(...) —¿Estás feliz ahora? —¡¿Disculpa?! — llevé mis manos a mi cintura, indignada por sus acusaciones —¡¿Quién fue el que me dijo que sacara los botes de pintura al patio?! Él semidesnudo y sexi adonis bufó, sacudiendo sus manos para botar la pintura salmón de sus dedos, salpicando un poco mi rostro. —¡Oye! —¡Se llenó por completo de agua! —¡entonces vacíalo! —¡Se caerá toda la pintura!. Rodé los ojos y me llené las manos, llevándolas a su rostro. Cerró los ojos, tensó su mandíbula y cuando se agachó para tomar el tarro de pintura fue mi turno de correr, sin embargo, me alcanzó y vacío el contenido en mi cabeza. ¡Lo iba a matar! Elevé mis hombros y bajé la cabeza, sintiendo como deslizaba la pintura salmón por mi frente. —¿Te manché, cielo? Me giré, tomé el plume

