Capítulo 2

4744 Words
Hiz entró a su casa que era un tanto pequeña, hecha de madera. Su madre se encontraba en la cocina lavando unos platos, cuando la vio aparecer por el marco de la puerta, le mostró una sonrisa muy amorosa. La señora era muy joven, de aproximadamente treinta y cinco años, tenía los mismos ojos rosados de su hija, aunque, su cabello era de un color castaño claro. —Hiz, ¿cómo te fue hoy? —saludó mientras se lavaba las manos llenas de espuma. —Muy bien, mamá, —respondió Hiz— ¿estás cocinando? —abrió un poco sus fosas nasales para inspirar el aroma de las especias que recorrían la habitación. La mujer acentuó con la cabeza. —¿Quieres comer? —le preguntó a su hija—, ya le falta poco. —Sí, tengo mucha hambre —respondió la joven. —Bueno, voy a servir —dijo la mujer sonriente. Su mamá se adentró a la cocina para seguir en su labor, mientras, Hiz caminó por un pasillo un poco estrecho hasta llegar a su habitación, donde dejó su pequeño bolso sobre la cama para después tirarse de cara en el colchón. Estaba muy cansada, sus hombros se encontraban entumecidos, pero, aquel sentimiento de agonía y culpabilidad era aún peor que los dolores físicos. El simple hecho de pensar que su mejor amiga fuera abusada sexualmente le revolvía todos sus adentros. Hiz soltó el llanto al no soportar aquel malestar interno, a su alrededor sólo se encontraba el silencio y la humedad que entraba por una pequeña ventana abierta, pronto las gotas de lluvia crearon un sonido suave y apacible para el oído. La madre de Hiz entró a la habitación. —Hija, ven a comer —informó la señora. Pudo escuchar el sollozo de Hiz, esto la preocupó, se acercó lentamente con su mirada clavada en la joven. —¿Estás llorando? —indagó. —Mamá, no es justo —soltó Hiz mientras se sentaba en la cama—, ¿por qué la vida tiene que tratarnos tan mal? —¿De qué hablas, Hiz? —Mamá, ¿sabes que llegó la marca de las Plumas a la ciudad? —empezó a contar la muchacha. —Oh… sí, ¿qué pasó? —la mujer se sentó en un borde de la cama frente a Hiz. —Es que, hoy ellos llegaron a hospedarse en el hotel y yo tuve que atender a un hombre muy importante de ellos, se llama Dober Momson, es el representante segundo de la ciudad de Plumas y me hizo peticiones muy extrañas. —¡¿Qué te pidió?! —se asustó la mujer. —Bueno, quiso que le planchara la ropa en su habitación mientras me observaba sentado en un sillón y después me pidió que le leyera un libro —contestó Hiz con voz quebrada. —Qué extraño —soltó su madre mientras fruncía el ceño. —Sí, pero todo se empeoró cuando le conté a la señora Margaret lo sucedido en la habitación del señor Dober. Él me ordenó que mañana estuviera en su cuarto lista para terminar de leerle el libro. Pero la señora Margaret dijo que yo no podía cumplir esa orden, debe ser Dane porque él quiere es tener sexo y yo no soy suficientemente bonita, que no lo podría satisfacer y eso podría traer problemas para el hotel. —¡No puede ser, ¿entonces Dane tiene que acostarse con ese sucio hombre?! —la señora se llevó las manos a su boca muy preocupada. —Sí, mamá, esto es horrible, van a violar a Dane y todo por mi culpa —Hiz soltó el llanto—. ¿Por qué nos tienen que tratar como si no valiéramos nada? Los ojos de la mujer se inundaron de lágrimas al ver a su hija tan triste. No era de extrañarse, Hiz pasaba por unos de los más amargos momentos que trae consigo la vida. —Lo sé, la vida no es para nada justa con nuestra marca, desafortunadamente no tenemos ningún don y eso nos hace vulnerables. —Hubo un momento de silencio— tu papá siempre me dijo que teníamos que esforzarnos para intentar cambiar nuestro estilo de vida, creía que tal vez de esa manera las otras marcas nos tendrían un poco más de respeto. Todos los días se iba a trabajar muy temprano, en la mina lo veían como un empleado modelo, pero eso no les importó a los dueños cuando hubo el derrumbe y no lo salvaron. Estuvo todo un día vivo intentando salir con sus compañeros de aquel lugar, pero era obvio, necesitaban más ayuda, pero como nosotros para ellos no valemos nada… La madre de Hiz dejó de hablar al haberse quebrado su voz, sólo se escuchaban los sollozos