POV Valencia
—¿Está segura, señorita? —pregunta Arturo, dudoso, caminando detrás de mí mientras llegamos a la sala de estar de mi casa. Me giro hacia él para verlo sosteniendo la caja rosada que le di—. ¿No cree que esto lo enojará?
Me encojo de hombros, tratando de restarle importancia a la posible reacción que sé que tendrá el demonio Wright cuando reciba la caja. Me siento en el sofá de cuerina blanco, dejando mi portafolio a un lado junto a mi blazer.
—Sinceramente, no me preocupa la reacción de ese hombre, Arturo. Por favor, sé bueno conmigo y llévale la caja.
—Obsequio —corrige.
—Ah, sí. Obsequio.
Así le llamamos a todos los intercambios entre el demonio y yo. Las flores de hoy, fueron un obsequio, igual que su sabotaje. Lo irónico es que el propósito de estos “obsequios” son con el fin de molestar al otro, es por eso que estoy enviando a Arturo a dejar mi revancha al apartamento de mi tutor. Por nada en el mundo iba a acceder a su chantaje de presentarme en su apartamento; puedo ser muy terca y obstinada, pero no me arriesgaré a ir a la guarida del lobo y menos cuando no la conozco. A pesar de que Brendan ha inventado mil excusas de trabajo para que yo vaya a la casa de su amigo, siempre me las arreglé para arriesgar el pellejo de Arturo, y eso a veces me llena de culpa, porque no quisiera que se enfrentara a Denver, aunque creo que Arturo maneja muy bien las cosas.
—¿Algún mensaje que quiera enviarle? —pregunta, y es su señal de que hará las cosas tal como se las pido.
Le sonrío agradecida por seguir mis peticiones, por más locas que suelen ser.
—No te preocupes por el mensaje, le envié una nota dentro del obsequio. Aunque, puedes decirle que no se preocupe por mi inasistencia, ya encontré la forma de llevar mi caso sin su ayuda. Dile que no es indispensable, pero sí innecesario.
Si fueran mis amigos, me miraría con una sonrisa socarrona y me llamaría pequeña malévola, pero Arturo solo asiente, memorizando lo que debe hacer.
—Eso es todo por hoy. —Observo mi reloj y compruebo que ya es hora de cenar—. Descansa, Arturo. Oye, no tienes que venir temprano por mí, pueden llegar a la oficina.
—Prefiero estar aquí a primera ahora, señorita. —Estaba tratando de darle la mañana, luego de que él me dedicó todo su día de descanso, pero como supuse, él no accedería a trabajar menos. Arturo solo me deja cuando Jasper logra chantajearlo o cuando Vanessa hace algún truco para desviarlo, si no es eso, siempre está a mi lado, cuidándome. Sinceramente, lo hace muy bien, porque es él quien me recuerda mis comidas y la hora exacta de mis medicamentos.
—Ya puedes irte —le indico.
—Señorita, quería recordarle que mañana debe ir con la señora Ginebra. Y no olvide comprar el regalo para el bebé.
Ginebra. Mañana ella, una de mis amigas más cercas, va a descubrir el sexo de su bebé y dado que soy la única de las chicas que se quedó en la ciudad, soy quien la acompañará en su día. Ella tiene planeada una pequeña reunión con su familia y por nada en el mundo debo dejarla sola. Siempre es un placer verla y probar su deliciosa comida.
Agradezco a Arturo por el recordatorio, él asiente y se va. Por mi parte, me acaricio el estómago sintiendo un vacío, así que voy a la cocina. Está silenciosa, como toda la casa. No suelo quedarme tan sola porque mis padres siempre me están protegiendo, especialmente mamá. Sin embargo, pude convencerlos de que necesitan vacacionar este verano y tomarse un tiempo para ellos dos solos. Mamá accedió con la condición de que le informara diariamente de mi rutina, y aunque no me gusta mentirle, le digo que todo va de maravilla, no es que sea completamente mentira, todo iba bien hasta que el demonio regresó de sus soleadas vacaciones en el infierno.
No estoy segura cómo vaya a reaccionar mañana por qué no fui a su apartamento, en todo caso debo estar preparada para cualquier sorpresa. Espero no verlo en todo el día, conociéndolo no asistirá al descubrimiento de Ginebra, porque ese insensible pone el trabajo por encima de todo, como acaba de llegar, su escritorio debe estar abarrotado de casos.
