ti en todo momento, ser para ti el mejor amante, un gran amigo y tu compañero para toda la vida. Adele, incapaz de contenerse, se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza. Paolo, tú eres mi todo. Mi hogar, mi fuerza, mi felicidad. No sé qué hice para merecerte, pero te amo con todo mi ser. Mientras se besaban, la cuenta regresiva empezó y los fuegos artificiales estaban preparados. La voz de los invitados interrumpió el momento, llamándolos para la cuenta regresiva. Paolo y Adele caminaron de la mano hacia el grupo reunido en el jardín. Todos levantaron sus copas de vino espumoso mientras empezaban a contar. ¡Diez, nueve, ocho...! Las voces resonaban alegres, llenas de esperanza por el año nuevo. Adele miró a Paolo, y él le sonrió antes de besarla suavemente, como si quisiera que ese beso sellara todas las promesas que acababa de hacer. ¡Tres, dos, uno...! ¡Feliz Año Nuevo! El cielo de Nápoles se iluminó con fuegos artificiales de colores, reflejándose en el mar como si las estrellas hubieran descendido para unirse a la celebración. Las risas y los abrazos llenaron el aire mientras las copas chocaban en un brindis colectivo. Paolo levantó su copa junto a Adele, sus hijos en brazos, y dijo en voz alta: Por el amor, por la familia y por los sueños que nunca dejamos de perseguir. Los fuegos artificiales seguían iluminando el cielo, y en medio de la celebración, Adele supo que no podía haber imaginado un final más perfecto para su historia de amor. Porque, en realidad, no era un final. Era el comienzo de una nueva vida llena de amor, promesas y sueños por cumplir. Adele había encontrado un tesoro en Paolo, y para él, ella era lo más hermoso, y más valioso que poseía en su vida. Su alegría y su futuro. FIN.
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