de las dos mujeres en la habitación gris y fría. —¿Es cierto que en la frontera de las cuatro esquinas hay una aldea donde todos pueden vivir por igual? —preguntó Hiz después de pasados unos minutos. —Oh… El Cuadrado de la Paz. —La mujer chasqueó la lengua—. Eso dicen, algunas personas escapan hasta allá, pero no se vuelve a saber nada de ellas —quedó con mirada pensativa. —Mamá, ¿y si nos vamos a la frontera? Podríamos vivir tranquilamente, sin nadie que nos maltrate, le diríamos a Dane y a su familia que nos acompañe, ¿qué te parece? Las dos mujeres se miraron fijamente, después, la madre de Hiz parpadeó dos veces y tragó en seco. —Hija… es mucho camino, las cuatro fronteras están después de pasar la gran montaña y hay guardias vigilando que nadie se escape del terreno de su marca —explicó la mujer—. Es muy peligroso, no se sabe de nadie que haya dado señales de vida después de haberse ido. —De pronto es porque al llegar ya no puede regresar. Es que, imagínate, un lugar que no le pertenece a ninguna marca, todo rodeado de bosque, podríamos sembrar nuestra propia comida, construir una cabaña para vivir las dos en completa armonía, lo que siempre quiso mi papá para nosotras —dijo Hiz entusiasmada. —Hiz, suena muy lindo, pero es muy difícil. Seríamos sólo mujeres indefensas las que crucen y hay muchos guardias con armas, llenos de malas intenciones. Podrían hacerles daño a ti, a Dane y a la pequeña Lys. —Podríamos conseguirnos un arma, aprender a utilizarla y así estaríamos más seguras — insistió Hiz. —¿Y de dónde? —inquirió la mujer. —No sé… pero… —la mirada de Hiz se tornó triste— Tampoco es que tengamos mucho que perder si nos quedamos. Mira lo que le sucederá a Dane mañana cuando llegue al trabajo… Es… peor quedarse aquí.     Era de mañana, Hiz estaba atando su cabello con una moña negra, se miró fijamente en el espejo y después inclinó su mirada, pasó sus manos por el vestido gris para así quitar alguna arruga. —¿Ya te vas a ir? —preguntó su mamá entrando al cuarto. —Sí, pero primero buscaré a Dane —a Hiz se le creó un nudo en la garganta—. Trataré de convencer a la señora Margaret, no pueden hacerle esto a mi amiga. —Hija… —soltó con preocupación su madre mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. —Mamá, no permitiré que le hagan algo así cuando yo soy la culpable. Las dos mujeres se abrazaron, después, Hiz salió de su habitación rumbo a la casa de su mejor amiga que vivía al lado. Las dos muchachas caminaron en silencio por la calle un poco invadida de personas que con paso afanado se dirigían a sus respectivos trabajos. Dane y Hiz observaron por un momento el grupo de hombres que se dirigían hacia la mina que quedaba fuera de su pequeña aldea. Sus dos padres murieron en un derrumbe que hubo allí, estuvieron todo un día atrapados pidiendo ayuda con sus compañeros, pero los dueños de la mina (la marca de las Plumas) creyeron que saldría menos costoso contratar a más hombres y seguir con lo suyo, antes que detener la producción y rescatar a los sobrevivientes. Ellas debían dirigirse en un tren a la ciudad que quedaba al lado de la aldea a trabajar (no era muy lejos). Aquel tren sólo pasaba dos veces al día, en las horas de la mañana (donde todos partían a sus trabajos), y en las horas de la tarde, (cuando ya las personas regresaban a sus hogares). En la aldea del Infinito (así le decían a su r**a) nadie tenía poder alguno con el cual pudiera defenderse en la sociedad de marcas, todos eran empleados: seres explotados por su debilidad. Hiz y Dane, después de esperar a que llegara el tren, lo abordaron junto con una multitud que las apretujó hasta quedar casi aplastadas. Después de pasados quince minutos, llegaron a la pequeña ciudad llena de tiendas, pequeños locales, un mercado y todo tipo de cosas. Muy pocas personas vivían en aquella ciudad que fue construida para el comercio, era lo único con lo que la marca Infinito podía sostenerse, ellos la llamaban “La ciudad del tesoro” porque sin ella no podrían vivir. Las chicas caminaron a paso afanado por las calles, había partes donde corrían para así poder llegar a tiempo, tenían que empujar a las