Capítulo 1

2490 Words
Hiz dejó salir un suspiro mientras observaba los árboles del bosque mecerse con la brisa, dejando que los rayos de luz penetraran entre las hojas para así caer sobre el rostro de la chica. Le encantaban los momentos de soledad como aquellos, donde su alma podía respirar tranquilidad, no tenía que pensar en nada, simplemente vivir el momento. Por un instante cerró los ojos mientras sus pulmones se llenaban de aire y sus oídos comenzaban a saciarse por la orquesta que formaba la naturaleza a su alrededor. —¡Hiz! —escuchó que la llamaron. Rodó la mirada hacia la izquierda donde encontró la silueta de una joven de esbelta figura, morena, con un largo cabello achocolatado lacio y ojos verdes, era su mejor amiga Dane, quien le hacía señas con una mano para que llegara a donde se encontraba. Perezosamente se levantó del suelo y caminó en dirección a ella mientras se limpiaba su vestido gris con las manos en la parte de atrás. —¡La señora Margaret nos está llamando! —informó Dane con voz preocupante. —¿Llegaron los nuevos clientes? —preguntó. —¡Sí, y son muchos, no deja de gritar tu nombre! —le dijo. —¡Me va a matar! —gritó mientras empezaba a correr. Las dos muchachitas se dirigieron a grandes zancadas a un callejón un tanto estrecho creado por paredes de piedra un poco húmedas. Se encontraron con una plaza donde las personas iban y venían con canastas llenas de verduras, gallinas en jaulas, caballos que relinchaban mientras un pequeño viejo gordo gritaba para que los animales les hicieran caso. Dane observó cómo el viejo le dio una palmada a un caballo con fuerza y éste lo pateó con las patas traseras. —¡Mira, Hiz! —soltó Dane desplegando una sonrisa animada. Hiz volteó a ver al viejo gordo que estaba tirado en el piso intentando tomar el aire que el golpe sacó de sus pulmones. —¡Se lo merecía, estaba cansada de ver cómo maltrataba a esos pobres caballos! —espetó Hiz. Las chicas escucharon que una puerta de madera se abrió de forma brusca y una mujer de cuerpo robusto, con un lunar en su barbilla fruncida demostraba en su sudada rostro lo furiosa que estaba: se trataba de la señora Margaret, quien, mientras se limpiaba las manos, fulminaba a las chicas con la mirada. —¡¿Dónde andaban, partidas de flojas?! —reconvino la señora Margaret. —¡Lo sentimos mucho! —gritaron las chicas con miedo. —¡Rápido, a trabajar! —ordenó fuertemente resoplando en sus rostros—, ¡ya, ya, ya! La señora Margaret cuando se llenaba el hotel se estresaba en gran manera y les gritaba a todos los empleados. Hiz entró a la recepción y encontró a una gran cantidad de hombres que esperaban para ser atendidos, sus compañeros tomaban las maletas de los clientes y los hacían pasar. Los ojos rosados de la muchacha se paseaban de un lugar a otro sin saber a quién atender primero. —Hiz, ¿qué haces? —preguntó Dane frente a ella—, toma a cualquiera y dirígelo a una habitación, son personas muy importantes, son la marca Pluma que estábamos esperando. La piel de Hiz se erizó por completo y abrió su boca de la impresión, llevó una mano a sus labios, luego, paseó la mirada por los hombres, quienes eran atendidos por los empleados. En aquel momento, en la recepción cayó un gran silencio y se le abrió paso a alguien que estaba llegando. Las jovencitas pudieron ver a un hombre de aparentemente veinticinco años acercándose totalmente vestido de n***o, con un atuendo elegante, siendo custodiado por cuatro guardaespaldas. Era alto, bastante blanco y con un cabello de un color peculiar: era violeta oscuro; con los ojos negros que creaban una mirada bastante profunda y demandaba un aire de imponencia. La señora Margaret salió del tumulto de empleados y posada frente al imponente hombre hizo una venia y se presentó, aquel joven repitió la acción de la mujer. Ella rodó la mirada a todos sus empleados, quienes ya estaban con las manos llenas de maletas y las únicas disponibles y con mejor semblante eran Hiz y Dane, les hizo señas con los ojos para que se acercaran. Dane no era capaz de mirar a aquel joven a los ojos, permanecía con la cabeza gacha en un intento forzado por mostrar respeto. Todo lo contrario a Hiz, que no era capaz de apartar sus ojos rosados de aquel peculiar hombre. Un Pluma de rango alto, era la primera vez que observaba a alguien como aquel. Sus ojos negros parecían que la llamaban y sus pestañas largas, tupidas y erguidas parecían susurrarle que anduviera con cuidado, porque si él deseaba, podía asesinarla únicamente con el hecho de pensarlo. De repente, sintió un codazo en sus costillas. La