Sacudo la cabeza, apartándolo de mi mente, ya suficiente tiempo me arrebató hoy y no pienso darle más. Escucho mi móvil vibrar sobre la isla de mármol blanco, saco una caja de leche del armario inferior y me sirvo un poco antes acercarme a la isla.
Por esta noche será suficiente con un vasito de leche, pues aún tengo trabajo que hacer y no me queda tiempo para preparar algo decente. También le di una semana de vacaciones a nuestra ama de llaves, como resultado de eso, he tenido que hacer quehacer y pasar todo este tiempo alimentándome con avena y un flan de manzana del que justo esta noche me queda el último trozo.
Frunzo el ceño al ver un mensaje de mi prima Samara.
Samara: Val, tengo una sorpresa para ti, pero debes esperar hasta mañana.
«Ahora a todos les ha dado por darle sorpresas a Valencia».
Le respondo con una pregunta, queriendo saber de qué se trata, pero ella insiste en que debo esperar; luego me pregunta cómo la he pasado y es cuando le digo que tuve un día de mierda, aunque un delicioso flan de hace cinco días me está consolando.
Por suerte ella no hace un drama, diciéndome que no es bueno para mi salud. Aprecio que Sam no me vea débil solo por mi enfermedad, los demás siempre se preocupan demasiado y eso los hace subestimarme, odio que me subestimen.
Le pregunto sobre sus vacaciones y mientras espero su respuesta me deslizo sobre el chat de Jasper. Su último mensaje fue hace una hora. Las palabras del demonio regresan a mi mente, y eso no hace que me llene de duda. Conozco muy bien a Jasper y sé qué esperar de él. Nuestra relación es singular, por lo que nadie la comprenderá en su totalidad, lo importante es que ambos nos sentimos bien y, con los años, comprobamos que nos queremos en la vida del otro.
Le hago una llamada, pero no responde, no insisto, solo tomo mi leche con mi flan y subo a mi habitación para concentrarme en mi trabajo. Sé trabajar bien por mi cuenta, y aunque Denver siempre encuentra la forma de sabotearme, yo siempre encuentro la manera de arreglarlo.
Suspiro. Mañana será un largo día y ahora que él ha regresado mi tormento también.
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Las puertas del ascensor se abren delante de mí, dándome la bienvenida a la firma en un nuevo día de trabajo. El grupo de recepcionista me brinda sus sonrisas de recibimiento, antes de concentrarme en atender a los clientes.
Me sorprende que ya haya suficiente gente para mantener a todos ocupados, pero es lógico, ya que estamos regresando del verano. Creo que habrá suficientes casos de divorcios o malentendidos políticos que atender, lo que significa mucho trabajo.
Como siempre, quiero ocupar mi mente. Hoy, me levanté más temprano de lo habitual, puesto que debo hablar con mi cliente y de paso buscar un obsequio para Ginebra. Siendo sincera, no sé qué comprarle, ¿qué se supone que se le regala a un bebé cuando no sé si será niño o niña? Supongo que terminaré por comprarle otro hermoso traje rosa, ¿qué? Es un color para todos y, en el fondo, todos creemos que será una niña.
Yo misma me encargué de hacer una lista con los nombres femeninos más lindos, aunque Ginebra y Morgan decía que mis opciones tienen un estilo a la realeza. Un nombre debe ser bonito y guardar significado, el mío lo tiene, ya que me lo puso mi verdadera madre.
—Buenos días, cariño —me saluda Wiggins, el secretario y el pilar de esta firma. Es un cincuentón, con más carisma que todos los abogados de este lugar. Hoy como todos los días, viste un impecable traje, con corbatín y nunca falta la pluma roja en su bolsillo. Su escritorio es un retrato de su imagen, con colores rojos brillantes y objeto extravagantes. Es lo que le da color a esta firma revestida de n***o y dorado—. Tienes tus documentos de hoy esperando en tu escritorio. Té para ti y, como sé que hoy es la reunión de Ginebra busqué el regaló perfecto, revisa tu computadora.
—¿Y luego me preguntas por qué no puedo vivir sin ti? —Le sonrío agradecida—, eres el mejor, ¿ya te lo había dicho?
—Un par de veces, pero nunca es suficiente para mi orgullo, cariño.
