Capítulo 1: La Hacienda Cromwell
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D'Angela siempre ha tenido todo: autos, ropa, celulares, tabletas, viajes, las mejores escuelas; en fin, una vida de lujos. Sin embargo, a pesar de tenerlo todo, ella nunca ha querido nada de eso. D'Angela lo cambiaría todo por tener siquiera un poco de amor de sus padres. Ha luchado desde que tiene memoria por conseguir una pequeña atención por parte de ellos, pero nunca ha sido posible, y vaya que lo ha intentado todo: desde obtener buenas calificaciones y ser la mejor en todo, hasta meterse continuamente en problemas, pero nada ha funcionado.
Hoy, después de tocar fondo, puede decir que se arrepiente de la mayoría de las decisiones que ha tomado en su vida simplemente por obtener el amor de sus padres. Y es que tarde entendió que hiciera lo que hiciera, nunca lo conseguiría. No obstante, ya no hay tiempo para arrepentimientos y ahora debe vivir con las consecuencias de sus actos.
—¿Ya tienes todas tus cosas listas? —Sin dar vuelta, asintió y terminó de recoger sus cosas de la cama—. Te ayudo a llevar las maletas, entonces.
—Gracias—murmuró.
Hace pocas horas su juicio terminó y D'Angela aún no está completamente segura si la sentencia dictaminada es para su bien o no. Si hay algo que D'Angela odia en esta vida son los animales y el hecho de tener que pasar los próximos veintiocho meses encerrada en una hacienda cumpliendo su servicio social, ha hecho que su insomnio sea mayor.
En el momento en que el juez dictaminó su sentencia, D'Angela se sintió de maravilla, ya que no pasaría ese tiempo encerrada en la cárcel y un reformatorio para ella sería como tener vacaciones. Sin embargo, al descubrir que el antiguo reformatorio se convirtió en una hacienda, pensó que quizás la cárcel no hubiera sido tan mala después de todo.
—¿Estás segura que no se te queda nada? —le preguntó Mauricio.
—No es como si me dejaran llevar muchas cosas tampoco—respondió un poco petulante y después se arrepintió—; bien, lo siento, estoy segura que no se me ha quedado nada.
—Sube ahora.
D'Angela dio un último vistazo a la enorme y solitaria casa en donde vive y, entre suspiros, subió al auto. Ciertamente nunca sintió que ese fuese su hogar, pero el saber que estará tanto tiempo fuera de este la inquieta un poco. Sin desear mirar más atrás, subió las ventanillas del auto y cerró los ojos.
—En el compartimiento del asiento hay algo para ti, esto es lo más que pude hacer.
Espero que estas correcciones te sean útiles y te ayuden a mejorar tu texto. Si tienes alguna pregunta o necesitas más ayuda, no dudes en decírmelo.
Sin prestar mucha atención D'Angela buscó donde se le indicó y sus ojos se iluminaron al instante. En el momento en que su juicio fue dictaminado, sus padres le quitaron todo lo que una vez fue de ella y entre esas cosas estaba su celular, sin embargo, Mauricio se les ingenió para conseguirle uno.
—No es el suyo, pero sí tiene sus cosas, pude extraer su memoria y el chip sin que se dieran cuenta.
—¡Gracias, Mau, eres el mejor! —D'Angela es muy simple y hay dos cosas en este mundo que son indispensable para ella: su celular y sus patines; y ahora al menos puede tener uno de ellos. Comprobó que efectivamente todas sus cosas estuviesen en el celular y cuando se dio cuenta que era así, suspiró con tranquilidad—. Muchísimas gracias, en verdad—. Sintiéndose un poco melancólica la sonrisa de su rostro desapareció y apretó el celular entre sus manos—: ¿Tú sí me crees?, ¿verdad? —no sabe bien por qué preguntó, pero tuvo que hacerlo.
Sus palabras fueron como un susurro que incluso creyó que Mauricio no escuchó su pregunta
—¿Sobre qué? ¿el arma? —D'Angela asintió.
—Sobre el arma. sobre que yo no sabía lo que iba a pasar—. Mauricio suspiró y abrió su boca para responder, más la chica lo detuvo—. Olvídalo, los que se supone son mis padres no lo hicieron entonces no hay nada que te haga creerme—rápidamente se colocó los audífonos y cerró sus ojos.