personas para abrirse paso por las aceras angostas e invadidas de peatones. El bullicio aturdía a cualquiera, no se podría hablar con alguien si no lo hacía a gritos. Hiz y Dane se tomaron de las manos para así no perderse entre las personas. Pasados quince minutos, llegaron al hotel y entre jadeos corrieron hasta la recepción donde una joven las miró bastante preocupadas. —La señora Margaret está muy loca hoy. —Les contó— imagínense que las personas de las Plumas se quejaron porque el señor Dober preguntó por Hiz y nadie le pudo dar una respuesta. Cuando la señora Margaret preguntó por ustedes y le dijeron que no habían llegado, nos gritó. —¡Pero no tenemos la culpa, el tren se retrasó! —dijo Dane. —Lo sabemos, pero eso no lo entienden esos señores y menos el señor Dober —explicó su compañera, rodó la mirada a Hiz—. Es mejor que te vayas directo al cuarto del señor Dober, sólo quiere que tú lo atiendas, que no hagas más nada, te pidió exclusivamente. —¡¿Qué?! —Hiz llevó una mano a su pecho mientras tomaba una bocanada de aire que retuvo en sus pulmones. —Lo siento amiga, ojalá no sea nada malo —soltó la muchacha de la recepción. —Vamos, Hiz, hablemos con la señora Margaret —pidió Dane. Tomó a su amiga de una mano y la arrastró hacia los adentros de un pasillo. Encontraron a la señora Margaret gritando en la cocina mientras los empleados iban de un lugar a otro con platos en mano, ollas y bastante alterados. —¡Hasta que aparecen las señoritas! —gritó la señora Margaret mientras se ponía las manos en la cintura. —Lo sentimos mucho, el tren se retrasó unos minutos en llegar —informó Dane. La señora Margaret reparó a las muchachas de pies a cabeza, después se acercó a ellas y las tomó a cada una de las manos para así arrastrarlas fuera de la cocina. Las mujeres se quedaron a hablar en una esquina con luz grisácea. —Se canceló la reunión que tenían los señores de la Pluma, por lo mismo se quedarán todo el día en el hotel, según, hoy pasará todo el día lloviendo. Así que, el señor Dober está preguntando por Hiz, pero como dije ayer, hoy quien lo atenderá es Dane. Él no está ahora en su cuarto, así que, —miró a Dane fijamente— entra en su habitación y lo esperas allí, ¿entendido? Las dos jovencitas se miraron fijamente y después Dane aceptó con un movimiento de cabeza e inclinó la mirada. —¡Pero no vayas a poner esa cara frente al señor Dober! —regañó Margaret—, recuerda, si él queda insatisfecho tendremos un gran problema para nuestra marca. En cambio, si queda gustoso, tendremos grandes ganancias, hasta te podré dar algo —intentó dibujar una sonrisa entre lo que su egoísmo lo permitía—; pero eso lo arreglaremos cuando tengamos los resultados que queremos. —Lo sé, señora, lo sé —soltó Dane en un hilo de voz. Después, Dane se apartó con rapidez rumbo hacia el ascensor con la mirada cabizbaja. Los ojos de Hiz se fueron junto con su amiga; estaba en shock, no podía creer que, por su culpa, su mejor amiga tuviera que pasar algo así. —Se-señora —llamó Hiz mientras empezaba a parpadear. —¿Qué? —indagó con voz tajante. —El señor Dober me está pidiendo a mí, creo que lo correcto es que yo vaya —informó. —Hiz, tú no eres bonita —dijo la señora Margaret en tono aburrido—, mírate en un espejo, te falta gracia, ¿crees que personas como la marca de la Pluma quedarían satisfechas al ver tu cuerpo? —se miraron fijamente—. No quiero correr riesgos, así que, mejor ve a lavar las sábanas, además, necesito que limpies el segundo piso. —Sí, señora —aceptó Hiz. Mientras, Dane entró a la habitación del señor Dober Momson y se sentó en un sillón, todo estaba muy silencioso y sus nervios la estaban matando. Rodó la mirada por la habitación y después encontró en la pequeña mesa frente a ella un libro de carátula azul turquí que tomó, lo reparó por un momento en sus manos “Árbol de deseos” así se titulaba. De pronto, escuchó la puerta abrirse y tragó en seco, su corazón empezó a latir con fuerza y su respiración se agitó. A los segundos apareció a la vista aquel joven con rostro bastante serio que le inspiró mucho miedo a Dane. La mirada de Dober se endureció cuando la vio sentada en aquel