Le lanzo un beso antes de retirarme y caminar a mi oficina. Los largos pasillos de la firma está vestido de un color gris oscuro, con líneas doradas y en cada espacio de cinco metros se encuentra el logo representando a Wilcox, Conelly & Estrada, los tres socios mayoritarios. Sin duda son abogados excelente, aunque no es ningún secreto que el demonio de Denver es el abogado estrella y al que todos buscan, no cualquiera tiene el privilegio de trabajar con él.
Me detengo en frente de mi oficina, todas tiene paredes de cristal, por lo que se puede ver todo adentro, a menos que las persianas lo oculten. Enfrente, al otro extremo del pasillo queda la oficina del demonio. Nunca puedo verlo, porque él siempre nubla el cristal para que nadie se entere de las maldades que prepara ahí adentro.
Me voy directo a mi escrito al entrar. Sonrío al ver mi taza de té, sin importar la hora yo siempre necesito una.
Me dedico a mi trabajo las primeras horas. Y después de enviarle un mensaje a mi cliente, me pongo a revisar la lista de obsequios que Wiggins seleccionó para mí. Es difícil elegir algo material cuando Ginebra ya tiene todo porque su esposo posee el dinero suficiente para darle el mundo si ella se lo pide. Nicolas la adora y, a veces me dan celos lo mucho que se aman. ¿Puedo vivir un amor tan intenso algún día? No lo creo.
—Elegiré algo sentimental… —murmuro para mí, decidiéndome por el obsequio perfecto.
Alguien toca la puerta y le pido que pasen, pronto ingresa Wiggins, arrastrando una curiosa caja que viene cubierta por una manta verde.
—Cariño ha llegado algo para ti —me informa. Me levanto y rodeo el escritorio para acercarme—. Es algo peculiar te recomiendo que no lo… abras… —dice lo último cuando ya he descubierto la caja.
—¡Ay, Dios mío! —me voy hacia atrás cuando quito la manta. Debo tocarme el corazón para asegurarme de que el susto no me ha provocado un ataque—. ¿Quién envió esto?
—No lo sé. Lo trajo en chico de correo y dijo que lo enviaban directamente a tu oficina. También venía esta nota…
“Cuídala muy bien, por favor”. Frunzo el ceño mientras vuelvo la mirada a la caja de cristal en donde hay una pequeña serpiente dormida. Avanzó y el animal se mueve, haciéndome correr detrás de Wiggins. ¿A quién se le ocurre enviarme semejante cosa?
—Sácala…
—Mi cariño, no puedo. ¿A dónde la llevo?
En lo que él deja al animal en un rincón, yo escribo a quienes creo son los responsables de este regalo, o broma en el mejor de los casos. Wiggins cubre la caja con la manta verde y solo así puedo respirar tranquila.
—¿Hay posibilidad de que escape?
—No a menos que abras la caja. Descuida.
Asiento insegura. No me siento segura compartiendo mi oficina con un animal como ese.
Me: Hay una serpiente en mi oficina, ¿alguien sabe qué hace aquí?
Mis amigas no responden el mensaje. Me pregunto si será Samara, aunque ella no me haría una broma así, o puede que sea Jasper, a menos que me quiera matar de un infarto.
—Ese demonio… —chillo entre dientes.
—No lo creo —dice, Wiggins. Él sabe que cada vez que me refiero al demonio estoy hablando de Denver. Solo que Wiggins, cree que Denver y yo somos rivales porque yo intento superarlo en su trabajo. Nada más lejos de la realidad—. Pienso que la envió uno de tus clientes a modo de agradecimiento. Es una serpiente inofensiva.
—¿Agradecimiento? —Siento un escalofrío de solo pensarlo—. No lo creo.
—Yo sí. Llevo años en esta firma, y créeme, los clientes regalan todo tipo de cosas. A Stella le obsequiaron un cerdito. No lo quería hasta que se encariñó con él, lamentablemente el bruto de Brendan terminó por cocinarlo.
Se abanica reprimiendo una carcajada.
—No lo culpo, estaba delicioso. —Me mira con disculpa—. No le digas que yo también comí, por favor.
Niego, aunque es debido a que sigo pensando en el extraño obsequio.
—¿A dónde vas? —pregunta, señalándome con su abanico rojo—. Si vas a buscar a tu tutor, no ha llegado. Denver llamó para decir que no vendría a la oficina hoy. Lo escuché enojado, así que supongo que pasó una noche difícil.