señora Margaret se había percatado de la gran imprudencia de su empleada. Aquel dolor hizo que Hiz se doblegara un poco y bajara la mirada hasta sus zapatos negros llenos de barro. Después, al darse cuenta que Dane comenzaba a avanzar, se acercaron, hicieron una reverencia y tomaron las maletas que traía un hombre que anteriormente no se habían percatado de su presencia. Se le había reservado para aquel joven el último piso que era el más amplio y elegante del pequeño hotel que era el mejor en aquella pequeña ciudad; claro, si aclaramos que un viejo y destartalado hotel en la aldea de los Infinitos podría llamarse el mejor en cuanto a elegancia se refiere: la insignificante r**a de obreros grises no tenía ni para pagar un candelabro producido por la r**a de los Diamantes. Hiz dejó la maleta del hombre en el cuarto. —Ordenen la ropa en el closet después de haberla planchado —pidió de repente el joven—. Tengo hambre, así que preparen una salsa de verduras baja en sal con vegetales al vapor. —Por supuesto señor, enseguida —aceptó la señora Margaret. Hiz se dio cuenta que el nuevo huésped era bastante exigente. Rodó la mirada a Dane, quien estaba muy seria. El joven se dio cuenta de la expresión que sostenía Hiz en su rostro y le pareció interesante. —Por favor, que esta chica planche mi ropa en el cuarto —ordenó. Todos quedaron confundidos al escuchar la petición del huésped y rodaron la mirada a Hiz, que era señalada por la mano derecha del joven. Así fue como Hiz a la media hora estaba planchando en un rincón del cuarto la ropa del hombre, mientras él la observaba desde un sillón donde estaba sentado, sosteniendo en una mano un libro. Era la cosa más incómoda que Hiz debió pasar en su vida. Él la reparó de arriba abajo: una muchacha de cuerpo sencillo, piel clara y un poco estropeada por el sol, cabello rojo y rostro bastante tierno y muy concentrado en su trabajo. Tenía puesto un uniforme gris que era un vestido de tela gruesa bastante discreto y cumplía la función de dejar por desapercibido cualquier parte de su cuerpo en el cual algún hombre pudiera fijarse (cuello alto y mangas largas). —¿Cómo te llamas? —le preguntó. —Hiz, señor —respondió la chica con voz tranquila. —¿Desde cuándo trabajas en este hotel? —siguió interrogando. —Desde hace seis años —contestó Hiz sin dejar de hacer su trabajo. —¿Y tu edad? —Veintidós —Hiz tragó en seco, ¿por qué le estaba preguntando tanto sobre su vida? —Entraste a trabajar aquí muy joven —expresó el muchacho. —Sí, señor —acentuó Hiz. —Mi nombre es Dober Momson, soy representante segundo de la ciudad de Plumas, pero, me imagino que ya lo sabías —se presentó, aunque ella nunca lo pidió. —Sí señor, ya lo sabía —dijo Hiz. No tenía muy claro quién era en realidad aquel importante personaje, pero ahora que lo tenía aclarado, un gran miedo por hacer las cosas mal la invadió. No cualquiera puede soportar la penetrante mirada de alguien como Dober mientras le hacía un interrogatorio como aquel. La voz del hombre era gruesa, como el gruñido de una fiera mientras observa a su presa. La joven sabía que, por como hablaba aquel hombre, no estaba acostumbrado a parafrasear, más bien, se notaba que era alguien que no repetía lo que decía dos veces y mucho menos de esos que animaban las conversaciones con sus ideas, por lo contrario, era quien apagaba las conversaciones con su mera presencia.   A Hiz le preocupó que estuviera escudriñando en su vida personal, y cuando un hombre como él hacía eso, era porque tenía algo entre manos. Las jovencitas de su edad se preocupaban mucho, ya que ellos tenían la costumbre de llevárselas después a su ciudad y nunca más las volvían a ver. —Cuando termines de planchar la ropa necesito que te quedes y me leas este libro —informó Dober. Hiz alzó la mirada para poder ver al hombre que estaba a unos metros de distancia de ella, quien sostenía el libro en su mano derecha, dejando a la vista la portada de éste. Dober le hacía peticiones muy extrañas a Hiz y eso le asustaba. Las horas le parecieron eternas, al terminar de planchar la ropa y organizarla en el closet, Hiz tragó en seco, se acercó a Dober, que nunca dejó de observarla con aquella mirada que escondía sus intenciones. El joven le mostró con una mano un sillón que se encontraba al lado de él, frente a ellos se encontraba una enorme ventana que dejaba ver el atardecer en las montañas. El cielo se pintaba como un gran lienzo lleno de multicolores que se mesclaban y excitaban los ojos de tanta belleza. Hiz tomó el libro y lo abrió, tenía como título “Árbol de deseos” y