sillón. —Bu-buenos días señor Dober Momson, mi nombre es Dane y… —comenzó a presentarse la muchacha mientras se ponía en pie. —Deja ese libro donde lo encontraste —gruñó Dober interrumpiendo la presentación de Dane—. Yo pedí a Hiz, quiero que sea ella quien esté sentada allí, ahora. La piel de Dane se erizó y rápidamente dejó el libro sobre la mesa, aguantó la respiración cuando tuvo que correr para salir de allí. Con pasos muy afanados se dirigió en busca de Hiz. Bajó al primer piso y su mirada desesperada recorrió los pasillos hasta que en uno de ellos se topó a la señora Margaret. —¡Señora! —gritó casi sin aliento. —Ay, niña, no grites —regañó la mujer volteando a ver a Dane. —Es, es, es que… —Dane se detuvo e intentó tomar aire—, el señor Dober Momson está furioso, casi me mata con la mirada cuando se dio cuenta que no era Hiz y mandó a… —se estaba ahogando y trató de respirar— mandó a traerla ¡y la quiere para ya! La señora Margaret se llenó de calambre y toda erizada por el miedo, trató de guardar la calma. —¡¿Y por qué me buscas a mí y no a Hiz?! —cuestionó la mujer. —Es que no la logro encontrar por más que la busco —respondió Dane. —¿Ya revisaste en la lavandería? —inquirió la señora Margaret, en sus ojos se podía ver el espanto. —Ah… No —soltó Dane mientras sus ojos se iluminaban. Las dos caminaron con paso apresurado hasta el lugar que iban a revisar y para su buena suerte, ahí estaba la muchacha echando unas sábanas a lavar en una amarillenta y destartalada lavadora. —¡¿Qué haces, niña?! —inquirió la señora Margaret casi en un grito. Hiz se sobresaltó por la extraña reacción de la mujer, rápidamente empezó a sacar las sábanas del agua llena de espuma. —Ah… ¿qué hice mal con ellas? —inquirió rápidamente mientras las reparaba. —¡Ay, no hablo de eso! —explicó la mujer acercándose a la joven y empezando a quitar las sábanas mojadas de sus manos—, se te van a magullar los dedos si te pones a lavar en este momento. —Hiz, apresúrate, —ordenó Dane con desespero mientras ponía sus manos sobre los hombros de su amiga. —¿A dónde? —la pobre no entendía lo que estaba sucediendo. —¡El señor Dober está furioso porque no estás en su cuarto, date prisa, te está esperando! —informó la señora Margaret. El rostro de Hiz palideció repentinamente y un escalofrío pasó por todo su cuerpo, comenzó a secar sus manos con su vestido gris y después las pasó por su cabello un poco despeinado. —Creo que debes arreglarte un poco antes de entrar —sugirió Dane. —Ah… sí —aceptó Hiz. Las chicas se iban a ir cuando la señora Margaret llamó a Hiz y ella volteó para ver a su jefa. —Hay algo importante que debes hacer al llegar —informó. En aquel momento llegaron unas compañeras de las chicas y saludaron a la señora Margaret respetuosamente—, ven un momento —pidió con voz seria. Hiz se acercó a la mujer y ella le susurró algo al oído de Hiz discretamente y después le pidió marcharse.     La joven al llegar a la habitación se dio cuenta que no había nadie, de alguna manera u otra lo agradeció, ya que, así podría poner en marcha el plan que le fue otorgado con tranquilidad. Media hora después, Dober Momson hizo su aparición por la puerta y se detuvo en seco al encontrar a Hiz completamente desnuda frente a él a unos metros de distancia.  —Se-señor, —saludó Hiz y al darse cuenta que su voz delataba lo asustada que se encontraba, trató de calmarse. Los ojos de Dober recorrieron el cuerpo de la muchacha de abajo hacia arriba mientras contenía su respiración. Aquel joven siempre permanecía con rostro serio, por lo mismo Hiz nunca podía notar qué sentimiento estaba teniendo mientras se veían, aunque, el sentir los ojos de él inspeccionar su cuerpo, le daba mucha incomodidad, con ganas de salir corriendo lejos de allí y nunca más verlo. El rostro de Hiz se enrojeció en gran manera, sus mejillas estaban encendidas y su pecho huesudo subía y bajaba con rapidez.    —Vístete, —ordenó Dober mientras se dirigía hacia los muebles frente a la gran ventana— necesitamos terminar el libro hoy. Aquella orden sorprendió a Hiz, aunque, no iba a replicar; aquello fue como un gran milagro que le salvó de una mala experiencia que se volvería su peor pesadilla. Hiz rápidamente se dispuso a vestirse y sentarse frente a Dober, tomó el libro de la pequeña mesa de cristal y buscó la página en la que habían quedado. Empezaron a transcurrir los minutos que pronto se convirtieron en horas y Hiz se sumergió en gran manera en la trama del libro, le encantaba el rumbo que tomaba todo. Su lectura estaba llena de vida, cada signo lo sabía interpretar y el tono de su voz variaba con los diálogos. Mientras, Dober sólo sabía observarla con detenimiento: la forma de mover sus labios, sus ojos brillantes por la emoción que declaraba su rostro y aquella voz con la cual se obsesionó. Su única fantasía en aquel momento era poder escuchar a Hiz de cerca, cerrar sus ojos y el único sonido que hubiera a su alrededor fuera esa dulce, tierna, suave y relajante voz. La tarde estaba dando sus últimos suspiros mientras la gran sábana de árboles tornaba sus colores cada vez más oscuros, llegando a un punto n***o y frío. Hiz terminó de leer el último párrafo del libro y no pudo soportar una lágrima que rápidamente escapó de su ojo izquierdo, su mano con mucha rapidez limpió la gota que se deslizaba por su mejilla. —Ah… Lo siento —se disculpó mientras intentaba que su nariz no dejara salir los mocos. Dober abrió sus ojos, ya que hace minutos atrás los había cerrado y estaba a punto de ser vencido por el sueño. Su rostro no delataba nada de esto, seguía siendo neutral, aunque, Hiz pudo notar que su entrecejo se frunció un poco. —¿Por qué te disculpas? —le preguntó. Hiz desplegó una leve sonrisa mientras inclinaba la mirada hacia el libro. —Es muy hermoso —respondió—. Amé el final, es bonito, aunque, a la vez tiene un sentimiento de melancolía. El árbol renació en aquel fruto que el joven sembró frente a la casa que construyó para su esposa, así todos pudieron vivir en tranquilidad después de la gran guerra, aunque, saber que el árbol fue quemado por el pueblo cuando se enteraron que hablaba… —los ojos de Hiz se llenaron de lágrimas— es muy triste. Hubo un momento de silencio en el cual se pudieron escuchar las manecillas de un reloj que demostraba cuan calmado estaba el ambiente. —Hay gente que es capaz de dar su vida por un deseo en específico y más si hay otras personas de por medio —expresó Hiz mientras se hundía en el mar de recuerdos que la transportaban a la época donde su padre estaba vivo. Al notar que Dober la veía fijamente se sintió muy incómoda, parpadeó dos veces para después revolverse en el sillón. Había vuelto a la realidad y aquello le recordaba cuanto miedo sentía por aquel hombre. —Ah… Lo siento, me he vuelto parlanchina por un momento —se disculpó inclinando la mirada al libro. —No tienes por qué disculparte —dijo Dober con su típica voz seria. Hiz volteó la mirada hacia la gran ventana y sus ojos se abrieron en gran manera. —¡Oh…! ¡No puede ser! —exclamó—, se me ha hecho tarde. —¿Se te ha pasado el tren? —inquirió Dober. —Eh… Sí. No he sentido el tiempo, es la primera vez que me sucede algo así. Hiz se levantó del sillón y dejó el libro sobre la pequeña mesa. —Señor, ya debo irme —informó mientras hacía una reverencia. —Espera —ordenó Dober—, ya es de noche y no encontrarás cómo llegar a tu casa. Deberías dormir en el hotel, es más seguro. —Lo siento, mi madre debe estar preocupada porque no he llegado —explicó Hiz un tanto desesperada. Después de pasados unos minutos, Hiz salió del cuarto y se encontró con una gran sorpresa, Dane estaba agachada a un lado de puerta, acurrucada y medio dormida. —¡Dane! ¿Qué haces aquí? La joven rápidamente se puso de pie, pero, sintió sus piernas entumecidas y esto la hizo soltar algunos quejidos. —Es que… Estaba muy preocupada porque no salías de ese cuarto y por mi mente han pasado muchas cosas horribles —respondió Dane—, ¿qué te hizo hacer? —Nada malo, sólo terminamos de leer el libro. Se me han pasado las horas y no me di cuenta de cuándo se hizo de noche —explicó Hiz—. Amiga, debiste irte con el tren, ¿ahora cómo vamos a hacer para llegar a casa? Nuestras madres deben estar muy preocupadas porque no hemos llegado. Las dos chicas salieron del edificio con paso afanado, estaban muy preocupadas al creer que en sus casas estarían sus madres llorando de la incertidumbre al no saber por qué sus hijas no habían llegado.     