Una sonrisa se abre paso en mis labios. Juro por Dios, que su noche de perros se debe a mí y eso me enorgullece. Nada más satisfactorio que molestar a ese dictador. Si creyó que iba a ir con él solo porque me lo ordenó, estaba muy equivocado.
Puedo su imaginar su cara de disgusto, su ceño fruncido al abrir la caja que le envié con Arturo. Ya que el demonio quiso hacerme dudar de Jasper, me encargué de hacerle llegar unas fotografías con la ubicación y la hermosa compañía de mi prometido.
—¿Tú tuviste algo que ver?
—¿Yo? —Finjo inocencia—. Para nada. Debe ser bipolar.
Entrecierra sus ojos sospechando de mis palabras.
—Siempre he querido saber por qué saltan tantas chispas cuando ustedes están juntos. ¿Es solo por el trabajo?
No respondo, solo regreso detrás de mi escritorio, con su mirada cuestionándome. Estoy tomando mi cartera, cuando noto que los hombros de Wiggins se relajan, en señal de que se rinde ante la búsqueda de los verdaderos motivos de mi rivalidad.
—Será mejor que me de prisa, debo ir a recoger el regalo e ir con Ginebra.
Salgo de la oficina, con él igualando mis pasos.
—Saluda a Ginebra de mi parte, por favor. Dile que le haré llegar mi regalo en cuanto sepa si tendrá a un hermoso bebé como su padre.
—Se lo diré tal cual. —prometo. Él se desliza detrás del mostrador de bienvenida, su sitio de trabajo—. No me programes citas para hoy.
—Como quieras, cariño. —Mira hacia el pasillo por donde sale Brendan, hablando por teléfono—. Ah. Olvidaba decirte que, el demonio me pidió que te recordara tomar tus medicinas contra la rabia. —Me guiña el ojo coqueto.
Para mi mala suerte, Denver también sabe sobre el horario de mis medicamentos y, sospecho que solo me lo recuerda para acusarme de que es para la rabia. A él no le preocuparía nada más sobre mí.
Me alejo, avanzando hacia uno de los ascensores de salida. Estoy por presionar el botón que me lleva hasta el estacionamiento, cuando Brendan ingresa también. Miro hacia el frente, evitando llamar su atención. No me veo en condiciones de soportar sus comentarios burlones. Cuando pienso que va a ignorarme también, corta la llamada y guarda su móvil en el bolsillo interno de su saco.
—Tengo una tarea para ti —me dice, aun sin verme.
—Solicité la tarde libre.
—Solicitud denegada. Y como soy tu jefe, tengo una tarea para ti.
Resoplo y eso le saca una sonrisa llena de burla.
—¿Qué tengo que hacer? Que sea rápido, por favor. Tengo que asistir a una reunión con Ginebra.
—Descuida. La tarea implica que ese sea tu destino final… —Vuelve a sacar su móvil—. Necesito que lleves a Denver a la reunión de Ginebra. Él está en su apartamento.
Pestañeo antes de fruncir el ceño y adelantarme a negar.
—Sabes cómo se pondrán los chicos si no lo llevo, así que encargarte de esa tarea tú.
—Lo siento señor Wilcox, pero hasta donde tengo entendido mis responsabilidades no implica convertirme en niñera.
Él arquea una ceja y me mira con sarcasmo. Brendan es el tipo de jefe que te pediría cualquier favor siempre que le sirva. Es por eso que Stella no lo soporta, él usa su poder para hacer lo que mejor le conviene.
—Siendo sincera no creo que pueda convencerlo. Tú como su mejor amigo debes saber que no le gusta asistir a fiestas.
—No sé como lo harás, pero llévalo.
—¿Y si no lo hago?
—Supongo que quieres evitar que tengamos una charla sobre Gemma Fane.
Mis latidos se ralentizan y mi cuerpo se tensa.
Mi silencio le da a Brendan la respuesta que estaba buscando y eso lo llena de satisfacción. No le daré la oportunidad de escarbar en mi pasado y enterarse porqué Denver me odia, así que por hoy, Brendan gana.
Hice todo para no ir a la casa de Denver y ahora no tengo más remedio que ir por él.
A su apartamento.
A la guarida del demonio.