El viaje es de un poco más de tres horas así que pensó que dormirse lo haría más sencillo, sin embargo, se equivocó. Tuvo que despertar varias veces en el proceso, no sólo porque se le hizo incomodo dormir en el auto, sino porque Mauricio tuvo que cargar combustible, algunas otras veces la despertó para comer y muchas otras se despertó porque tenía ganas de ir al baño.
Después de su última parada no pudo volver a dormir por ello ha estado mirando por la ventana, pero ahora estaba un poco mareada así que se mantuvo con los ojos cerrados hasta que sintió al carro sacudirse de manera constante.
—Mau, detente, me mareas—se quejó frunciendo el ceño.
—Lo siento, pero ya casi llegamos—. Al escucharlo, D'Angela abrió los ojos y se maravilló con la vista.
A decir verdad, nunca le ha llamado la atención algo como el campo o estar al aire libre dado que odia demasiado los insectos, pero tenía que aceptar que la vista era hermosa. Su largo y verde campo, sus hermosas estructuras bañadas por los rayos del alba y decoradas con algunas majestuosas montañas detrás continuas a un pequeño bosque y la naturaleza en sí.
No mucho tiempo después, el camino se volvió liso y el auto dejó de sacudirse. Un gran portón con el nombre “Cromwell” apareció frente a ellos y D’Angela supo que habían llegado.
—Al menos es lindo—murmuró.
—Este lugar antes era conocido como un reformatorio para jovencitas, pero al morir sus dueños fue heredado por su única hija, Marcia. Ella decidió cerrarlo ya que no se podía hacer cargo de tantos jóvenes como lo hicieron sus padres—explicó Mauricio—; por eso no lo sugerí desde un inicio, pero logré hablar con Marcia y ella aceptó ayudarme... tus padres me dijeron que me encargara así que tomé la decisión que creí correcta.
—¿Correcta? Odio este lugar, Mauricio.
—Sé que no será fácil para usted, pero es mejor que pasar 3 años en prisión, usted no es una delincuente.
—¿Y cómo estás tan seguro de eso, Mauricio?
—Señorita D'Angela, la conozco desde que usted era una bebé, y la considero como una hija, sé que usted no haría nada de lo que se le acusa—movió sus ojos hacia el retrovisor para poder ver a D'Angela—. Antes me preguntó si yo creía que usted había sido capaz de eso y sé que no lo es—afirmó—; con sinceridad puedo decirle que el arma no era suya y que usted no tenía conocimiento del robo. También puedo decir que el único motivo para no delatar a los demás es porque los considera sus amigos, pero permítame decirle esto: ellos no son sus amigos, los amigos no hacen lo que ellos le hicieron.
El corazón de D'Angela se sintió agradecido, sin embargo, no está acostumbrada a ese tipo de cosas, así que simplemente bajó del carro. Ciertamente el hombre tiene razón, este lugar no puede ser tan malo, además, todo es mucho mejor que ir al reclusorio femenil, sabe que no sobrevivirá allá adentro.
—Mauricio. Una mujer de unos cuarenta y tantos se acercó a ellos y saludó.
—Ha sido un tiempo, Marcia—. La mujer sonrió con amplitud, al parecer su chofer tenía razón y las dos personas eran conocidas—. Esta es D'Angela, es quien permanecerá con ustedes por un tiempo.
—Hola—saludó sin mucha importancia.
—Ya veo—murmuró antes de desviar la mirada—. ¿Te quedarás?
—Lamento decir que eso es imposible, si me quedo más tiempo tendré que volver mañana y no se me ha concedido el permiso.
—Es una lástima.
D'Angela los dejó hablando entre ellos y caminó unos pocos pasos intentando ver más en sus alrededores. No hubo mucho que ver, sin embargo. D’Angela solo pudo ver una enorme hacienda frente a ella, hermosa, pero sencilla. No obstante, sabe que no es tan simple como parece, este lugar es enorme y detrás de esta fachada debe encontrarse su gran miedo esperándola... los animales.
—Pequeña—llamó Mauricio atrayendo la atención de D’Angela—; recuerda esto: solo tú puedes decidir lo que eres, solo tú conoces los anhelos de tu corazón—recitó—. No dejes que este tiempo aquí sea en vano, gana confianza en ti y descubre quien en realidad eres, no lo que todos piensan de ti; tampoco des por sentado algo, lucha por ello y verás frutos, eres capaz de mucho más de lo que crees.
—¿Qué diablos significa eso? —rio.
—La respuesta está en tu corazón.
Las personas mayores rieron mientras que D’Angela solo pudo alcanzar a hacer una mueca de disgusto antes de ver partir a Mauricio.
—Vamos, niña, es hora que conozcas el lugar que será tu hogar por estos meses.
—No soy niña—reclamó—, estoy por cumplir mis veintitrés.
—Para mí eres una niña, ¿al menos sabes cuántos años tengo?
—¿Cuarenta y ocho?
—Aunque tuviese esa edad, aun seguirías siendo una niña para mí. Tengo cincuenta y tres. —Asintió sin decir más—. Aquí tenemos algunas reglas, pero eso te lo dirá Christopher después. Te mostraré tu habitación, luego podrás darte un baño y bajar a cenar. Normalmente es a las seis, pero esta noche será un poco más tarde.
—No tengo hambre, gracias—se negó.
—Te adelantaré una de las reglas: La hora de las comidas son sagradas, así que no es posible que te saltes ninguna.
—No tengo hambre.
—Pues te sentarás a la mesa y nos verás comer—demandó—. Aquí no harás lo que quieres, sino lo que se te ordena. Estas no son vacaciones, querida, estás aquí para cumplir con tu servicio comunitario por las malas decisiones que tomaste, acostúmbrate.
—Como sea—murmuró.
No pensaba discutir con extraños, ellos no tienen derecho a opinar sobre su vida; quizás ahora tendría que estar aquí, pero eso no quería decir nada.
—Tus labores se te serán dadas mañana, pero puedo decirte que trabajarás en los establos con Christopher.
Todo su cuerpo tembló.
—¿Qué? —D’Angela odia tanto a los animales, son asquerosos, malolientes y no tienen sentido común; prefiere pasar toda su vida limpiando excremento a tener que estar cerca de ellos.
—No te preocupes, él te enseñará todo lo que necesitas saber y hacer—. Eso no es precisamente lo que le preocupa—. Debes obedecer sus órdenes, Chris será tu… guardián, por decirlo de alguna manera; es decir, será la persona que te vigilará mientras yo no estoy.
Después de esto caminaron en silencio por algunos segundos, pero la mujer volvió a hablar—. Quiero que entiendas algo: esto no es una cárcel, pero tampoco significa que vendrás aquí y no harás nada.
D’Angela rodó los ojos, siempre creyó que Doña Clarita habla demasiado, pero esta mujer sobrepasa todo.
—Eso ya me lo dejaste claro la primera vez.
—Segunda regla: el respeto hacia los demás. Esta es muy importante ya que aquí trabajan demasiadas personas y por ende tendrás la oportunidad de toparte con muchas de ellas, todos tienen su propio carácter, por eso, sino hay respeto, las cosas no funcionarán—. La mujer se detuvo y D’Angela hizo lo mismo. Esta será tu habitación.
—Ya—. Dejó su maleta en el piso y se descolgó la que llevaba al hombro.
—Te daré un consejo.
—No lo pedí, gracias.
—Tu salida de aquí depende de ti, es cierto que soy yo la que tiene que firmar los papeles y Christopher quien va a monitorearte, pero si tú no cambias y sigues con esa actitud, las cosas van a ir mal para ti; es mejor que te acostumbres—se quedó un segundo en silencio y luego giró hacia la puerta—. Te dejaré para que te acomodes, recuerda que la cena es a las siete, no llegues tarde.
D'Angela suspiró al ver que por fin la mujer la dejaba sola. Miró el lugar y de una vez lo odió. No puede decir que es incómodo o que está sucio, pero no es su habitación y no se siente bien allí, no sólo extraña los lujos sino más bien la comodidad que le brindaba el sentirse libre ya que era su habitación. Tomó su maleta y la subió en la cama para, posteriormente, iniciar a desempacar, pero se arrepintió y lo dejó a un lado. No trajo muchas cosas debido a que, en realidad, no tenía ropa adecuada para el lugar donde estaba así que había empacado lo más sencillo.
No arreglo nada o exploró el lugar, simplemente se duchó, se cambió de ropa y se acostó en la cama. Está realmente agotada, no durmió bien en estos días y el viaje terminó con sus fuerzas, así que no pasó mucho tiempo para que sus ojos se comenzaran a sentir cansados y se quedara dormida.
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