narraba la vida de un viejo árbol que estaba cansado de vivir en una montaña, parecía ser una simple historia de niños, pero no era así; pronto la historia tomaba un rumbo totalmente diferente, aparecía un hombre que le pidió al árbol un deseo para así conquistar a una bella dama que vivía en su ciudad, aunque, ella no sabía nada de la existencia de él. Fue así como el árbol le dio un fruto que él debía regalarle a la muchacha, cuando ella lo comiera, se iba a enamorar perdidamente de él. Tuvieron que dejar la historia hasta aquella parte, aunque, Hiz quería saber qué pasaba con la mujer y el deseo del árbol que ya no quería vivir en aquella montaña. Pero, su turno había acabado y vivía bastante lejos del hotel. —Mañana, cuando regreses, me seguirás leyendo el libro —informó Dober—. Quiero que ya estés en el cuarto lista para leerme el libro cuando yo llegue, aquí, como ahora. —Sí, señor —aceptó Hiz. La joven después de unos minutos salió del cuarto un tanto confundida con las peticiones de Dober. Varios de sus compañeros se acercaron a ella para comenzar una profunda interrogación; pasó horas a puertas cerradas con aquel hombre y muchos rumores se crearon. —¿Qué te hizo hacer? —preguntaron. —Primero planché su ropa y después me dijo que le leyera un libro —respondió. —¡¿Un libro?! —inquirió la señora Margaret con gesto de confusión. —Sí… Pide cosas muy extrañas —confesó Hiz con las manos entrelazadas. —¿Por qué no dejó que le lleváramos la comida que mandó a preparar? —indagó Dane. —No quería que interrumpieran la lectura, ahora va a dormir, pide que nadie lo moleste —informó. Los empleados se miraron las caras sin saber qué pensar, tenían mucho tiempo que no recibían un cliente que hiciera peticiones tan extrañas como el que le lean un libro. Hiz se acercó a la señora Margaret para informarle sobre la otra petición que Dober le hizo. Iban en el ascensor que era un poco viejo acompañadas de Dane. —¿Te pidió que fueras mañana? —le preguntó Margaret. —Sí, que estuviera preparada para cuando él llegara —informó Hiz. La señora Margaret reparó el rostro de Hiz, por su mente pasó la idea de que Dober lo que quería era tener algo más con alguna de las empleadas; había muchos casos así y a ella no le tocaba hacer otra cosa más que ceder brindando a las más hermosas para así no tener ningún problema y tener mejores dividendos. Notó que Hiz no era tan agraciada, su cuerpo no estaba dotado de muchas curvas y voluptuosidades, además, su piel pálida se veía estropeada por el sol. En cambio, Dane era una hermosa morena de curvas proporcionadas, con su busto, piernas largas, ojos verdes que resaltaban su mirada y aquella cascada de cabello lacio encantaba a cualquiera: toda una belleza tropical bastante rara en un lugar tan frío como aquel. Dane era la más indicada para darle un buen momento de placer al cliente. —No, quien estará en su cuarto mañana será Dane —le dijo a Hiz. —¿Qué? —inquirió Dane mientras su piel se erizaba. —Sí, Hiz no podrá satisfacer al señor Dover, en cambio, tú, Dane —la observó fijamente—, eres mucho más bonita. Espero que lo dejes satisfecho. Recuerda que después del Mando Mayor, el señor Dober es el que tiene más poder, así que, si no queda satisfecho vamos a tener problemas: no sólo la r**a de los Infinitos, sino también el hotel. Por eso, Dane, tienes una gran responsabilidad entre manos. Dane sintió un hueco en su pecho, nunca imaginó que le hicieran una petición como aquella. No pudo negarse, el hacerlo sería como pedir que la mataran y esto era lo único que ganarían. Todos en su r**a debían ser sumisos y aceptar cualquier petición sin vacilar. Las dos jóvenes llegaron a sus casas en silencio, cuando estuvieron a las afueras de las viviendas Dane soltó el llanto y Hiz la abrazó sintiéndose muy culpable por no hacer nada. —¡Yo no quiero hacer eso! —confesó Dane. —Lo sé amiga, lo siento, quien debería ir soy yo, no tú —dijo Hiz. Había un gran sentimiento de impotencia atrapado en el pecho de Hiz, ¿por qué debían de tratarlos como si fueran objetos? Su pobre amiga no merecía pasar por lo que, seguramente, sería una violación. Como si fuera poco, no podían quejarse, simplemente estaban limitadas a obedecer órdenes. Aquellas marcas en sus cuellos que tenían forma de un infinito las hacían esclavas de una vida miserable, tenían que resignarse a ser inferiores a las demás marcas importantes como lo eran las Plumas, tener que soportar las peticiones asquerosas como las de Dober hasta que la muerte los abrazara.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD