—¿Escucharon los ruidos de anoche? —Preguntó Sutton, enrrollando los fideos con sus palillos chinos y su mirada puesta en el plato. Al instante las mejillas me ardieron, me atorsoné con la comida y miré de reojo a Christian, quien seguía inmutable. Los demás siguieron comiendo con normalidad. —No. —Ni idea. —No sé de qué hablas. —Quizá estabas soñando. —Posiblemente eran los gatos. —¿Alguien quiere mas salsa de soya?. —¡Yo!. Todos se levantaron y tomaron salsa, menos Christian, Sutton y yo. Sentí la necesidad de explicarme, de pedir disculpas porque sabía que sí había hecho ruido la noche anterior. No conocía a nadie con tanta profundidad, no era mi casa, mi familia y mi novio, no estaba en las condiciones ni en la posición de hacer con toda libertad lo que me diera

