Capitulo 3

1671 Words
A veces pienso que la ciudad respira distinto cuando yo estoy despierto. No es algo que busque. Ni siquiera algo que disfrute. Pero se siente. Se percibe en la forma en que la gente baja la mirada cuando paso, en el silencio involuntario que se crea cuando mi nombre aparece en una conversación. Luca Moretti. No necesito levantar la voz para imponerse. Nunca la necesité. Desayuno en mi oficina del piso cuarenta de Moretti Corp, el único lugar donde puedo estar en paz, rodeado de concreto, vidrio y la vista completa de la ciudad que algún día heredé sin haberlo pedido. El café sigue caliente. El informe de seguridad del día está sobre mi escritorio, pero no lo leo todavía. Estoy esperando a que lleguen ellos. Los únicos tres hombres de este mundo en los que puedo confiar sin reparos. Cuando la puerta se abre, ni siquiera levanto la vista. Reconozco sus pasos. —Llegas tarde —digo, calmado, sin rastro de molestia. —Fueron dos minutos —responde Matteo, mi mano derecha. A veces digo que es mi sombra… pero incluso una sombra es menos fiel que él. Se sienta frente a mí sin esperar permiso. Puede hacerlo. Se lo ha ganado a pulso. —¿Informes? —pregunto. Matteo sostiene una carpeta negra sobre entre sus manos. Mauro y Enzo entran detrás de él, más silenciosos, más tensos. Ellos nunca se sientan. Saben cuál es su lugar: cerca de la puerta, vigilantes. Como yo los quiero. —Hay movimientos nuevos en el puerto —dice Matteo, cruzando los brazos—. Creemos que la familia Ferri intenta ganar terreno. No es sorpresa. No es amenaza. Solo es ruido. —¿Y? —lo presiono. —Ya lo estamos manejando —responde. Asiento. Confío en él. Si dice que está controlado, lo está. Solo cuando ellos están aquí, mi mundo parece ordenarse un poco. El resto… el resto solo existe para cumplir órdenes. Hasta que Matteo dice algo que no esperaba. —Y hay otra cosa —agrega, como si pesara cada palabra—. Lo de la chica. Lo miro por primera vez en toda la mañana. —¿Qué chica? Él sostiene mi mirada sin retroceder, porque es el único que puede hacerlo sin morir en el intento. —Alessia —dice. Y el nombre cae en la sala como un golpe seco. No sé por qué siento esa reacción en él, ese esfuerzo por medir mis gestos. Matteo nunca teme contarme nada. Pero ahora… ahora actúa como si estuviera entrando en un terreno distinto. —¿Qué pasa con ella? —pregunto, manteniendo la voz plana. —Marco me llamó anoche —explica—. Y me dijo que ella sabe que estás al tanto de la desaparición del padre. Silencio. Marco es útil, pero imprudente. Leal, pero impulsivo. Es lo que lo hace valioso… y peligroso. —¿Qué más dijo? —inquiero, sin mover un músculo. —Que la vio mal —responde Matteo—. Y que seguramente vendrá a buscarte... aunque pueda tardar unos dias. Mi mandíbula se tensa apenas, lo suficiente para que Matteo lo note. Mauro y Enzo, más discretos, desvían la mirada. —No insistiré —añado. —Lo sé —dice Matteo—. Pero estuviste preguntando por ella todo este tiempo. Él no lo dice con juicio. Lo dice como quien coloca una verdad incómoda sobre la mesa. Y lo odio. Porque es cierto. No puedo sacarme a Alessia de la cabeza desde el día en que escuché su nombre por primera vez. La forma en que Marco habló de ella… No era cualquier cosa. No era cualquier mujer. Había miedo. Había dolor. Y había algo que no sé descifrar… y que no me gusta no poder descifrar. Odio no entender algo. Más aún si se trata de una persona. —No voy a mover un dedo hasta que ella venga a mí —digo finalmente, apoyando las manos sobre el escritorio con calma absoluta—. Que sea ella quien decida si quiere trabajar conmigo o no. Matteo asiente. Mauro y Enzo también. Podría terminar ahí. Podría ignorarlo. Pero no lo hago. Porque la verdad es que, aunque no lo admita frente a ellos… Quiero verla. Quiero saber quién es esa chica capaz de despertar tanto movimiento alrededor de mi nombre sin haberla visto nunca. Quiero entender por qué Marco temblaba al hablar de ella. Por qué Matteo parece medir mis reacciones cuando la menciona. Por qué, desde que escuché su nombre, siento que algo en mi rutina, mi orden, mi control, está a punto de romperse. Y entonces, justo antes de que Matteo cierre la carpeta que sostiene, decido hablar: —Cuando decida venir a nosotros… quiero verla de inmediato. Él detiene el movimiento y me observa, serio, atento. —¿Personalmente? —pregunta. —Personalmente —confirmo, sin dar espacio a dudas. Porque hay algo en ella que necesito ver con mis propios ojos. Matteo no hace más preguntas. No necesita hacerlo. Él sabe reconocer cuando una decisión ya está sellada, incluso antes de que yo termine de pronunciarla. Cierra la carpeta con un gesto lento, casi ritual, y la coloca sobre el escritorio. Ese pequeño ruido, el golpe seco del cartón al tocar la madera, resuena más fuerte de lo que debería en la oficina. A veces odio lo silencioso que es este piso. O tal vez odio lo que me obliga a escuchar, cuando nadie habla. —¿Algo más? —pregunto, sin moverme. Matteo niega con la cabeza. Mauro y Enzo se mantienen firmes, como estatuas armadas. A ellos no necesito darles órdenes para que sepan qué hacer después de esto. Mi mundo funciona así: yo pienso, ellos ejecutan. Pero incluso dentro de ese orden, algo se siente… desplazado. Y no es un problema en el puerto. No es un informe incompleto. No es una amenaza externa. Me recuesto contra el respaldo de cuero y dejo que el silencio se alargue. No deberían quedarse esperando una señal para irse, pero lo hacen igual. Me conocen demasiado bien. Están midiendo mi silencio como si fuera un arma más. —Pueden retirarse —digo finalmente. Mauro y Enzo salen al instante. Matteo se demora unos pasos, hasta que lo detengo con una palabra. —Matteo. Se gira de inmediato. Lo observo unos segundos. Intentando formular en mi cabeza lo proximo que dire. Ni siquiera estoy seguro de porque. —No quiero que nadie la toque en cuanto llegue —empiezo, entornando los ojos hacia la ventana—. No quiero que nadie la interrogue. Que nadie la haga esperar. Sus cejas apenas se mueven. —¿Tanto? —pregunta con una mezcla de cautela y curiosidad que pocas veces se permite. No respondo de inmediato. Camino hacia el ventanal que ocupa casi toda la pared y observo la ciudad desde arriba, ese monstruo de concreto que he mantenido bajo control durante años. La lluvia cae en diagonal, golpeando el vidrio con una fuerza irregular, como si intentara imitar el desorden que siento dentro. Odio el desorden. —No es por ella —respondo finalmente. Matteo no pregunta qué significa eso. Sabe que si quisiera explicarlo, ya lo habría hecho. La verdad es que ni yo mismo tengo la respuesta completa. Ni siquiera me interesa fingir que la tengo. Solo sé que hay algo… inquietante en todo esto. Marco habló de ella con un miedo que no le he visto ni cuando se enfrenta a un duelo conmigo. Se escuchaba desesperado por obtener mi ayuda y que mirara por un segundo a su amiga. Su padre desaparece sin dejar rastro. Y ella, una desconocida, aparece en mi radar sin haber cruzado una palabra conmigo. No creo en coincidencias. —Quiero que revises todo lo relacionado con su familia —añado, aún mirando la ciudad—. Movimientos financieros, aliados, enemigos, vínculos antiguos, rumores. No dejes nada fuera. —Ya empecé a hacerlo anoche —responde Matteo—. Pero hay algo extraño. Me giro apenas. —¿Qué cosa? —Los registros del Sr. Park están incompletos. Como si alguien hubiera empezado a borrarlos antes de que desapareciera. Mi pulso se acelera una fracción de segundo. Inaceptable. —¿Quién? —pregunto, sin levantar la voz. —No lo sé aún. Pero no es trabajo de aficionados. Esto viene de arriba. Muy arriba. La palabra arriba solo significa una cosa en este mundo. Alguien con poder. Alguien que cree estar a mi nivel. O peor… alguien que cree poder esconderme algo. Siento cómo mi mandíbula se ajusta lenta, peligrosamente. —Encuentra quién lo hizo —ordeno. —Lo haré. Asiento una sola vez. Matteo se dirige a la salida, pero se detiene cuando ya casi está fuera. No se gira; solo deja su voz en el aire, como si no quisiera que mi reacción lo alcanzara directamente. —Luca… ¿qué debemos esperar exactamente de ella? Es una pregunta cargada. Una que incluso él sabe que no debería haber hecho. Pero se la permito. Porque yo también quiero entender lo que estoy pensando. Miro otra vez la ciudad a través del vidrio. La lluvia parece mas intensa de repente, al igual que mi pulso. —No lo sé... Quiero ver qué hace una persona… —respondo lentamente, eligiendo cada palabra— cuando toca la puerta del infierno por voluntad propia. El silencio invade la oficina otra vez. Los pasos de Matteo se mueven hacia la salida y me da una breve sonrisa antes de desaparecer por completo. La puerta se cierra detrás de él sin que yo tenga que decir más. Y por primera vez en mucho tiempo, no regreso al informe de seguridad. No veo el celular. No pienso en el puerto ni en la familia Ferri ni en los negocios del día. Solo pienso en ella. En esa chica que aún no conozco. En la forma en que su nombre se quedó grabado en mi mente como si siempre hubiera estado allí.
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