Era una locura irse caminando en medio de la noche hasta la aldea, pero en sus pechos un gran mal presentimiento las invadía. Intentaron tomar un atajo para llegar más rápido, este estaba un poco adentrado en el bosque que era cruzado por una pequeña trocha. —Fue una suerte —dijo Dane—. De hecho, todavía me sorprende que no te haya tocado. —Yo también. —Aunque, Hiz, ¿no te incomodó pasar tantas horas al lado de él? —inquirió Dane mientras apretaba mucho más el paso— Estar los dos solos allí, en ese cuarto. —Pues no, como estaba leyendo, me concentré mucho en la lectura —contestó ella siguiéndole el paso a su amiga—. De hecho, era un libro muy interesante. Me di cuenta que no es el único libro que trajo consigo, tiene muchos más guardados en unos cajones. —Sí, es un hombre muy extraño. A Very le tocó limpiar su cuarto y dijo que la mayoría de las cosas que trajo son puros libros, aparte de ellos muchos papeles y documentos. —Tal vez le gusta leer en sus ratos libres. —¿Y una persona como él tiene tiempo libre? —chistó la joven. —Pues hoy estuvo todo el día conmigo escuchándome leer, así que imagino que sí —repuso Hiz. Las chicas se detuvieron en seco al ver al fondo del bosque la luz de unas antorchas. Aquello era muy extraño, porque, para esa hora ya estaba el toque de queda y nadie (a excepción de los guardias) podían estar en las calles. Y los guardias no estarían tan adentro de un bosque, así que, lo más seguro es que fueran vándalos. —Hiz, Hiz —sollozó Dane con voz temblorosa—. ¿Qué vamos a hacer? —Agáchate —pidió Hiz mientras ella también hacía lo mismo y en el acto obligaba a su amiga a hacer lo mismo al tomarla de un brazo. —¿Serán los únicos? —inquirió Dane. —Espero que sí —contestó la joven a susurro—. Debemos volver, es peligroso que estemos aquí. Las jóvenes, agachadas, intentaron caminar sobre sus antiguos pasos y así poder escapar de aquellas personas que se veían a lo lejos. —¡Sí, debemos atacarlos ahora! —se escuchó la voz de un hombre, después, unos gritos eufóricos. Las muchachas quedaron paralizadas del miedo al escuchar las voces cada vez más cerca. Dane empezó a sollozar con más fuerza, mientras, Hiz intentaba pensar rápido para ver cómo salir de aquella situación tan angustiante. Vio que a su derecha había unos matorrales, así que tomó a su amiga de una mano y corrió arrastrándola como pudiera hasta ellos. La tierra allí se sentía más húmeda que de costumbre, seguramente entraron en algún lodazal, pero no importaba en ese momento. Lo bueno es que con tanta oscuridad no podrían reconocerlas y sus vestidos grises y apagados ayudaban a camuflarlas. Pronto pudieron escuchar las botas de los hombres. Hiz reconoció las siluetas fornidas de diez hombres entre las sombras que emitían el fuego de las antorchas. —Sí, señor, el Mando Segundo está con ellos —respondió la voz de un joven—. Hoy estuvo todo el día en el hotel. —Debemos aprovechar que han bajado la guardia —se escuchó la voz de un hombre mayor—. No se volverá a repetir esta oportunidad. —Han venido en son de paz, así que no han traído suficientes guardaespaldas, ¡todos son unos ejecutivos debiluchos! —No se confíen, no se confíen. Dicen que el Mando Segundo es muy fuerte. —¡Bah…! Esos son puros rumores, lo dicen para que la gente le tenga miedo, pero yo ya lo he visto, sólo intenta intimidar con su cara brabucona, pero hasta ahí. —Rick, cállate, tú no serías capaz de enfrentarte a él. Empezaron las risas y con ellas las chicas ya no pudieron escuchar más. Minutos después, cuando ya no había rastro ni de los hombres o las antorchas, las chicas quedaron heladas en sus lugares. Una rebelión. Los Infinitos harían una rebelión contra los Plumas. Ellas eran conscientes de que, lo más seguro era que ese no sería el único grupo, por cómo hablaban, por aquella seguridad que llevaban, seguramente era uno de los tantos que debían dirigirse hacia el hotel. Y sí, era cierto.              
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